Por: Redacción

Una gran alegría nos trae este hermoso libro, de Pablo Espinosa, que surge desde una Sala de redacción en donde con las letras quiere abrir el cielo y asomarnos al misterio de la música, expresó el periodista y promotor cultural y de ciencia José Gordon quien resumió así las aportaciones del autor en este nuevo título de la colección Periodismo Cultural publicado por la Secretaría de Cultura, el cual fue presentado este lunes 28 de noviembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Ha nacido mi sexto hijo, dijo Pablo Espinosa, ante el público que acudió a la presentación editorial. Recordó que en los orígenes de la colección fue invitado a proponer un título; de ahí surgió No por mucho madrugar se redacta más temprano (1994). En esta segunda entrega se muestra la madurez que da el ejercicio constante del oficio; crónicas, críticas, entrevistas y ensayos, son algunos de los géneros periodísticos a través de los cuales el autor nos motiva a escuchar.

Sin pretensiones teóricas o de musicología, Pablo Espinosa induce a sus lectores a apreciar, disfrutar y saborear los sonidos que emiten movimientos o acciones tan sencillos en apariencia, como los pasos de una niña, los de una dama calzando zapatillas o los que emite un desfile de hormigas. Acto concretado con la lectura que realizó en la FIL de Guadalajara de “Detén, escucha”, texto incluido en las primeras páginas del título:

“¿Dónde vive la música? En los fluidos de la madre cuando resuenan en la placenta, en el latir de su corazón y en los sonidos externos que escuchamos cuando fetos. Y también en los versos del bardo que escucha el moribundo.

“En ese acto, el transcurso de una vida, somos testigos auditivos de un universo inagotable. La música no vive solamente en los instrumentos musicales ni en los discos compactos ni en las salas de conciertos. Vive en el aire, el viento, el agua, el fuego. Y en lo más insospechado. En el vuelo de las hojas de un árbol cuando caen. Emiten un silbido tan atronador como el movimiento lento del brazo izquierdo de Anna Pavlova en el instante más callado de un ballet.

“Ya en el suelo, secas, se convierten en volcanes en erupción bajo cada pisada. Quienes arrastran los pies forman olas amarillas con las hojas otra vez al viento pero ahora el silbido es diferente: una antorcha que viaja en vuelo y no se apaga, cometa vegetal en tierra que dialoga con los que titilan en el cosmos infinito.

“Esta música cotidiana forma parte de la plenitud, el percatarse. Nos devuelve la conciencia del instante. Si ponemos atención a esa música, vivimos plenamente. Quien vive el aquí y ahora es feliz. Lo demás es ruido.

“Considerar como ruido los sonidos de la calle (motores de 23 autos, motocicletas, cláxones, pitidos de agentes viales) es tanto como perder el ritmo del entorno.

“Por ejemplo, las pisadas. Cada persona camina diferente. El indígena, acostumbrado a pisar la tierra, resulta calcinado por el pavimento. Una anciana erguida parece dejar un surco donde pisa. Una niña camina a saltitos. Una multitud forma casi un estruendo subterráneo cuando camina.

“Los pasos femeninos. Los pies de ella descalza, con tacones. El roce del dedo índice sobre las líneas de un libro. Música del alma. El zumbido del colibrí. Relámpagos sin fin. Anillo de Moebius. Contrapunto: al zum zum le responde un pitido apenas perceptible: el canto del colibrí. El colibrí siempre está contento”

“La música de la tracción de las hormigas, el mejor ejemplo de colaboración. Van arrastrando una hoja, la astilla de un tronco, una flor. Recorren en fila curvada infinita, música enternecedora, una distancia enorme, larguísima, pero para ellas, las hormigas, no es distancia larga porque son seres sin tiempo.

“La música, contrariamente a lo que dicta la Academia, no tiene tiempo. No es el arte del tiempo ni sucede en el tiempo porque existe antes de la invención del concepto ‘tiempo’”.

“¿Cómo suena el tiempo? Mejor: ¿cómo se escucha el transcurso del tiempo? Misterioso en el silbo del viento, estremecedor en el fuego, danzantes sus flamas, cristalino cuando el río se disfraza de rocas submarinas, cauce, hierba: se hace transparente y parece que no hay río, tan sólo ese surco donde ocupa en algún momento -en este preciso momento- su lugar un río. También suena el tiempo en el seno de la tierra, cuando hace nacer de ella tallos, troncos, flores, frutos; cuando excavan, aúlla porque en su lugar pondrán cemento; suena fuerte, espantosamente fuerte, cuando alguien toma un puñado de ella y la vierte sobre un ataúd que desciende al ritmo del estrépito del rasgar vegetal de las gruesas sogas que lo hacen descender.

“Suena en la carcajada de un bebé. En el ladrido de un perro. El aleteo de una abeja. En el abrazo de dos que se quieren bajo la iluminación repentina de un relámpago al cobijo del manto nocturno. Suena en las estrellas que titilan. (…)

“Piensa, lector, en los sonidos de tu niñez que te hicieron la persona feliz que hoy eres. Piensa, lector, en los sonidos que te proporcionan paz. No pienses, lector, detente y escucha. Percibe. Disfruta. Aquí, ahora. Detén, escucha todo lo que suena alrededor. Ahí es donde vive la música.”

En su oportunidad José Gordon equipara las habilidades auditivas del autor con las de un murciélago que se guía por la agudeza de su oído y así transita en medio de la oscuridad. También recordó a Julián Carrillo, El Soniditos, como alguien que está cantando la música que nos rodea, pero que también capta la música de la música, es decir: la que nosotros componemos, la que se vuelve concierto. El problema de la música es como traducir y hablar de ella.

El periodismo cultural se enfrenta a una serie de retos, en el caso de Pablo “es el que tiene que ver con el oído. Ustedes lo vieron y lo oyeron. Íbamos rastreando visualmente como hacen los murciélagos –que ven prácticamente con el oído- la crítica musical tiene que hacer ese ejercicio que se hace al fragor desde la sala de redacción. El gran reto es hacer literatura con el periodismo, que es precisamente lo que busca Pablo Espinosa que nos da la oportunidad de entender al arte con arte.”

A manera de homenaje para el periodista y organizado por José Gordon, se sumó a la mesa de presentadores Fernando Rivera Calderón -miembro de Monocordio-, acompañado de su guitarra y ambos interpretaron fragmentos de piezas improvisadas para luego concluir con Tu cárcel, de Marco Antonio Solís.

Se proyecta presentar Sala de Redacción en enero de 2017, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio Bellas Artes, repitiendo la fórmula: José Gordon, Fernando Rivera Calderón y el autor a lo que podrían sumarse momentos musicales para mayor disfrute de los asistentes.