- El autor mexicano Bernardo Esquinca escribió que “la manera en que Mónica Ojeda explora la violencia, el lenguaje y el erotismo, no se parece a nada que hayamos leído antes”.
Por: César H. Dorado/
Con voces de caos, situaciones violentas que marcaron la vida de sus diferentes personajes y reflexiones que invitan al lector a preguntarse ¿cómo se puede entender el dolor del otro?, “Nefando” (2016) de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda, es una novela que transgrede las formas correctas en las que debe de describirse la tragedia y la violencia. Saca a la luz la crudeza con la que el ser humano puede minimizar su dolor, al mismo tiempo que lo erotiza y lo eleva a lo más sagrada a través de las palabras.
El autor mexicano Bernardo Esquinca escribió que “la manera en que Mónica Ojeda explora la violencia, el lenguaje y el erotismo, no se parece a nada que hayamos leído antes”. Y puede que sea verdad, porque en esta novela se filtran reflexiones sobre el lenguaje y las nuevas formas en que se debe, o debería, de reinventarse la escritura. En esta novela, Ojeda logra el cometido de “hacer malabares con las palabras” y nos enseña que “escribir no es un decir bonito”, porque los diálogos están marcados por el dolor de sus personajes abrumados.
Nefando es una obra que se va metiendo desde su inicio en la crudeza de lo prohibido socialmente. Personajes como Kiki Ortega, El Cuco Martínez o los hermanos Terán, hacen que el lector vaya desenvolviendo la trama y el eje central de la novela; un videojuego de la Deep web que trata de llevar a sus jugadores a explorar sus propios límites, porque hay que ser paciente y soportar las violaciones, el terror que no proviene de un fantasma o una monstruo imaginario, sino de los propios humanos, y resolver qué se buscaba al crear ese videojuego.
Sin embargo, aunque las preguntas sobre el juego abundan, los creadores y sus relatos son lo verdaderamente atractivo de este libro. La carga emocional, los pasados donde la infancia se perpetró con violaciones grotescas, quedan plasmadas en una narrativa poética, pero fatalista. “Veo a papá meneándosela con los videos. Veo sepulcros de risas, llanuras de miedos. Polvo. Viento. Veo mi necesidad de contar que veo paisajes de cuerpos que destiñen el color de todas las noches”.
Los conflictos internos con las figuras de autoridad son constantes, y aparecen en cada uno de los personajes. Todos, al menos en un punto, asientan el repudio hacia los padres violadores, las madres reprimidas, el sistema y la religión que traduce el dolor en amor y sacrificio. “Todos crecimos viendo las mismas imágenes; Jesús clavado en una cruz (…) y que nos dijeron, a toditos, que eso era hermoso y misterioso, que eso, morir, sacrificarte, entregar tu cuerpo a los más horribles tormentos por y para alguien, era el amor”.
Y ese discurso se entiende al ver la actitud de los creadores del juego, quienes se comprometen en llevar la perturbación a su límite. Los hermanos Terán van desenterrando los recuerdos de niñez, con un padre perverso que los llevaba de la mano para grabar pornografía. “Veo a Irene gemir y salivar sobre la alfombra. Veo los senos chicos de Cecilia rebotando”.
Con esos pasajes se van entrelazando las reflexiones de los protagonistas, hasta llegar a pensamientos contundentes como el que “la infancia tenía una voz baja y un vocabulario impreciso”. Ni los gritos ni el dolor eran armas para detener el sufrimiento de los hermanos que, ya adultos, reinventas las atrocidades en un juego.
Leer Nefando podría resultar un reto porque utiliza el lenguaje sin limitantes y así no tener “abismos” para ser trasgresor. En esta novela no sólo se lleva la ficción a una crueldad que existe en nuestra realidad, sino también se reflexiona sobre el cómo escribir, cómo descifrar un nuevo vocabulario. “Algunos deberían ensuciarse en el lenguaje para que los demás pudieran verse”. Ojeda lo logra. Crea discursos que cuestionan el pasado que repercute en el presente. Se atreve a navegar y encarnar el dolor de la infancia con sus represalias y revelar sus más horribles traumas.
Nefando son las voces del caos de Mónica Ojeda. Voces que describen la antesala de su presente y escriben cosas que quizá, como lectores nunca hemos visto, hasta que las leemos en un papel.
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