Por: Redacción/
Una problemática prioritaria para las políticas culturales urbanas es el desequilibrio territorial de los equipamientos, por lo que es necesario atender el desbalance de la infraestructura, la segregación de amplias áreas urbanas con malas o nulas instalaciones y el combate a las restricciones que la desigualdad, la inseguridad y la discriminación imponen en el uso del espacio en las metrópolis para la sociabilidad, aseguró la doctora Ana Rosas Mantecón, profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
En el artículo Acceso cultural e inequidad. Una perspectiva urbana, publicado en el libro Ciudad global, procesos locales: megaproyectos, transformaciones socioespaciales y conflictos urbanos en la Ciudad de México, la académica refiere que de manera específica habría que impulsar una intervención diversificada en zonas diferenciadas, en las de bajo equipamiento y menor ingreso, en las áreas rurales y las que presentan mayores índices de violencia y de descomposición.
También deben implementarse estrategias para la renovación de infraestructura y la potencialización de creatividad comunitaria, buscando alentar conjuntamente procesos de renovación urbana que den coherencia a la integración sociocultural que se quiere impulsar con estos equipamientos.
En tanto que en los espacios citadinos que cuentan con grandes instalaciones culturales se podrán desarrollar políticas diversas que faciliten el acceso a la población vecina, a la que presenta discapacidades y a la proveniente de otras regiones.
La doctora en antropología indicó que atender las condiciones sociales de acceso y favorecer una distribución más extendida de los bienes culturales, así como garantizar que no haya obstáculos geográficos y económicos que impidan su disfrute es uno de los primeros pasos que deben darse para democratizar su consumo.
Sin embargo, dijo, esto sólo ataca la primera parte del problema, la del contacto con las ofertas culturales que no es suficiente por sí solo para generar un aprovechamiento pleno de sus posibilidades y fundar una inclinación duradera hacia la práctica cultural.
El proceso de segregación y de escaso aprovechamiento de muchos de los servicios en la materia existentes se debe sobre todo a la escasa accesibilidad geográfica y económica, pero también a la falta de disposiciones incorporadas y adecuadas para distinguir, evaluar y disfrutar las prácticas y los productos culturales, consideró la profesora del Departamento de Antropología de la Unidad Iztapalapa.
“Factores como la expansión de las industrias culturales y de las redes sociales, la convergencia digital, la influencia del criterio comercial en el arte y el influjo de las políticas han modificado los sistemas de clasificación y jerarquización social” dando como resultado modelos de intervención irrefutables o no económicamente que se valen de amplias redes de apoyo mutuo, trabajo colaborativo, formas de circulación milenarias –ferias y mercados callejeros de organizaciones barriales– y programas gubernamentales.
Otro de los obstáculos es el reconocimiento de los derechos, las prácticas de acceso son vistas como asuntos personales dirigidos hacia actividades de entretenimiento y diversión sin vinculación con derechos, pero también están relacionadas con la obtención de información y oportunidades de formar concepciones del mundo, erigir consensos, construir cultura política y ejercer o no ciudadanía.
Rosas Mantecón agregó que el individuo no es sólo un consumidor que merece algo de opciones a elegir entre objetos de consumo, sino un participante en una o varias comunidades políticas en las cuales la formación de opinión y el ejercicio del juicio dependen de la disponibilidad de información y de expresión de ideas diferentes.
El acceso cultural se presenta entonces como lugar clave para sustentar la necesidad de la intervención pública frente a las insuficiencias e inequidades del mercado.
Empero, “las problemáticas en esa orientación no pueden ser exclusivamente objeto de políticas culturales, pues no son sólo canales neutrales que sirven para transmitir contenido simbólico a los públicos sin alterar sus relaciones con los otros”, al contrario, son conjuntos de ofertas que se organizan en actividades sociales, espaciales y temporales con intersecciones complejas con otros aspectos rutinarios de la vida diaria y al hacerlo, posibilitan nuevas formas de interacción.
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