Por: Redacción/
En los inicios de la Revolución Mexicana, decepcionado de la causa maderista, el líder Domingo Ortiz imaginó la unificación del reino mixteco, desde Pinotepa de Don Luis y Huazolotitlán, en la costa, hasta Yanhuitlán y Coixtlahuaca, en la Mixteca Alta. Éste y otros episodios que narran la singularidad de la lucha revolucionaria en el llamado territorio ñuu savi, el pueblo de la lluvia, pueden evocarse a través de una muestra fotográfica organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La de Domingo Ortiz “era una idea atrevida que solo el mítico guerrero Ocho Venado Garra de Jaguar, había logrado a principios del siglo XV al unir varios señoríos mixtecos”, comenta Francisco López Bárcenas, investigador de El Colegio de San Luis y uno de los curadores de la exposición que podrá visitarse en las instalaciones de la Coordinación Nacional de Antropología del INAH, en Avenida San Jerónimo 880, al sur de la Ciudad de México, a partir del 2 de febrero.
Las 24 imágenes —una pequeña selección de la cantidad de fotografías históricas que han obtenido los investigadores Francisco López Bárcenas, Jaime García Leyva y Francisco Herrera Sipriano en sus indagaciones— van de las condiciones de vida de las comunidades ñuu savi hace más de un siglo, en las postrimerías del Porfiriato, a la participación de diversos líderes locales dentro de las distintas facciones revolucionarias.
La muestra fotográfica lleva por título La Revolución Mexicana en el ñuu savi. Imágenes de un suceso histórico que cambió a la región. Nada más elocuente que comparar las imágenes de las prósperas haciendas con la vida en los pueblos, para comprender las asimetrías sociales.
Como explica el doctor López Bárcenas, aunque la mayor parte de la tierra seguía siendo comunal, lo mismo en la Mixteca de Oaxaca, que en la de Puebla y Guerrero, importantes haciendas y ranchos impactaban en la economía regional y en la organización política, repercutiendo en la división de clases sociales.
En todas esas haciendas y ranchos se sembraban diversos productos, como caña de azúcar y algodón, lo mismo que se impulsaba la crianza de cabras y ganado mayor para satisfacción del mercado regional y nacional, usando mano de obra mixteca muy barata. Junto a las haciendas y ranchos existieron las “haciendas volantes”, inmensos atajos de cabras, propiedad de ricos que arrendaban las tierras comunales para pastorear.
Aparte de la economía tradicional, los habitantes de los pueblos ofrecían su mano de obra a los dueños de las haciendas, ranchos y trapiches, por salarios míseros; o bien vendían parte de su producción agrícola, principalmente el maíz, por el cual obtenían una paga mucho más baja con relación a los costos de producción.
Cuando la caída del Porfiriato era eminente, miembros de la élite se aliaron por conveniencia a la causa maderista; hacendados, rancheros y comerciantes iniciaron la lucha, entre ellos Enrique Añorve Díaz por la Mixteca Costeña, y Juan Andrew Almazán por La Montaña. Sin embargo, el interés personal que movía a estos personajes no pasó desapercibido para las comunidades indígenas, que decepcionadas buscaron marcar su propia agenda.
El incumplimiento del Plan de San Luis Potosí por Francisco I. Madero —que prometía devolver las tierras de las cuales habían sido despojados de manera arbitraria—, fue el leit motiv de las sucesivas rebeliones que se dieron por todo el territorio ñuu savi, a fin de recuperar sus títulos de tierras que les habían sido arrebatados por hacendados. También plantaron cara a rancheros, caciques, grandes comerciantes y usureros regionales.
López Bárcenas explica que todo esto llevó a un momento de suma importancia: la convocatoria por parte del general Emiliano Zapata, el comandante general del Ejército Libertador del Sur, en Ayoxuxtla, el 27 de noviembre de 1911, para que los revolucionarios mixtecos firmaran el Plan de Ayala. Entre ellos estaban el general Jesús Morales, originario del municipio de Petlalcingo, Puebla, conocido como “El Tuerto” Morales; el capitán Francisco Mendoza, de El Organal, Chietla, y Catarino Mendoza y Amador Acevedo, de Huauchinantla.
“La presencia de los mixtecos en tan importante acto obedecía a varias razones. Una de ellas era la cercanía geográfica con los rebeldes de Morelos, lo que había facilitado que pelearan juntos en el maderismo; pero más importante era su afinidad ideológica y la desilusión. En la región mixteca los ideales zapatistas tenían presencia desde la Mixteca Costeña hasta la Mixteca Alta y Baja, tanto en el estado de Puebla como en los de Guerrero y Oaxaca”, explica el experto en desarrollo rural.
Después de la firma del Plan de Ayala, en diversos lugares de la Mixteca brotaron grupos rebeldes con diversas demandas, lo que enriquecía el contenido del zapatismo.
En ese sentido, el maestro Francisco Herrera Sipriano, investigador del INAH que ha estudiado el fenómeno revolucionario en La Montaña de Guerrero, anota que la decisión de participar o no en la Revolución, a favor de un bando o de otro, eran decisiones que las comunidades indígenas tomaban con base en sus mecanismos tradicionales de toma de acuerdos, es decir, lo hacían mediante asambleas en las que la opinión de los principales tenía un peso muy importante.
En las etapas sucesivas al maderismo, “las comunidades evaluaban y decidían en asamblea cómo y a quién apoyar. En algunos casos estos mecanismos de decisión se vieron rebasados, como el de Atlamajalcingo del Monte, donde el municipio se dividió internamente tomando partido, unos por el zapatismo y otros por el huertismo y el carrancismo (el sector más acomodado y que detentaba el poder político local), desembocando en una lucha fratricida; esto sin mencionar los enfrentamientos enconados e irreductibles entre pueblos indígenas vecinos, generalmente por límites de tierras”.
Sin embargo, entre 1914 y 1915, por diversas causas el zapatismo logró consolidarse como única fuerza en La Montaña de Guerrero, no obstante los dirigente locales mantuvieron una relación de subordinación jerárquica con respecto al Cuartel General de Morelos. De finales de 1915 a los últimos meses de 1918, el zapatismo en la región entró en un periodo de reflujo paulatino, paralelo al fortalecimiento del carrancismo.
La rendición del principal dirigente zapatista de la región a finales de 1918 marcó el fin de la Revolución en La Montaña. Poco a poco la bandera constitucionalista fue ganando más terreno y consolidándose.
“Los elementos políticos y militares de la facción ganadora en alianza con los comerciantes-hacendados-agiotistas españoles y algunos mexicanos, que volvieron a la región cuando consideraron que ya no había peligro, retomaron su antigua posición de privilegio y explotación sobre la población indígena y campesina. De momento, la Revolución no les trajo mayor beneficio social y económico a los pueblos de La Montaña; tuvieron que esperar hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas para que se diera el reparto agrario y un poco de justicia social, por la que tanto lucharon y muchos ofrendaron sus vidas”, concluye el investigador del Museo Regional de Guerrero.
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