Por: Redacción/
A la par de que los vestigios de la antigua ciudad prehispánica de Tenochtitlan, salían a la luz en la década de 1970, gracias al trabajo arqueológico, entre lodo, tablones de madera y estructuras, ocurrió un íntimo hallazgo en el orden de lo estético, el cual es la materia de la exhibición Memorias del Templo Mayor, inaugurada en la Galería del primer piso del Museo Nacional de Antropología (MNA).
Con la apertura al público de esta muestra plástica, el MNA dio inicio este fin de semana a su programa de exposiciones temporales 2020, destacó el director del recinto museístico, Antonio Saborit, al inaugurar la muestra compuesta por 15 obras en técnicas mixtas, de mediano formato, realizadas por la artista plástica Lilia Gracia Castro, entre 1982 y 1993, como evocaciones del mundo prehispánico.
Los inconfundibles “ojos” de Tláloc cobran vida y miran dentro de enigmáticos diseños modernistas, lo mismo que formas de serpientes, el conejo en la luna y los búhos; el fuego y las cuevas, o los dioses de la tierra.
Las piezas plásticas se acompañan de una colección de conchas, caracoles y arenas, así como objetos personales de la autora, entre los que se encuentran ediciones de obras de Miguel León-Portilla, significativas para ella, como La visión de los vencidos.
La plástica de Gracia Castro renació a la sombra de los vestigios arqueológicos, los cuales hacia el final de la década de 1970 comenzaron a brotar a un costado de Catedral y de Palacio Nacional, tras el hallazgo del monolito de la diosa Coyolxauhqui; en aquel momento, la artista, siendo todavía estudiante de La Esmeralda, se dejó conducir por el canto del pasado y el ímpetu de sus indagaciones estéticas.
La pintora comenta que el hallazgo de los vestigios del Templo Mayor fue para ella como un gran manantial de belleza y riqueza en formas, colores, texturas y simbolismo, el cual le hizo perder interés en la Escuela Europea o la Escuela Mexicana de Pintura. Cambió de tema, de estilo e, incluso, de técnica para recuperar la herencia cultural.
Dejó el óleo y tomó el acrílico con pintura, aglutinante y sellador, y comenzó a utilizar arenas de mar recolectadas en playas del Pacífico y del Golfo de México; así como tierras y arenillas finas de colores grises, acres, negro, rojos y rosáceos, provenientes de ríos, arroyos, bosques y distintos sitios arqueológicos, como en otros siglos lo hicieran los artesanos ceramistas.
Tintas, cenizas y otros materiales orgánicos e inorgánicos: polvo de tezontle, harina de amaranto, le ayudan a expresar ese mundo prehispánico, mediante tres vertientes: lo orgánico, lo gráfico y lo conceptual, explica la artista.
Gracia Castro ha pasado décadas de investigación con arqueólogos y antropólogos en varias zonas arqueológicas, tiene más de 50 exposiciones individuales y colectivas en el país y en el extranjero, en espacios como el Palacio de Bellas Artes, el Auditorio Nacional, diversos museos y universidades, así como galerías privadas, entre ellas la Soto-Galicia Latin American Art (Nueva York), y ha participado en el Festival del Centro Histórico, en la Ciudad de México, y el Art Expo, en Nueva York.
Originaria de Pilares de Nacozari, Sonora (1951) llegó a la capital del país para estudiar en La Esmeralda (1977–1982), del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBAL), antes realizó estudios en San Diego State University y el Instituto de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Sonora.
Considera que los vestigios arqueológicos, al ser cuidadosamente desenterrados, restaurados, estudiados y descifrados, hablan de un pasado que se convierte en presente, provocando orgullo, renovando la identidad nacional y aportando al mundo más conocimiento sobre la historia universal. Son fuente inagotable para muchas generaciones de investigadores, pero también para escritores, poetas y artistas.
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