Por: César Dorado/
Con un estilo pictórico que, si bien puede ir desde el expresionismo ruso hasta el cubismo, la obra estética de Marc Chagall es una de las más inclasificables, pues la variabilidad de colores, estilos, técnicas e impresiones surrealistas de la vida crean en sus obras mundos inusuales, mágicos, misteriosos y un poco incomprensibles que proyectan al espectador a los paraísos en los que el propio pintor se desenvolvió.
Originalmente llamado Moishe Segal, el artista nació en Bielorrusia dentro de una familia judía, condición que marcaría gran parte de su obra pictórica, pues en ella retrató los pasajes de su comunidad y sus costumbres. Sus primeros años de formación artística estarían impulsados por el pintor, diseñador artístico y gran representante de Ballet, Léon Bakst, en San Petersburgo.
Tras estos primeros años de estudio, para 1910 cambiará su residencia a París, donde desarrolló gran parte de su obra, en la que retrató los edificios y monumentos más emblemáticos de la ciudad que, bajo perspectiva del propio Chagall, demostraban una contradicción, pues esa disposición de edificios suponía la urbe que era su hogar y al mismo tiempo representaban un lugar desconocido pero que siempre le sorprendía por su luz y sus personajes.
Bajo el contexto parisino de las vanguardias artístico-siendo también ésta la ciudad emblemática de bohemios y artistas talentosos- el pintor coincidió con los artistas Modigliani y Apollinaire, quienes lo apoyaron durante sus primeras exposiciones, como la montada en Der Sturm, Berlín, en la que se expuso la obra “Desnudo sentado en rojo” (1908) y en la que se vería una gran influencia del movimiento cubista y fauvista.
Tras empaparse de los estudios académicos y convivir con la élite artística francesa, regresó a su tierra natal para así presenciar y ser testigo de los cambios políticos (mismos en los que participo de manera activa) y pintar “La casa gris” (1917). Con una gran actividad artísticas, Chagall comenzó a ser uno de los personajes más importantes de la pintura rusa, sin embargo, por ciertas inconformidades con el gobierno, el pintor pasó a la lista de artistas “prohibidos o vetados por el régimen”, trasladándose a Berlín en 1922.
Un año más tarde, regresaría a París para continuar exponiendo obras y cultivándose de las nuevas vanguardias, siendo aquí el lugar en donde logró realizar obras sumamente coloridas y armoniosas, repletas de una alegría espiritual que denotaban la tranquilidad del artista, al igual que su admiración y pasión por la región.
Sin embargo, para 1941 en aras de la segunda guerra mundial, se ve obligado a trasladarse a los Estados Unidos, pues la persecución de judíos ponía en juego su vida. Durante esta estancia, la obra del pintor se ve manchada por la desolación y la amargura, pues los colores y la alegría fueron invadidos por las tonalidades oscuras que denotaban su malestar emocional.
Al terminar el enfrentamiento bélico, el pintor decidió regresar a París para así crear, de nueva cuenta, obras coloridas y llenas de un espíritu sano que, aún lacerado por los muertos y la persecución, retrató a su pueblo y las experiencias que enmarcaban su vida.
Así realizó las vidrieras de la sinagoga del Hospital de Hadassah, los frescos de la Ópera de Parías en 1964.
Dentro de la obra de este artista se ven marcadas sus vivencias personales y un claro amor a la patria, pues los colores, la armonía, expresividad y vivacidad muestra las experiencias del autor reflejando aspectos que abarcan desde la vida rural rusa, la vinculación con la tradición religiosa y su perspectiva de París.
Su obra también se ve impregnada por los mundos fantásticos en donde los animales y el hombre conviven pacíficamente bajo los mismos colores danzantes del cuatro. Aunque no se incluyó dentro de ninguna de los nuevos movimientos, Marc Chagall se ganó el reconocimiento de muchos por su gran talento y visión del mundo.
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