Por: César Hernández/
Con una manera cruel de retratar la realidad del siglo XX, tanto en México como en Europa, las cintas de Luis Buñuel han quedado impregnadas en la historia del cine gracias a su gran contenido surrealista que rompió con los dogmas del séptimo arte; combinación de una narrativa cruel, acompañada de escenificaciones artísticas espléndidas, fueron los elementos que utilizaba este cineasta para lograr su cometido, hacer cine que no pareciera pertenecer a este mundo.
Nacido en Calanda, un pequeño municipio provinciano de Aragón, Luis Buñuel Portolés fue el primer hijo del fantasioso empresario Leonardo Manuel Buñuel, quien se había visto favorecido por la venta de armas en masa desatada por la guerra de Cuba.
Tras su gran éxito, regresó a su tierra natal en donde, con petulancia y bravuconería, contaba historias ilusorias que impresionaban a las provincianas, conquistando así a María Portolés.
Siendo unos burgueses de ideas liberales, los Buñuel se cansaron de la vida provinciana y decidieron trasladarse a Zaragoza, lugar en donde el padre comenzó a rodearse del gremio intelectual más importante, dando a sus hijos una educación jesuita espléndida, en donde el joven Luis Buñuel destacó severamente.
Y aunque siempre resaltó como estudiante por su gran capacidad intelectual de comprender textos como los de Darwin, Diderot, Benito Pérez Galdós, Voltaire e incluso tocar el violín, también destacó por su terrible comportamiento que lo llevó a una expulsión en 1915.
Dos años más tarde, Buñuel se trasladó a Madrid para estudiar la universidad. Su primera opción, movido por los intereses de su padre, era estudiar Ingeniería Agrónoma, sin embargo, las actividades del cine-club de la Residencia de Estudiantes donde se alojaba, más su primer contacto a los ocho años con cintas como “Viaje a la Luna” de Georges Mélies que lo cautivaron, lo llevaron a conocer a personas que marcarían su vida, tales como Federico García Lorca, Salvador Dalí y Pepín Bello, con quienes pudo involucrarse dentro del ambiente intelectual de las vanguardias.
Sus fijaciones por la etimología, la historia, el teatro, el dadaísmo y la poesía- este último aspecto sirvió como la entrada de Buñuel a la escritura, primeramente, en el género poético y después en la narrativa dramática- lo llevaron a explorar sus ideas más allá de simplemente crear retrospectiva, sino haciendo un psicoanálisis de sí mismo.
En 1924, Buñuel abandonó la capital española y se trasladó a París donde afinaría su gusto por el cine, viendo incluso tres películas al día. Dos años después, debutó en la dirección teatral con la obra “El retablo de Maese Pedro”, de Manuel de Falla, y tres años más tarde estrenaría “Hamlet” en la capital parisina.
Ese mismo año, Buñuel descubrió, durante una proyección, la película “Las tres luces”, de Fritz Lang, lo que llevó a que el español de 27 años se interesara aún más el séptimo arte. Poco después se estrenó como crítico de cine para la publicación francesa “Cahiers d’Art “y “La Gaceta Literaria”. Además, trabajó bajo las órdenes del director Jean Epstein y actuó en películas de Jacques Feyder y Henri Étiévant.
En 1929, un año después de que un guion que había escrito sobre la vida de Francisco de Goya fuera rechazado por falta de presupuesto, Buñuel comenzó a colaborar con el pintor surrealista Salvador Dalí en la realización de un cortometraje que abordaría la vanguardia al ritmo de Wagner, Beethoven y tangos argentinos. El resultado fue “El perro andaluz” (Un Chien Andalou)- poco entendible para algunos, enaltecida por otros-.
Tras esta colaboración, Buñuel fue aceptado dentro del círculo de artistas europeos surrealistas, y estableció vínculos con Breton, Max Ernst, Magritte y Dalí, con el que trabajó nuevamente a finales de 1929 en “La edad de oro” (L’age d’or), un mediometraje que reunía a sus colegas surrealistas con pequeñas historias que criticaban a la iglesia, la ley y la monarquía.
Después de que la cinta fuera censurada, Buñuel se trasladó a Estados Unidos para realizar algunos cortometrajes que retrataban la realidad política de algunos pueblos, lo que lo llevó a ser criticado severamente, pues resultó incómodo para la clase política, pero ello no lo detuvo a colaborar como director de doblaje en el MoMA y para la Warner Brothers.
Después de este periodo, el director fue invitado a México para dirigir la película “Gran Casino”, protagonizada por Libertad Lamarque y Jorge Negrete, la cual representó un gran fracaso para su carrera, lo que lo llevó a pensar en retirarse del cine de manera definitiva. Preocupado por su estabilidad económica-pues su madre ya no le mandaba dinero para crear sus películas- se aventuró a crear “La gran calavera” un rotundo éxito que lo inspiro a quedarse en tierra mexicana.
Tras un encuentro casual, el productor Oscar Dacingers le propuso a Buñuel realizar dos películas, una que narrara la vida de un vendedor de billetes de lotería y otra en donde se retratara la pobreza de la sociedad mexicana. Fue así que el director español estrenó la obra maestra “Los Olvidados” en 1950, un largometraje criticado por retratar lo que ninguna cinta del “cine de oro mexicano” había retrato. Esta cinta lo llevó a ganar el premio a Mejor Director en el Festival de Cine de Cannes y recibió 11 premios Ariel, incluyendo Mejor Película.
Años después, el director consolidó una carrera exitosa en donde creó películas que, si bien no alcanzaron un gran reconocimiento, sí lo llevaron a estar en boca de todos los críticos y artísticas. Y aunque muchas de sus películas son “inentendibles”, Buñuel retrato un mundo propiamente surrealista, más surrealista que el propio Dalí y el surrealismo.
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