Por: Redacción/
Una centena de petroglifos con iconografías, dimensiones y filiaciones culturales distintas, y que en su conjunto abarcan un horizonte temporal de casi tres mil años —del periodo Preclásico (1700 a.C.) al Posclásico (900 a 1521 d.C.)—, han sido localizados por especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dentro de la Zona Arqueológica de La Campana, al noroeste de la ciudad de Colima.
El hallazgo de tales elementos no solo convierte a La Campana en uno de los sitios más ricos en información pétrea, sino también en uno de los pocos en el país con evidencia de todas las etapas culturales de Mesoamérica. Así lo indicó Enrique Martínez Vargas, quien junto con Ana María Jarquín Pacheco, titular del Proyecto Arqueológico La Campana, dirige labores de supervisión, registro e investigación en superficie, enmarcadas en la primera fase de construcción del parque arqueoecológico La Campana.
Iniciada en noviembre pasado y con miras a finalizar en abril, esta temporada de supervisión en campo por parte del INAH se concentra en el sector sureste de la antigua urbe, y comprende las obras que actualmente se desarrollan para instalar andadores, áreas de descanso y servicios, así como un malecón en las márgenes del río Colima (afluente que atraviesa el sitio en dirección norte-sur).
Esta infraestructura, precisó el arqueólogo, no comprometerá ni afectará a los bienes arqueológicos del asentamiento, al contrario, ya que la premisa del parque será dar a sus visitantes acceso tanto a las estructuras prehispánicas ya exploradas como a las que aún no lo han sido, así como a la flora y la fauna característica de la ciudad de Colima y de Villa de Álvarez, este último, municipio dentro del cual se ubica La Campana.
Martínez Vargas añadió que el perímetro donado al INAH y abierto a la visita pública es de seis hectáreas y fracción, que equivale al porcentaje de la antigua ciudad que hasta ahora se ha explorado arqueológicamente, de forma que con la adquisición de 98 hectáreas hecha por el gobierno estatal en 2016 y que serán integradas al parque arqueoecológico, “se protege la totalidad de la urbe prehispánica de cara a investigaciones futuras, al tiempo que se crea un pulmón natural de gran importancia para la capital de Colima y su zona metropolitana”.
Al ahondar acerca de los petroglifos descubiertos, el arqueólogo señaló que éstos totalizan 108 elementos y se unen a un conjunto de 12 tallas en piedra que habían sido ubicadas con anterioridad.
Las características de cada petroglifo son variadas. Algunos representan a figuras zoomorfas (monos, aves, víboras y mariposas, etcétera), en tanto que la iconografía de otros incluye rayas, numerales, flores, corazones y rostros humanos; sus dimensiones van desde aquellos que pesan varias toneladas, a los que pueden manejarse manualmente.
La temporalidad y filiación cultural de los glifos difiere. Se registró, por ejemplo, una piedra del periodo Preclásico Tardío (400 a.C.) con nueve rostros de perfil (humanos y animales) dibujados en sus costados; asimismo, se localizó un petroglifo con rasgos teotihuacanos y una temporalidad que va de 400 a 600 d.C., cercano a una estructura arquitectónica, por lo que una posibilidad es que haya sido un marcador para indicar que en dicho edificio habitó o fue depositado un individuo procedente de Teotihuacan.
Los trabajos de supervisión en lo que será uno de los andadores del parque también han permitido excavar un entierro capacha con una temporalidad fijada entre 1800 y 1700 a.C. Está integrado por seis individuos y 18 objetos cerámicos de dicha cultura del Occidente mexicano, aunque aún se encuentra en exploración.
Otro hallazgo es el de una especie de muro de contención de aproximadamente 70 y 75 metros de largo, instalado junto al río Colima y que resguardaba a una escalinata de cinco peldaños en uno de sus segmentos. “Lo cual habla de un control cultural y económico del afluente”.
De acuerdo con Enrique Martínez Vargas, que el actual territorio de La Campana haya sido ocupado culturalmente por casi tres mil años, se explica por las bondades naturales que ofrecía: dos afluentes que lo delimitan y abastecen (el río Colima al este, y el arroyo Pereyra en el oeste), y una planicie de gran utilidad para el cultivo y el comercio.
El arqueólogo adelantó que los trabajos a desarrollarse tras esta primera etapa de supervisión en la obra del parque arqueoecológico, tendrán que ver con la realización de un catálogo del conjunto de petroglifos y materiales localizados, para establecer mejor los rasgos de cada uno y tener una idea más clara de su lenguaje pétreo de cara a posteriores investigaciones en gabinete.
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