Por: Gabriela Espinoza
Por la calle de San Francisco de la Nueva España, que actualmente se le conoce como la calle de Madero, ayer llegó a las diez de la mañana Leona Vicario, a la iglesia La Profesa, para contar lo que ella vivió en la Cuidad de México en la década de 1800, a los asistentes de las visitas literarias, que organiza la Coordinación de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Empezó a platicarles que su padre fue Gaspar Martín Vicario, de origen español y su madre fue Camila Fernández de San Salvador, originaria de Toluca. Sin embargo, ambos tenían una posición económica muy acomodada, por lo que pudieron ofrecer una buena educación, bastante liberal para la época.
“Puede estudiar los que estudiaban las señoritas en ese tiempo: música, canto, pintura y baile, pero no me conformaba con eso, estudié francés para poder leer los libros que llegaban del extranjero. Tenía acceso a los libros de mis tíos maternos” dijo mientras se elogiaba ella misma con el movimiento de sus brazos y manos. Muy humilde enseguida expresó “No es por nada, pero era bella, elegante y distinguida”.
Mientras las palomas tomaban el sol, que resplandecía en el patio de la iglesia La Profesa, recordó: “desafortunadamente mis padres murieron cundo tenía dieciocho años y quede al cuidado de mi tío Don Agustín Pomposo. Él fue la albacea de los bienes que me dejaron mis padres, era un distinguidísimo abogado de la Gran Audiencia, fue dos veces rector de la Real Universidad de la Nueva España”.
Muy orgullosa mencionó que se fue a vivir a la casa de su tío, en la calle de Jun Manuel Solórzano. Sin embargo, los presentes que estaban en la visita literaria se quedaron pensando en cuál era la calle, por lo que aclaró “ahora se llama la calle de República de Uruguay, donde mi tío vivía con su familia en la planta baja y yo en la planta alta. Esa calle fue la primera con alumbrado público de la Cuidad de México, es decidir, tenía pequeños faroles que se colgaban de los balcones. El resto de la cuidad permanecía en completa penumbra.
Como toda una buena señorita intelectual, que conoce la historia de su calle, Leona Vicario contó “otro motivo por el que era conocida esa calle en 1936, un siglo antes de que naciera, se dice que vivía en señor llamado Juan Manuel Solórzano, un hombre que mataba a todo aquel se atreviera a pasar después de las once de la noche enfrente de su casa, pues creía que era el amante de su esposa”.
Encantada rememoró cuando en 1809 de Mérida Yucatán llegó el hombre del quien se enamoró, Andrés Quintana Roo, un joven que estudio de derecho y llegó a la Cuidad de México para hacer sus prácticas profesionales, con su tío Don Agustín Pomposo. “Andrés le pidió mi mano a mi tío, pero no se la cedió porque él era pobre. Tuve que marcharse y unirse a los insurgentes en Michoacán”.
Con el seudónimo de Enriqueta, Leona desde la cuidad le enviaba información a los insurgentes durante el movimiento de independencia. “Un día descubrieron al mensajero que envía las cartas, él me reconoció como la que le pagaba el servicio social. Además, de esa declaración, yo no me cuidaba salía de mi balcón y gritaba ¡Vivan los insurgentes!”.
Por afuera de las rejas señaló la iglesia de La Profesa y comentó “ese día había venido a misa aquí. Cuando salí, una mujer anciana se me acercó y me dio un papel, donde un amigo me informaba que habían agarrado al enviado y que me estaban esperando en la esquina de mi casa. Caminé por esta calle de Madero, con mis dos damas de compañía, que antes se llamaba San Francisco. Recorrí la alameda, hasta llegar a Michoacán”.
Su tío Don Agustín Pomposo, fue a buscarla para que regresará, pero no la convenció. Entonces mando a otro tío que sí lo hizo. “A mi regresó, mi tío me internó en el Colegio de Belén de las Mochas. Prefirió encerrarme en ese lugar, que ser enviada a la cárcel. La Real Junta de Seguridad y Buen Orden me instruyó un proceso en el que fueron apareciendo los documentos que me inculparon. Fui sometida a interrogatorio. Nunca revele el nombre de mis compañeros”.
Dijo Vicario con una sonrisa en su rostros “en mayo de 1813, sin imaginármelo, llegaron tres insurgentes disfrazados de oficiales virreyes, quienes me ayudaron a escapar rumbo a Tlalpujahua, Michoacán, donde contraje matrimonio con Andrés Quintana Roo”.
Leonora suspiró e invitó al público a conocer su casa, les pidió que la siguieran por la calle de Madero, dieran vuelta a la calle República de Brasil y se detuvieran en la Plaza de Santo Domingo. Ella viendo con dirección hacia el zócalo, continúo con su historia “colaboré y trabaje en los periódicos: El Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano. Tuve mi primera hija, a la quien nombre Genoveva. Tuve que indulto que me ofrecía mi tío, cuando me capturaron en Tlatlaya, Estado de Mérxico”.
Primero vivió en Toluca, donde tuvo a su segunda hija, María Dolores Quintana Vicario, y presenció las celebraciones hechas con motivo de la jura de la Constitución de Cádiz por Fernando VII, “ocasión que me llevó a escribir el siguiente poema” recitó:
Llega, y la diosa a tan feroz aspecto
Un vivo grito en su sorpresa lanza,
Sin que para increpar a su enemigo
Le faltasen enérgicas palabras.
¿Cómo –le dice- a profanar se atreven,
Sangrienta Tiranía, tus pisadas
La mansión venturosa que Pelayo
A mis cultos devoto consagrara?Al terminar señaló su casa, de República de Brasil número 37, donde vivió sus últimos diecinueve años e invitó a pasar a sus acompañantes. En el primer piso, nos mostró las oficinas de madera oscura, donde trabajaba, que estaban separadas por cubículos. Señaló el que estaba hasta el fondo y dijo que ahí fue donde murió en 21 de agosto de 1842.
Les pidió a los visitantes que se sentarán en las sillas que estaban en su patio, donde había macetas grandes con plantas verdes. “Me velaron aquí enfrente, en el templo de Santo Domingo. Aún después de mi muerte, me llevaron al Panteón de Santa Paula. En 1900 mis restos fueron trasladados junto con las de mi esposo Andrés Quintana Roo, a la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón Civil de Dolores y de ahí en 1925 los llevaron a la Columna de la Independencia en 1925. Y el 30 de mayo de 2010, fueron trasladados al Museo Nacional de Historia, que se está en el Castillo de Chapultepec para su conservación, análisis y autentificación”.
Antes de terminar con la visita literaria, Leona Vicario les platicó, que años antes en esa casa vivió el presidente López de Santa Anna. Cuando murió, su casa se le quedo a su hija Genoveva y pasado de un tiempo llegó a vivir el pintor Juan Cordero. Actualmente es la Coordinación Nacional de Literatura. “Espero verlos pronto en esta casa” concluyó la joven insurgente.
Leona Vicario, una mujer- una casa histórica, fue la última visita literaria del mes de septiembre que organizó el INBA. La siguiente visita La piedra se convirtió en palabra, será en el campus central de Ciudad Universitaria, con la finalidad de dar a conocer los lugares donde dejaron su testimonio Antonio Alatorre, Fernando Benítez, Rubén Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos, Margit Frenk, Hugo Gutiérrez de la Vega, José Revueltas, entre otros. La cita es el domingo 11 de octubre, a las 10:00 de la mañana en la bandera, que se encuentra enfrente de rectoría.
Se recomienda apartar su lugar al teléfono 10004622 extensión 7024. El costo por persona es de $20.
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