Por: César Dorado/
“Yo siempre estoy ahí, trastocado, con mi pasado transgredido. Soy yo y no soy yo” reflexiona Gillermo Fadanelli , escritor ganador del Premio IMPAC por su novela “ La otra cara de Rock Hudson” (1997), dejando ver que detrás de esas letras, en donde impera la marginalidad cruel, el humor negro, la cotidianidad aburrida y el desconsuelo, reposa el rostro de un escritor que no tiene miedo en demostrar que el mundo se mueve a través del dolor y el desconsuelo. Alguna vez el escritor Julio Patán dijo que las letras de Fadanelli demuestras que es “un autor ético a quien se le puede encontrar lecturas filosóficas y hasta religiosas” siendo que los protagonistas de sus obras representan un “realismo duro”.
Lo cotidiano de esos personajes hacen que el lector pueda sentirse identificado inmediatamente, reforzando esa identificación a través de los conflictos que tienen con el exterior y consigo mismos, conflictos que después aterrizan en manifestaciones dolorosas, pero que no dejan de tener una carga de humor negro que las intenta hacer menos pesadas.
“Educar a los topos” (2006) captura a la perfección el estilo de Fadanelli, no sólo por la manera en la que narra los escenarios y las situaciones, sino porque también atrapa pasajes del autor es una obra “maliciosa, testimonio de aquellos años donde, para sobrevivir, el protagonista de la novela no contaba con más compañía que su imaginación y sus miedos”.
Un niño des once años es ingresado a la secundaria militar por orden de su padre quien, representado como una figura autoritaria y que no toma en cuenta al resto de los integrantes de la familia, crea una falsa ilusión de aquello con lo que llegará a encontrarse su hijo. Esa misma figura paterna autoritaria, acompañada de los que también simbolizaba pertenecer al ejército, hunde en la sumisión la identidad de un niño que bien podría representar a toda la generación de 1980.
Pero, aunque en las reflexiones éticas de los padres, una abuela sobreprotectora pero desapegada, los altos mandos de la escuela parecerían ser las que se deberían de tomarse más enserio, son las visiones del niño las que muestran al lector un elevado análisis de lo que lo rodea, aunque en algunas ocasiones nunca se atreva a protestar por las injusticias que imperan a su alrededor.
Bajo los escenarios de una Ciudad de México de los años 80, Fadanelli se centra sobre la familia, principalmente sobre esa figura paterna que no se deja vencer y que, en un sistema de valores, enseña lo que para sus hijos es correcto, y aunque se muestre violento y agresivo, también se describe temeroso y poco preparado para las situaciones caóticas.
La violencia no se separa de ninguna página de Educar a los topos y se develan en el lenguaje y las descripción de los lugares; la narrativa de Fadanelli es un ejemplo de la manera en que se escribe libremente sobre los violento de recibir una patada en “las nalgas”, las infidelidades de un padre cobarde que siempre regresa a la memoria y que no sale de ahí aunque esté muer. También se centra sobre las visiones que puede tener un niño de tan solo once años que, en pleno desarrollo de la pubertad, sufre los golpes y las decepciones de la vida.
“La inocencia infantil es un cuento de hadas que los adultos se cuentan a sí mismo para tranquilizarse, un eufemismo… Es más conveniente para el mundo pensar que los niños son inocentes y distintos de los adultos” reflexiona un niño mientras ve como colapsa el mundo a su alrededor, dejando el romanticismo a un lado.
Personajes de la vida real que demuestran, de acuerdo a Patán “que este es uno de los caminos buenos que ha tomado la literatura mexicana. Con ese ojo a pie de calle, con personajes nada odificantes en términos generales, retratando psicopatías, disfunciones sexuales”.
Las letras de Fadanelli retratan a una generación que estuvo sometida bajo ciertos “paradigmas éticos” pero también, pese al pasaje de los años, muestran la realidad miserable, cruel y sincera en la que se mueven los padres, sus hijos, los trabajos y una educación implementada con violencia. Este autor enseña sin incomodidad lo que está a nuestro ojos todos los días, sin importar el tiempo que pase.
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