Por: Redacción/
El destino de Laika era predecible, moriría minutos después de despegar y realizar su viaje interestelar sobre aquella cápsula cónica de cuatro metros de alto con dos metros de diámetro. Su sacrificio, en armonía con el capricho de la Unión Soviética por ganar la guerra espacial, la ha llevado a ser un personaje emblemático para la historia de la ciencia y la humanidad.
Con el éxito del lanzamiento de la nave Sputnik I, la Unión Soviética se fue enfrascando cada vez más en una guerra espacial en donde no toleraría que nadie le quitara el título de ser la primera nación en atreverse a experimentar los viajes espaciales. Después de ese primer lanzamiento el 4 de octubre de 1957, Serguéi Koroliov, el ingeniero y diseñador de cohetes soviéticos, preparaba el “Objeto D”, una misión que celebraría el 40 aniversario de la revolución bolchevique, sin embargo, los tiempos no se lograron ajustar y se tuvo que idear un nuevo plan con diseños y objetivos totalmente diferentes.
Tras una reunión con los jefes de diseño de diversos departamentos, Koroliov sembró sobre la mesa una propuesta casi ficticia para su tiempo; mantener en órbita una nave que tuviera en su interior la primera carga biológica, un perro. Ante esta propuesta, el resto del equipo se entusiasmó y comenzó a desarrollar la estrategia para que tan solo cuatro semanas después, ese plan estuviera en órbita.
Ante un primer impulso y después de consolidar la nave, los científicos comenzaron a pensar en qué tipo de perro sería oportuno para abordar el Sputnik 2. Después de analizar la situación, los especialistas llegaron a la conclusión de elegir algún perro de la calle, pues consideraban que tras sufrir las adversidades como lo es el frío, el hambre y más, podrían soportar una travesía de ese estilo.
Debido a las condiciones de la nave, el canino debería de pesar entre 6 y 7 kilos, ser hembra por cuestiones de higiene y tener el pelaje blanco, para que pudiera ser vista de mejor manera en los monitores de la estación. Tres perras fueron las candidatas, por un lado, estaba Albina, una perra con dos vuelos de experiencia, Muja y Laika, dos novatas en el mundo espacial.
Después de someterlos a una serie de pruebas e intervenciones quirúrgicas, el entrenamiento de los perros continúo en Tyuratam.
Cada uno de los elegidos eran colocados dentro de la cabina durante algunas horas de manera diaria para ser adiestrados en el uso del sistema de alimentación. Poco antes de comenzar la fase final de traslado a la plataforma de lanzamiento, se descubrió un grave problema en el sistema de control de vuelo, pero se logró resolver y no hubo problema alguno que afectara en los planes.
Al medio día del 2 de noviembre de 1957, Kudryavka, del ruso “pequeña de pelo rizado”, y que posteriormente sería llamada Laika por su raza, fue colocada en una cabina que le permitía estar parada o recostada, con un sistema regenerador de aire que le proveía oxígeno, comida en forma de gelatina y un sistema que recogía su excremento. Al día siguiente, los motores se encendieron y Laika viajó al espacio, convirtiéndose así en el primer ser vivo en orbitar fuera de la tierra, abriendo las puertas del espacio a los seres humanos.
Después de seis días, el Sputnik 2 apagó sus motores y comenzó a viajar sin ruta en el espacio, siendo así sólo un pedazo de metal bien diseñado. Y aunque el informe de la Unión Soviética argumentaba que la perra continuaba con vida, registrando signos vitales y alimentándose. Sin embargo, la verdad es que Laika había muerto apenas unas horas después del despego, ya que el estrés ocasionado por los ruidos y vibraciones de los motores detuvo el corazón de la “pequeña de pelo rizado”.
Y aunque durante su misión, el Sputnik 2 detectó el cinturón de radiación más externo de la Tierra situado al norte en altas latitudes, lo que hasta ahora sigue conmoviendo a la historia es ese personaje que lo abordó, un personaje blanco con rostro colorido, un personaje de cuatro patas que se sacrificó por la carrera espacial.
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