Por: César Dorado/
A lo largo de su historia, la lucha libre mexicana se ha ido transformando así misma en un deporte lleno de espectáculo y folclore en el que las máscaras, la rivalidad entre rudos y técnicos, la extinción e inauguración de nuevas arenas y la conexión de los luchadores con su público la distingue notablemente de la de otros países.
Pero la lucha mexicana, al menos desde mediados de los años 50 del siglo pasado, no podría conocerse y apreciarse como lo hacemos si no hubiese sido por el trabajo de la fotógrafa Lourdes Grobet quien, a través de 30 años de disparar su cámara, retrató la evolución del deporte en donde se consagraron carreras como las de El Santo, Tinieblas, el Perro Aguayo, Los Brazos y un sinfín de figuras del cuadrilátero.
Inventora de imágenes, Grobet no sólo ayudó a contar la época de oro de la lucha libre mexicana, sino captar con delicadeza otros elementos que narraran la vida de los enmascarados y la gente que asistía a los viejos recintos para alejarse de su cotidianidad con un deporte espectacular donde las mentadas de madre eran la mejor herramienta para desahogar ese estrés.
Desde pequeña, Lourdes se vio fascinada por la lucha, pero la prohibición de su padre para no ir a las arenas la orillaron a romper con la barrera y abrirse paso por su cuenta, en una entrevista cuenta que “con mi cámara al hombro, decidí ir a la Arena Coliseo y sacar algunas fotos. No me imaginé lo que me pasaría, ahí descubrí al verdadero México urbano”.
La fotógrafa, con una perspectiva artística amplia, narró al México moderno a través de la lucha libre, en donde la desigualdad social en la que también estaban inmersos las propias figuras. “De la acción empecé a documentar al público, después a las mujeres, los trabajos que tenían que hacer para completar su ingreso, los bailes, sus casas, las familias con las que compartí comidas hogareñas deliciosas”.
El trabajo de Lourdes Grobet capta la esencia que ha mantenido viva a uno de los espectáculos más importantes para la cultura mexicana, la gente. Desde los niños enmascarados en los llanos de la vieja Nezahualcóyotl, hasta los adultos ilusionados con las funciones donde imperan los azotones, “palomazos”, raquetazos y las pérdidas de máscaras y cabelleras.
En su libro “Espectacular de Lucha Libre” (2005), Carlos Monsiváis escribe que las fotos de Grobet “no queda duda: la lucha libre, con sus cien o ciento diez años en América Latina, no sólo se ha iberoamericanizado a plenitud; también es un género gozosamente arrabalero, donde las fantasías del niño y el adolescente colectivos mantienen su poder encandilador y su ánimo de fiesta”.
La vibra de esas escenas en donde se congelan los famosos “topes” bajo los gritos de miles de personas fascinadas por los colores de las máscaras y las acrobacias, cuenta a la perfección el “deporte de los pobres”; un deporte en donde las emociones están a flor de piel y la atmósfera de las arenas se consagra con la alegría de todos.
Detallista y con alta consciencia social, Grobet llevó a otro plano un deporte que por su propia cuenta ya es espectacular y “mientras sus personajes se inmovilizan en el aire del apretujamiento alrededor del ring” Lourdes tomaba las fotos.
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