Por: Redacción

Una palabra parece separar al cómic de la novela gráfica: prestigio. Aunque como apuntaron Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra, las historietas fueron en México, “silabario, lección de historia, fuente de educación sentimental”, así como acceso a mundos exóticos, desde los años treinta a la mitad de los años cincuenta del siglo pasado.

Las muchas tintas que han corrido, también colores, temáticas y estéticas, desde entonces, han transformado el entretenimiento en intensificación artística, es por ello que la Secretaría de Cultura, a través del Programa Editorial Tierra Adentro, convoca al Primer Premio Nacional de Novela Gráfica Joven 2016.

A propósito, la revista Tierra Adentro dedica su número de julio-agosto, a la Narrativa Gráfica Underground. La escena emergente, con el dossier Narrativa gráfica subterránea, con los textos Dar vuelta a la página. Historia y tendencias del cómic mexicano, de Camila Paz Paredes y Liliana Martínez, La escena underground, de Yecatl Peña y Mapa subterráneo, de Abraham Díaz.

La trayectoria de la narrativa visual que va desde la tira cómica, compañera casi inseparable del periodismo, al cómic, a la novela gráfica, ha sucedido como pasos a desnivel, conectados en la creencia popular, pero inconexos en la realidad, por ello, como anota Paz Paredes, los moneros mexicanos no se sienten parte de una tradición, sino en la labor constante de abrir nuevas rutas. Para entender el discurrir, hay que volver al inicio de esta formidable historia de las historias.

Érase pues que al principio del siglo XX se publicaban en la prensa caricaturas y tiras cómicas, que a pesar de ser prácticamente plagio de las estadounidenses, la reivindicación de lo nacional y el tono de la incipiente sociedad urbana estaban presentes. Pero cuando en 1934 aparece Paquín ocurre la gran transformación impulsada por el éxito que alcanzó; la comercialización de la historieta de manera independiente. El éxito trajo consigo también la proliferación, surgieron, entre muchas otras, Pepín y Chamaco, y de publicación semanal su aparición se volvió diaria.

Sucedía por esos años la alfabetización del país, factor determinante para la popularidad desatada entre niños y adultos por igual, pero sobre todo porque como subraya Paz Paredes, mucha gente aprendió a leer para leer “pepines, el pueblo, recién alfabetizado, lee pepines o no lee nada”.

Lo que estas historietas relataban era la vida cotidiana, ahí aparecían los toros, el futbol, el box, la nota roja; los escenarios de las narraciones eran la cantina, el barrio, el cabaret… quizá por esa suma y por su enorme popularidad, el escritor Efrén Hernández, de acuerdo a la investigación de Aurrecoechea y Bartra, consideraba de terribles consecuencias que fueran leídas, ponían en riesgo, decía, el desarrollo de la mentalidad de los infantes.

“El cómic mexicano de los cuarenta es el más rápido del mundo, se escribe, se dibuja, se publica, se lee y se deshecha con velocidad inigualable”, lo que esto significó para su industria editorial va del enriquecimiento a la esclavitud pasando por prácticas verdaderamente mafiosas, cuya víctima objetiva era el monero.

El estallido que duró casi 20 años comienza a apagarse con la aparición del cómic book, con características diferentes a la de los pepines, algo tan sencillo como la inclusión de la palabra, continuará, acabó con una forma de narrar y con los pepines.

Pero el cómic mantuvo su sitio y relevancia hasta los años setenta, cuando inició el reinado de la televisión. Anota Paz que los monitos no cedieron al embate de los libros, revistas o diarios, sino al arrollador curso de la televisión.

“Catástrofe civilizatoria” provocada también por una dialéctica: mientras las ventas disminuían, lo mismo ocurría con la ropa de las protagonistas de las historietas y de los contenidos, y por la aparición del manga y de los superhéroes estadounidenses.

Ese era el territorio y el panorama que verán surgir a los moneros de los noventa, en especial a Gallito Cómics, con una nueva visión, el cómic anticomercial, antimafia e independiente. La fórmula infalible para conseguirlo: no cobrar. Ni el director, ni el editor, ni los dibujantes, ni el diseñador. “Esfuerzo sin antecedente, heterodoxo, a contracorriente de las políticas culturales”, con importantes triunfos, además del cómic, publicaron la primera novela gráfica editada en México: Operación Bolívar de Edgar Clement, se firmó por primera vez un contrato de regalías del 10% para el autor y aumentaron el tiraje de mil a 5 mil.

Señala Paz Paredes que el viaje ha sido del kiosco a la estantería, la novela gráfica género de compleja definición, ha sido el hilo conductor del cómic de nuestros días. La estructura narrativa de novela desarrolla las historias con los elementos del cómic y del lenguaje visual, la calidad de impresión y encuadernación hacen la diferencia con la tira cómica y las historietas. Estamos, asevera la autora, “en un segundo boom, una nueva generación de comics que nos asombra, que nos sacude el polvo”.

Espacios y dispositivos, bicicletas y moda, delgados y gordos todo parece ir a parar a una palabra/concepto/actitud: lo cool. Esta aspiración generacional a lo relajado, fluido, leve no ha tomado todas las calles y todas las esferas a pesar y contra ello, sigue existiendo lo underground, lo subterráneo, con su carga de fascinación y de aportación a la cultura. Muestra de ello es el fanzine cuya historia aborda el ensayo “La escena underground”.

“Los fanzines son la casa por antonomasia de la nueva narrativa gráfica. Los cómics encuentran un medio de resistencia y de declaración de principios”, escribe Yecatl Peña, pero, advierte, es problemático hablar del zine subterráneo en México, para empezar porque la multiplicidad de sus formas parece resistirse a la clasificación.

Lo que sí podría definir al fanzine es su carácter contracultural, su visión independiente, una forma que construye diálogos entre grupos con poco acceso a la alta cultura, alejada también de las vías de producción y distribución formales.

El origen del fanzine es el rock & roll porque trajo consigo una ruptura y novedad en todos los ámbitos, en los años setenta en México aparecieron La Piedra Rodante y Conecte, publicaciones que mantenían informados sobre el rock a los jóvenes. La necesidad de conectarse, de crear una comunidad a partir de un modo de vida, fue quizá lo que impulsó a generar contenidos literarios. En esa escena apareció Simón Simonazo, el cómic mexicano que presentaba a un grupo de personajes adolescentes y que retrataba las vivencias de quienes estaban en la secundaria en aquellos años, la represión por la forma de vestir, o por vivir en cierto barrio. La distribuían en terrenos baldíos, bodegas o en espacios marginados para conciertos de rock. Se cuenta que Alex Lora apadrinó al cómic en un toquín.

Con los ochenta y el tianguis del Chopo comenzaron a circular el hardcore punk y fanzines extranjeros, el punk mexicano se conectó con el punk de otras partes del mundo. Es importante señalar que estos fanzines tenían también una finalidad de politizar, de intercambiar ideas, contra la opresión y la censura.

Aproximándose a los noventa y con una carga literaria más refinada, aparecen los fanzines literarios contraculturales: Galimatías y Generación y La pus moderna.

Para entender la escena del underground, señala Peña, “es que nunca se ha apelado al crecimiento o al desarrollo clásico de un proyecto editorial. Se mantiene a través de canales que se han automarginado. Todo queda en manos de los artistas: producción, edición, distribución y ganancias”, la autogestión permite abarcar la demanda. La gráfica avanzó desde los afiches para conciertos, hechos bajo la premisa del hazlo tú mismo, hasta establecerse como gráfica underground desde los noventa con pequeñas editoriales independientes cuyo interés principal es precisamente la gráfica. La autoedición, concluye el ensayo, está viva, creciendo, evolucionando.

Ubicar qué está ocurriendo hoy y quiénes lo están haciendo ocurrir, es el propósito del ensayo de Abraham Díaz, Mapa subterráneo. La escena del cómic hoy.

El prefijo auto hermana estas narrativas sean cómics, fanzines o novelas gráficas, es el germen liberador de lo creativo. La gráfica desgarra, horada, genera espacios, festivales, publicaciones y objetos culturales. Desde lo subterráneo mexicano “se ha ido gestando una camada de dibujantes de cómics y artistas gráficos, con la ayuda de internet y la autogestión, han creado vínculos y redes de autoedición a nivel nacional”.

A través de antologías, sesiones de dibujo grupales, conferencias, los colectivos difunden el cómic, eso ha atraído también iniciativas oficiales para incentivarlos.

A manera de mapeo, y sin pretender abarcar lo numeroso de este movimiento, Abraham Díaz presenta a algunos autores y grupos ubicando su trabajo y aportaciones La caricaturista Inés Estrada, quien rejuveneció, primero de manera individual y después con el colectivo Café con leche, la ilustración y el historietismo, Ediciones ¡JOC DOC!, que apuesta por presentar el trabajo de ilustradores y dibujantes con un estilo crudo, crítico y marginal.

Asimismo se encuentran la publicación Zúngale! que desarrolla un proyecto para crear un archivo de historieta mexicana con fines educativos y de investigación. Mono Ebrio Editorial, a inicios de este año, junto con la UNAM-Centro Cultural Morelia, organizó la Primera Semana de la Historieta, enfocada al trabajo de autoedición en México. Ediciones Estridentes, dedicado a promover e impulsar la autopublicación.

Siguen en el listado Urbano Mata, a través del fanzine Ciudad improvisada, ofrece un enfoque, sobre el cinismo, el ego y la estupidez humana. Edén Durán Ochoa, su trabajo abarca el cartonismo, el cómic, la caricatura y la animación. Publica el fanzine Comixx Cotidianos, en el que desde la sátira retrata el folclor de la realidad fronteriza. MOU, personaje clave en el subterráneo regio, su trabajo se mueve entre la psicodelia, la ciencia ficción y la sexualidad.

Imperdible también es la lectura del Archivo Castillo, que celebra los cuarenta años de la publicación de El pobrecito señor X, del poeta jalisciense Ricardo Castillo. Irreverencia y singularidad poética acompañada de piezas de cuatro artistas visuales.