Por: Redacción/
La flor de nochebuena es una de las herencias bioculturales de México con mayor presencia durante las fiestas decembrinas alrededor del mundo. Su historia se remonta a los pueblos originarios de nuestro país. Para los mexicas simbolizaba la pureza y la nueva vida, atributos que retomaron los frailes al colocarla en los Nacimientos, previo a la celebración de la Navidad.
“El amor de nuestros antepasados hacia plantas y flores se revela en la creación de jardines botánicos que albergaban especies maravillosas. Nezahualcóyotl fundó el primero del que se tiene noticia, reunió una espléndida colección y mandó pintar las plantas y flores que no podía obtener para que hubiera constancia de ellas”, refiere Sonia C. Iglesias y Cabrera en el libro Navidades mexicanas, editado por la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas (DGCPIU) de la Secretaría de Cultura.
Reyes mexicas también eran afectos a los jardines botánicos, escribe la antropóloga. La diversidad y belleza de plantas y flores impresionó a los conquistadores españoles, quienes advirtieron los múltiples usos que los indígenas les daban: ornamental, medicinal, como alimento y para ceremonias rituales. Fue el caso de la flor de nochebuena, en náhuatl cuetlaxóchitl, “la flor que se marchita.
Esta flor ritual se empleaba en varias celebraciones del amplio calendario festivo, sobre todo en la fiesta llamada Tlaxochimaco, del noveno mes, dedicada a Huitzilopochtli, el dios de la guerra asociado al Sol.
“La cuetlaxóchitl simbolizaba para los mexicas la pureza y la nueva vida que obtenían los guerreros muertos en batalla. Se pensaba que regresaban a la tierra a libar de la miel de esta planta. Por eso se colocaba en los altares dedicados a los guerreros muertos en cumplimiento de su deber. A menudo, es mencionada en la literatura nahua, especialmente en los cantos de amor y filosofía”, menciona la también lingüista.
Por su parte, Amparo Rincón Pérez, jefa de Arte Popular de la DGCPIU, señala que, entre sus usos, además del ritual, los aztecas la cultivaban para extraer de sus pétalos machacados tinta para sus textiles y cueros, mezclados con la resina de los pinos -oxtle- y otros elementos. Además, a través del empleo de cataplasmas o fomentos, su sabia era aprovechada en el tratamiento de fiebres y algunas enfermedades de la piel.
De acuerdo con las experiencias del médico y botánico español Francisco Hernández de Toledo, en el siglo XVI la nochebuena también se empleaba para aumentar la leche en las mujeres que amamantaban.
Iglesias y Cabrera refiere que esta planta es originaria de un poblado (ahora desaparecido) denominado Cuetlaxochitlán, cercano a Taxco, en el estado de Guerrero, dándose en clima cálido durante los meses de noviembre y diciembre.
Durante la Colonia, los misioneros franciscanos la utilizaron para adornar las iglesias y belenes aprovechado su anterior uso ritual y observando que su florecimiento -el encendido color rojo de las hojas- sucedía durante las festividades decembrinas.
La internacionalización de la nochebuena, también conocida como flor de pascua, flor de fuego, santa Catarina, catalina y bandera, entre otras denominaciones, sucedió en el siglo XIX, cuando Joel Poinsett, botánico y primer embajador norteamericano en México, la llevó a su pueblo natal, Charleston, en Carolina del Sur, donde pronto se aclimató y se difundió por los demás estados de la Unión Americana, para después llegar a Europa.
A decir de Iglesias y Cabrera, Poinsett nunca mencionó que fuera una flor mexicana, y durante mucho tiempo se pensó que su origen era norteamericano; incluso uno de los nombres con que se le conoce es Poinsettia pulcherrima. Hoy en día los horticultores han desarrollado otras variedades de la nochebuena, con hibridaciones que dan como resultado tonalidades como el amarillo, rosado, durazno, rojos más vivos o jaspeados.
Millones de hogares y espacios públicos son adornados con la flor de nochebuena, emblema de México y símbolo en todo el mundo durante las celebraciones decembrinas.
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