Autor: Denisse Salinas Marroquín

El agua, incesante, caía sobre el concreto. El cielo estaba tapizado de nubes oscuras. El agua se acumulaba y las calles cubiertas, se volvieron arroyos. Durante hora y media una lluvia torrencial cayó sobre el Distrito Federal.

Así recibió la ciudad al monolito que se le conoce como Tláloc, la deidad de la lluvia que fue traído desde San Miguel Coatlinchán, estado de México, el 16 de abril de 1964.

La piedra, llegó a la Ciudad de México para pertenecer al Museo Nacional de Antropología e Historia. Se encuentra resguardando la entrada del mismo, pues así lo decidió el Consejo de Planeación e Instalación del Museo durante los trabajos de construcción. En primera instancia se contempló instalarlo frente a la Sala Mexica, pero por su gran tamaño y el concepto museográfico optaron por colocar el monolito a la entrada del recinto.
Chalchiuhtlicue, agua que fluye en la tierra

Tláloc es la lluvia y es el trueno, las nubes y los rayos, los relámpagos. Tláloc, es benefactor y destructor. Tláloc, compañero de los cuatro vientos y de los cuatro tiempos del año.
Chalchiuhtlicue es fuerza y poder del agua que fluye, dueña de la vida y madre de la fertilidad, escencia femenina, dualidad de Tláloc.

La piedra de los tecomates, como conocen en Coatlinchán al monolito, formaba parte de la vida cotidiana de sus pobladores hasta que el presidente Adolfo López Mateos pidió su traslado a la ciudad.

Para el pueblo el monolito es Chalchiuhtlicue. Ellos realizaban misas de rogación a los dioses del agua, en los manantiales y en el lugar de la piedra. Son misas católicas para pedir agua a los dioses prehispánicos.

Entre los rituales alrededor de las deidades del agua, en Coatlinchán llevaban a cabo paseos donde particiban los más jóvenes: las niñas recogían flores por toda la calzada que llevaba a la piedra mientras que los niños recolectaban semillas; las flores para Chalchiuhtlicue y las semillas para Tláloc con la finalidad de la purificación de flores y semillas.

“Mi primer paseo para mi fue realmente impresionante, íbamos con unas señoritas muy metódicas, nosotras cortábamos las flores, subíamos y las colocabamos como en su turbante y tomabamos agua de los tecomates” narra Guadalupe Villareal, pobladora de Coatlinchán.

Los tecomates se refieren a jícaras o vasos y proviene de la palabra nahuatl tecomatl. Se dice que los 12 tecomates que tiene Chalchiuhtlicue en su pecho representan 12 chichis de agua o bien los manantiales del monte Tláloc.

“La gente dice que Tláloc es el señor de las aguas celestes, el que nos trae la lluvia, está allá arriba cerca del cielo y Chalchiuhtlicue donde termina la sierra en una cañada, en un lugar sagrado, místico y energético”, explicó Gudalaupe Villareal, que también es autora del libro “Chalchiuhtlicue”, La piedra de los tecomates.

Se desconoce quiénes construyeron este monolito, que es el más grande de América y el quinto de los más grandes del mundo.

Foto. INAH.- El monolito de Tlaloc, en Cuatlinchan antes de ser trasladado a la Ciudad de México en 1964.

Foto. INAH.- El monolito de Tlaloc, en Cuatlinchan antes de ser trasladado a la Ciudad de México en 1964.

Guadalupe describe la relación Tláloc-Chalchiutlicue como: “ella aquí abajo, y él allá arriba. Unidos por una serpiente de agua que baja desde el monte Tláloc. Ella donde comienzan los valles, la agricultura. Entonces ella, era la madre de las aguas terrestres y de la fertilidad”.

La noche que Coatlinchán no durmió
¡Se la van a llevar!

A finales de 1962 el delegado de la comunidad, Bernardo Buendía, convocó a una reunión con los principales señores del pueblo.

“Mi tío Bernardo les dijo que vinieron del gobierno para llevarse la piedra, los principales del pueblo dijeron: ¡no, como se la van a llevar, no no” cuenta la maestra Guadalupe.

El presidente Adolfo López Mateos ordenó que trasladaran el monolito de Tláloc, que se encontraba en Coatlinchán para que fuera pieza importante del MNAH.

Representantes del gobierno federal fueron a Coatlinchán para informarle al pueblo del traslado del monolito, al que ellos se referían como tláloc, para el nuevo museo en la ciudad.

-Ah, se van a llevar a Tláloc, bueno pues sí lo encuentran. Recuerda Guadalupe que alguien expresó en la asamblea.

En Coatlinchán consideran que a Tláloc lo escondieron en algún lugar de la sierra para protegerlo de los españoles en la época de la conquista.

De acuerdo al libro “Chalchiuhtlicue”, la piedra de los tecomates se realizaron varias asambleas en el pueblo en las que se negaron rotundamente al traslado de su diosa.

A pesar de la negativa de los habitantes del pueblo, en 1963 se comenzaron los trabajos para lograr el traslado. Fueron supervisados por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, que era el director del proyecto de construcción del museo, el ingeniero Enrique del Valle Prieto, el arquitecto-arqueólogo Ricardo de la Robina y el arqueólogo Luis Aveleyra Arroyo de Anda.

“En ese año comenzaron el deteriorio más cruel en la cañada del agua. Abrieron el camino, dinamitaron”. Recuerda Villareal.

En febrero 1964 Coatlinchán vio como llegaba una enorme plataforma para llevarse a la piedra de 167.055 toneladas y siete metros de alto. El pueblo se opuso a que entrara hasta la Cañada del Agua.

Al repique de las campanas de la iglesia, hombres y mujeres de todas las edades acudieron a impedir que los despojaran de su diosa.

Armados solamente con picos, marros, y herramientas usadas en la agricultura, la mitad del pueblo fue al lugar de la piedra para liberar a la diosa de los cables de acero y viguetas en las que la habían montado, mientras que la otra mitad acudió a destruir los trailers y la plataforma.

Trabajaron durante toda la noche para regresar la Piedra de los Tecomates a su lugar, rompiendo poco a poco la estructura que la sostenía.

Esa noche Coatlinchán no durmió.

A la madrugada un golpe muy fuerte estremeció el suelo del pueblo, el sonido fue ensordecedor. Habían logrado regresar a Chalchiuhtlicue al suelo, donde siempre estuvo.
“El pueblo escondió todos los materiales para que no intentaran llevarsela, entre ellos cajas y cajas de dinamitas” recuerda la maestra Guadalupe.

Adiós a la diosa
El ejército entró a Coatlinchán. Eran las 10 de la mañana, después de la noche sin sueño en el que rescataron a la Piedra de los Tecomates.

“Mal necesario” comenta Guadalupe, “llegaron a sacar a todos, como bandidos, como lo peor y sometieron al pueblo. Durante un mes estuvo el pueblo en manos del gobierno”.

“Si se la llevan, la dinamitamos” se rumoraba en el pueblo. En donde sea: “Si se la llevan, la dinamitamos”. Los niños en la escuela: “Si se la llevan, la dinamitamos”.
Guadalupe Villarreal cuenta “mi tía era la directora de la primaria y le dijeron: sabe qué maestra, sáquele la verdad a los niños”.

La maestra, Feliza Galicia, accedió, pero a cambió pidió que construyeran un edificio nuevo para la primaria Ignacio Allende, que pronto comenzaron a levantar.
El gobierno también construyó una clínica para que el pueblo de Coatlinchán dejara que se llevaran a Tláloc, como ellos conocían a la piedra.

“Acudieron a las comadronas y les preguntaron, ¿qué quieren?, y ellas respondieron ah, pues hagan una clínica” narra Villarreal.
-¡SE LLEVAN LA PIEDRA!
“Salió la piedra rodeada de soldados, no dejaban acercarse a nadie”

Las mujeres rezaban, los niños lloraban y el pueblo sólo pudo ver cómo su diosa se alejaba montada en una gran plataforma.

Foto: INAH.- Trasladao del monolito de Tlaloc, aunque los habitamntes aseguran que en realidad se trata Chalchiuhtlicue, y Tlaloc sigue enterrado en esa comunidad.

Foto: INAH.- Trasladao del monolito de Tlaloc, aunque los habitamntes aseguran que en realidad se trata Chalchiuhtlicue, y Tlaloc sigue enterrado en esa comunidad.

Para que el monolito llegara al Museo Nacional de Antropología e Historia se abrieron caminos, una carretera amplía, se quitaron cables de luz. Además se construyó una plataforma especial que era jalada por dos tractocamiones, y un armazón de acero que permitó levantar la piedra.

Entró a la ciudad como Tláloc pues el arqueologo Leopoldo Batres, y los involucrados en el proyecto de la construcción del MNAH lo identifican como Tláloc, a pesar de que en Coatlinchán la piedra es conocida como Chalchiuhtlicue.

La representación de esta deidad, atraía curiosos, arquéologos y turistas y era el principal atractivo del pueblo y fuente de ingresos a los comerciantes, además que era importante para la vida religiosa del pueblo.

Los habitantes de Coatlinchán afirman que desde que la diosa no está ahí, las lluvias han disminuido pues antes el agua bajaba de la sierra y recorría las calles del pueblo.

“Y lloraremos por una gota de agua” Dice Guadalupe Villarreal que estas eran las palabras que se escuchaban cuando se llevaron a la diosa de las aguas terrestres.

Al pueblo le prometieron muchas cosas a cambio de la Piedra de los Tecomates, entre ellas, una réplica del monolito, pero no fue hasta mayo de 2007, que después de mucha insistencia, el pueblo de San Miguel Coatlinchán la recibió. A la inauguración de la plaza central, donde la ubicaron, acudió el entonces gobernador del Edomex, Enrique Peña Nieto,

En Coatlinchán se ha ido perdiendo la cercanía a la diosa prehispánica, sin embargo todavía se celebran las misas de rogación que realizan cada año en el lugar de la piedra, en la Cañada del Agua. Actualmente en el pueblo un grupo cultural trabaja para conservar el lugar donde se encontraba la piedra de los tecomates y así poder seguir realizando el culto a la deidad prehispánica.