Por: Redacción
Jorge Correa, considerado el padre del Teatro Penitenciario en México, ha trabajado durante 37 años años con las personas privadas de su libertad. Ha logrado algo que se antoja imposible: desarrollar su labor prácticamente en todos los penales del país, con los reos de más alta peligrosidad, a quienes involucra en todo el quehacer teatral, como una forma de liberación.
A pesar de dedicarse al teatro en reclusión, dijo en entrevista con la Secretaría de Cultura, “me exijo que mis trabajos sean muy profesionales teatralmente hablando y con mucho contenido social, de desarrollo del interno para su reinserción. Yo ya no hago teatro por hacer teatro o por divertimento o por simple programa de entretenimiento que tienes en tus actividades culturales”.
Una persona en reclusión, cuando es tocada por el teatro, -dijo-, puede sanar al sacar toda su carga emocional a través de un personaje. Por eso se pronuncia en contra de los “pseudogrupos de teatro penitenciario”, tan de moda desde hace unos cuantos años.
Mi trabajo es de rehabilitación, el trabajo de teatro en pro de una salida sana, digna, humana y con un cambio de personalidad y de conducta, expuso Jorge Correa.
Gracias a su labor, hace dos años, por primera vez logró hacer que el teatro penitenciario llegara al Festival Internacional Cervantino, donde montó Hamlet con los internos del Cefereso No. 12.
En 2016 pensaba regresar a Guanajuato para poner en escena un Quijote muy especial, una adaptación propia que aborda las condiciones de prisión y conceptos de Miguel de Cervantes como la libertad y la justicia.
“Traía un ritmo impresionante este año”, comentó el director teatral y es que a inicios de este 2016 estuvo en el Cefereso 16, ubicado en el límite de Morelos y Guerrero, en el que se encuentran recluidas mujeres que cometieron delitos para el crimen organizado.
Ahí, pensaba llevar a escena Qué plantón, la comedia musical de Guillermo Méndez, pero por cuestiones administrativas se canceló el proyecto. Sin embargo, continuó en Morelos, pues a invitación del gobernador de la entidad, Graco Ramírez, fue al Cereso de Atlacholoaya para montar Bodas de sangre de Federico García Lorca.
La puesta en escena, dijo, fue todo un éxito, pues jamás se había fusionado a hombres y mujeres en un proyecto de este tipo por la cuestión de riesgo, sobre todo en Morelos que tiene en reclusión a integrantes de bandas de secuestradores, pero gracias a la trayectoria de Jorge Correa y su manejo de grupos, se pudo concretar.
A la par de este montaje, también en Morelos y a invitación del DIF estatal y el Instituto Morelense de la Radio y la Televisión, comenzó a trabajar en un programa de prevención del delito en zonas de alto riesgo, como es la vieja estación del tren de esa entidad.
Ahí, convocó a señoras, niños de la calle, teporochos e indigentes para armar historias auténticas de lo que sucede en el país. “No nos andamos por las ramas, vamos a hablar directamente de los problemas sociales que se están viviendo no sólo en Morelos, sino en todo México”.
Después de tantos años dedicados al teatro penitenciario, Jorge Correa señaló que hacer teatro preventivo es como “una gran bocanada de aire puro” y aunque esta iniciativa quedó en pausa por sus problemas de salud, espera retomarlo y poder concluirlo muy dignamente.
Ahora, tras su regreso a la actividad laboral, el considerado Padre del Teatro Penitenciario espera poder llevar el teatro al Centro de Readaptación Psicosocial para Enfermos Mentales y “tener la oportunidad de hacer otro tipo de trabajo, que implica otro tipo de riesgo, otro tipo de desgaste, pero que en lo personal, me llenaría de satisfacción porque es gente vulnerable que hay que manejar de otra manera, humana, actoral”.
Jorge Correa también espera poder echar a andar su propia compañía a nivel nacional con personas que ya recuperaron su libertad y así “hacer teatro ex penitenciario o como yo le llamo, presos del teatro”, para realizar una verdadera campaña de prevención del delito, no con muñequitos de plástico, sino con personas que pueden mostrar a la sociedad cómo está de cruel la situación.
Y es que, dijo, en estos años ha descubierto que en prisión hay una veta enorme de talento y muchos de ellos, cuando salen, carecen de oportunidades por el estigma de haber estado en reclusión.
Por ello, la compañía representaría obras escritas por ellos mismos, con sus vivencias, para que los demás no cometan los mismos errores. “Ya no teatro de autores universales, sino teatro auténticamente personal, teatro de dolor, teatro-teatro, teatro de la vida”.
Porque el suyo, reiteró, no es teatro de divertimento. “No le juego al teatro, siempre escojo obras que tengan contenido específico para poder encaminar y hacer reflexionar tanto al espectador como a mi grupo de teatro. Esto es general, no quiero llevar al público que pague un dinero, se ría y diga vengo a ver a los matones, salí muy contento porque estuve viendo equis obra y ya estoy de regreso”.
Ahora, Jorge Correa buscará el apoyo de las diversas instancias como las secretarías de Gobernación, Cultura y Educación Pública, además del Instituto Nacional de Bellas Artes e incluso de la iniciativa privada, a través de un mecenas, a fin de poder conformar un grupo “hecho actoralmente hablando y humanamente ya corregido”, donde quienes han recuperado su libertad representen su propia vida, su propio dolor.
Así también mostrará a la sociedad que sí se puede rehabilitar a quienes han delinquido a través del teatro. Se trata de un compromiso social por lo que continuará en esta actividad, dijo, hasta que el cuerpo aguante.
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