Por: Redacción/
Aunque se suele decir que México es un país con una de las tradiciones artísticas más importantes del mundo, es cierto también que varios de sus artistas se han enfrentado a lo largo de su vida creativa a la marginación, la segregación, el desprecio de las élites culturales y sus sistemas de distribución y, finalmente, al desinterés del público.
No obstante, México sigue siendo un territorio de poetas que enriquecen las posibilidades del verso, del poema y de la expresión verbal con diferentes propuestas estéticas, distintos desafíos, subversión de tradiciones, invención de nuevos horizontes y lenguajes personales, usualmente acompañados de militancias políticas, activismos, defensas de valores éticos en una sociedad problemática, amenazada por la violencia.
Es el caso de los poetas que integran el Archivo Negro de la Poesía Mexicana, una colección de veinte autores que formaron los editores del sello independiente Malpaís. La colección consta de dos series de diez poetas cada una, la primera publicada en 2015 y la segunda en 2018.
“Se trata de una colección que busca salirse de esa lectura vertical, canónica, que se realiza de nuestra literatura y de nuestra poesía”, explica en conversación con la Secretaría de Cultura el editor de Malpaís y también poeta Iván Cruz Osorio.
“Queremos dar una visión horizontal de la poesía mexicana escrita durante el siglo XX. Archivo Negro de la Poesía Mexicana provoca algo en los lectores, les dice: ‘hay algo más, no les contaron la historia completa’. Es verdad: hay algo más, mucho más. Autores en verdad fascinantes, que no han sido estudiados y que son inclasificables hasta ahora. Poetas como Ramón Martínez Ocaranza, Miguel Guardia, Jaime Reyes, Alaíde Foppa, Carlos Isla, Jesús Arellano. Son piezas imprescindibles de nuestra lírica y que aportan con su voz un coro inédito en nuestra poesía”.
A algunos de los integrantes del archivo, como Concha Urquiza y Carlos Isla, una muerte súbita los dejó en el limbo. Otros fueron orillados al ostracismo por un aparato cultural que “con toda alevosía” los borra del panorama, como al experimental Jesús Arellano, “quien cometió el delito de combatir argumentativamente la corrupción de escritores en aviadurías y tener acaloradas discusiones ideológicas con Octavio Paz”.
Problemas parecidos enfrentaron Kyn Taniya y Salvador Gallardo, integrantes de Los Estridentisas, grupo de poetas en oposición a los afrancesantes Contemporáneos. Además de la marginación, estos estridentistas “se inclinaron posteriormente a la gestión cultural y al servicio exterior, dejando al garete su obra poética”.
Cruz Osorio opina que en México las antologías, algunas clásicas como la que publicaron en 1966 Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco, Poesía en movimiento, han funcionado como formadoras de un panorama vertical y operan como mecanismos de segregación, como sistemas “que parecen más censos de poetas que antologías didácticas”.
Como ejemplo menciona a la guatemalteca exiliada en México Alaíde Foppa, “mucho más feminista que Rosario Castellanos, quien es la escritora de avanzada y canónica, pero resulta que Foppa es la primera en crear un programa de radio feminista, la primera revista feminista, el primer seminario feminista, el primer poema emblemático feminista”.
A la recuperación de estos protagonistas culturales, contribuyentes a la formación de nuestra identidad poética y política, ciudadana, apunta el Archivo Negro.
“En esta colección hay libros con una tradición formal clásica, como el soneto, la égloga, pero es lo menos, también encontramos autores que ya utilizan al libro como un soporte a punto de expirar para su estética y postura poética, tal es el caso de El canto del gallo. Poelectrones, de Jesús Arellano, y Maquinaciones, de Carlos Isla. Ambas propuestas pugnan por sacar a los poemas del soporte libro y llevarlo a una computadora o cortar las hojas y hacer papiroflexia. Puedes hallar distintos caminos en estos libros”.
Lecturas novedosas de la poesía mexicana han comenzado a deponer al canon totémico e indiscutible conformado en torno a autores consagrados como Octavio Paz y Jaime Sabines, valora Cruz Osorio. Y agrega que hoy son necesarios referentes como Ulises Carrión, Felipe Ehrenberg, Max Rojas, Abigael Bohórquez, Mario Santiago Papasquiaro.
Sobre la labor editorial del Estado, Cruz Osorio destaca las virtudes de la colección Lecturas Mexicanas, que tuvo tres series, arrancó en la Secretaría de Educación Pública (SEP) y terminó en manos del entonces Conaculta, con publicaciones durante los años ochenta, noventa y apariciones esporádicas en los 2000.
Quienes estén interesados en acercarse al Archivo Negro de la Poesía Mexicana se encontrarán con una primera serie agotada. La segunda serie se puede adquirir en librerías de la Ciudad de México como Cafeleería, Murciélaga Librería, Casa Tomada, Librería Jorge Cuesta o la Librería de la Escuela Mexicana de Escritores.
En Puebla puede adquirirse en Profética; en Oaxaca, en Labradería; en Guanajuato, en La Librería. Los interesados en el resto del país pueden visitar la tienda en línea:
https://www.kichink.com/stores/malpais-ediciones
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