Por: César Dorado/
Desde calles antes de llegar a El Plaza Condesa, ya se sentía esa energía cargada de furia y entusiasmo punk que no sólo se veía representada en los rostros de los adultos, sino también de pequeños amantes de esos sonidos que ochenteros; camisetas, gorras, pulseras, chamarras y posters firmados dejaban ver que esa noche, Ilegales contaría con un público mexicano muy fiel que corearía sus letras entre empujones, litros de cerveza y cientos de voces enardecidas.
Algunos llegaban solos, quizá venían de trabajar o alguna reunión con la familia porque no les dio tiempo de vestirse diferentes, pero ese arete negro que se pusieron en el tianguis del chopo hace 30 años sigue ahí, representando la rebeldía punk que a sus padres disgustaba.
Otros tantos sacaron sus chalecos y chamarras de piel, repletas de estoperoles y manchas de cada uno de esos conciertos a los que han asistido para ver a su banda de juventud, siempre acompañadas de unas eternas Dr Martens negras, rojas, cafés o bien, algunas extravagantes de color amarillo o púrpura, porque hay que volver a sentirse como en aquellos años.
Con la primera cerveza de la noche, los padres preferían estar lejos del escenario porque la edad ya no te dejaba acercarte tanto, pero los pequeños, aquellos pequeños a quienes les enseñaron a escuchar la música con la que ellos crecieron, preferían estar cerca para disfrutar mejor el concierto. Mimetizados como sus padres, los pequeños portaban con orgullo aquellas botas y esa chamarra de piel con la que comenzaban a escribir su propia historia de rock punk.
La hora se acercaba, algunos continuaban afuera comiendo o tomándose alguna cerveza mientras compraban souvenirs o esperaban a “la banda”-refiriéndose a su grupo de amigos- con la que disfrutarían mejor ese concierto.
Las mohicanas comenzaban a moverse, dando a la sala un alucinante colorido, una vibra demencial de lo que cada ocho días se puede ver en el chopo, pero ahora en una locación ubicada en la colonia Condesa.
Todo se obscureció y algunas voces inundaron el lugar, coros siniestros anunciaban la llegada de cada uno de los integrantes. Salió Willy Vijande, con lentes obscuros, continuaba Jaime Beláustegui, nervioso y serio, Mike Vergara, el más joven de todos y por fin, bajo el grito enardecido de sus fans, hizo presencia Jorge Ilegal Martínez, acompañado de una Fender Stratocaster rosa y una camiseta a rayas que mantenía los ojos de todos incrustados en él.
El concierto comenzó y la gente saltaba, a los niños no les dio miedo estar en el centro y hasta adelante, pues sus padres los cargaban en hombros y, mientras los punks lucían sus mohicanas de colores como si de pavorreales se tratase haciendo sentir a El Plaza como un verdadero club underground inglés, aquellos pequeños le daban a todo el ambiente una vibra de ternura mientras los espectadores los veían sonriendo.
El slam comenzó y la cerveza se veía flotar por todas partes, ya estando ahí, aquellos que se veían alejados del resto, decidieron entrarle, sin importar que no fueran vestidos para “la ocasión”. Los guitarrazos de Jorge y el estilo sereno de Vijange hacían que todos entraran en armonía para gritar las canciones. Aquellos padres acompañados de sus esposas e hijas adolescentes-también amantes del punk- se les quitó la vergüenza y con el calor de sus chamarras boomber se movían al estilo de una lagartija incendiada por un niño travieso.
No importaba el disco y el sencillo, todas las canciones se consagraban como himno, como verdaderos gritos de guerra en donde moraba la nostalgia de recordar aquellos años, porque el tiempo no pasó por El Plaza y todos disfrutaban de “Hacer mucho ruido”.
Y aunque por algunos momentos, los punks no soportaron la tensión de ver quién lucía la mejor mohicana y comenzaron una riña al son de Ilegales, todo fue un momento pasajero y de nuevo imperó la calma con buena música.
Todos bailaban, brincaban y algunos otros se sentaban porque el alcohol les había ganado la batalla. Las parejas se miraban a los ojos y posteriormente, con la ternura de cuando se conocieron, se daban un pequeño beso dentro de la atmósfera del “Para Siempre”, porque lo que dijo Jorge Ilegal era cierto “estamos hechos del pasado y del futuro y tenemos que disfrutar el presente”.
El ambiente era de los Punk y de los “rockers”, quienes en armonía también reflexionaban las letras de demanda social de Ilegales, porque ese es su sello, ese es su verdadero espíritu punk, hacer vibrar y sentir al mundo con su música a través de mover la consciencia de la gente, a través de romper las barreras de lo que está bien y de lo que no, porque como en “Mi amigo Omar” qué tiene de malo ser homosexual, qué tiene de malo recordar aquellos años a través de un cántico que hace sentir viva a la gente. Así, entre todo ese ambiente nostálgico, Ilegales hizo de El Plaza y toda su gente una noche de muerte, una noche de muerte punk rock.
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