Por: Miguel Báez
En un edificio sumido entre la magnitud circundante de grandes construcciones y estructuras metálicas, se esconde lo que alguna vez fue una estación de bomberos. Una edificación de tres pisos y detalles ambiguos nacionalistas y de Art Decó. En la esquina de Revillagigedo e Independencia se yergue el Museo de Arte Popular (MAP), una construcción resplandeciente por los días, camuflada y grisácea en las noches oculta detrás del gran hotel Hilton. Sólo en los arcos que dan a la calle se vislumbran llamativos colores de artesanías y cartonería que hablan de la presencia de este recinto.
Al cruzar un transparente umbral se vislumbra uno de los más de 300 alebrijes monumentales que recorrerán las calles de 5 de mayo, Juárez y Reforma el próximo 17 de octubre como se ha venido haciendo ya por 9 años, actividad por la que el MAP es conocido.
Museo de Arte Popular Foto: México es Cultura (CONACULTA)
En el interior, se encuentra Benjamín Huerta, un joven de apariencia reservada pero decidida, con destellos de alegría y sonrisas nerviosas en su rostro, que ocultan lo que su boca no le permite decir. Fija su mirada en el suelo, mueve sus manos y su cabeza al asentir o explicar sobre “los monstruos que salen de su cabeza”.
Benjamín practicó cartonería en el taller del FARO (Fábrica de Artes y Oficios) de Oriente, y ha mostrado piezas de su autoría en Londres. Participará en el desfile próximo. Charló con MugsNoticias a propósito de su trabajo y de las implicaciones culturales y personales que acechan a los alebrijes.
¿Fue por azar que empezaste a construir alebrijes en el FARO de Oriente o a ti te llamaban la atención?
De hecho fueron un descubrimiento para mí porque tengo un hermano que se llama René, y que me inspira mucho porque el sabe dibujar. Fue como un ejemplo a seguir. En el momento en el que yo acabé de estudiar la prepa, no logré hacer examen a la universidad, y en ese momento me iba a meter a trabajar para no estar en mi casa y un compañero me mencionó de la existencia de FARO de Oriente. Me dijo que me metiera ahí, que era un lugar donde enseñaban oficios. Entonces decidí acudir y al llegar, cartonería y alebrijes sonó interesante, por el hecho de que ya no sólo era un trazo en el papel sino que lo iba a poder construir.
Cuando entré no iba a hacer alebrijes. Quería construir mis dibujos en tercera dimensión pero se me facilitó la pintura, que es por lo que yo soy conocido en FARO. Anteriormente realizaba mis dibujos sólo en blanco y negro y con pluma, pero al tener una pieza en tercera dimensión y al empezar a ponerle pintura, se me facilitó mucho hacer este tipo de machas grecas y diseños tribales y a saber integrar inconscientemente los colores. Siempre me preguntan cómo le hago para mezclarlos.
Les digo que es algo que ya tengo, aunque realmente no lo sabía. Fue natural ir mezclando los colores y que tuvieran armonía.
Foto: Museo de Arte Popular
¿En el bachillerato alguna vez supiste de los alebrijes o sólo te gustaba dibujar?
En la preparatoria era el típico, siempre lo digo y lo seguiré diciendo, el que se pone a dibujar a los maestros en caricatura y se los pasa a todos los compañeros para que se burlen (risas) lo llegué a hacer varias veces.
Cabe decir que no por hacer los dibujos de los maestros fuera un mal estudiante, sino que simplemente enseñaban cosas que ya sabía, y al momento de aburrirme, mejor me ponía a dibujar, porque siempre tenía buenas notas, pero no sabía que rumbo tomaría mi vida, a lo que me iba a dedicar, hasta que entré a FARO de Oriente y me di cuenta que me gustan las artes.
No te quedaste en la universidad. ¿Qué pensaron tus padres sobre eso?
Ni siquiera pude hacer el examen a la universidad. Mi madre me presionaba mucho, me decía: “No te quiero ver aquí, quiero que te metas a trabajar, si no vas a estudiar”. Mi padre me decía “Pues en este momento que no puedes estudiar, lo que te gusta hazlo y trata de ser siempre el mejor en lo que hagas, sea lo que sea, así seas barrendero, se el mejor barrendero”. Mi padre me apoyó siempre en lo que yo decidí hacer.
Al entrar al taller ellos pensaron: “Bueno, al menos está haciendo algo”. A la hora de hacer el primer alebrije, con el que ganamos primer lugar, mi padre sintió mucho orgullo. Al año siguiente me patrocinó mi padre y obtuvimos mención honorífica. A partir de entonces cambió su perspectiva. Mi hermano era “el artista” y yo no brillaba, en ese momento fue lo mío, no tanto dibujar ni esculpir cosas realistas sino esta parte que es más abstracta de los alebrijes.
¿Cuándo comenzaste el taller, alguna vez pensaste que alguna pieza tuya iba a llegar al extranjero?
No, de hecho si me sorprendí mucho incluso estando en Londres, no me la creía la verdad (risas) es una experiencia bastante buena que te hace creer en ti, porque muchas veces uno se hace menos. Aunque sepas hacer las cosas quieres más y más aunque la gente te diga que eres bueno, no te lo crees y ese fue un momento en el que dije, sí soy bueno. Yo creo que es parte de la modestia que los artesanos tenemos (risas).
¿Hay alguna influencia, literaria, musical, cultural, en lo que haces? ¿Algún libro que leíste, algún personaje del que supiste, ha influido?
Me gustan mucho las películas animadas pero no creo que influya. Me gusta lo visual, lo que crean otras personas, observarlo, ver las formas y texturas. Pero principalmente me baso en los momentos de mi vida. Cada pieza que hemos realizado, tiene un significado personal y sí lo ocupo para dejar ir pensamientos negativos, como catarsis y sacar lo malo. Desde pequeño era muy enojón, soy, pero trato de canalizarlo y a la hora de hacer alebrijes es como sacar esa parte negativa.
Foto: Museo de Arte Popular
La gente no lo sabe, los ven como algo festivo algo alegre y mas ahora que tendrán luz, y que estarán en la noche, en Reforma iluminados, pero para ti, que es la liberación de varias cosas que te han sucedido, ¿Crees que los alebrijes que haces son como tus propios demonios?
Uno no lo hace conscientemente. Muchas veces escuché ese comentario de que los alebrijes son nuestros demonios y a mí me fastidiaba. Decía “No, son alegres”. Yo creo que eso fue en el inicio, cuando los conocí, cuando no era consciente de lo que hacía. Era más psicológico y era mi inconsciente el que trabajaba.
Pero ahora que he ido haciendo más piezas, me he dado cuenta que realmente sí, son demonios que uno transforma, y al momento de darles color como que los alegra. Es una parte negativa a la que se le da color, para que no se vea tan feo y así se pueda presentar ante la gente. Es simbólico. Decirle a la gente, tengo esta parte negativa pero la puedo volver estética para que a ustedes les guste.
Tú los pintas y los ves terminados pero en el momento en el que los construyes ¿nunca los has visto y te has asustado de lo que haces?. Nunca has pensado: “¿Qué estoy haciendo? ¿Esto es muy agresivo?, ¿estos picos hablan mucho de lo que me enoja o de lo que me pasó?
Nunca me ha pasado, de hecho yo siempre quiero presentar algo meramente estético. Considero que me falta mucho para llegar a la estética que tengo en mente pero principalmente pienso en sacar algo malo y convertirlo en algo bueno. Nunca he visto esa agresividad.
Me di cuenta cuando una señora que se llama Mary que vende fuera del FARO de Oriente, que decía: “A mí no me gustan los alebrijes porque son feos y me dan miedo” yo creo que a raíz de ese comentario traté de hacerlos de otra forma para que no se vieran agresivos. Gracias a esa señora hago mis alebrijes de tal modo que se vean bellos para que personas como ella digan, bueno, sí me gustan. Que no vean puro horror. Que no digan, están demoniacos o algo por el estilo cuando lo que yo quiero es transmitir algo bonito.
Foto: Mugs Noticias
Los alebrijes fueron creados por Pedro Linares en un “sueño de muerte” y fueron realizados por antiguos artesanos oaxaqueños, ¿tú qué piensas sobre como ellos concebían la muerte ¿Tú, como artesano de estas figuras, como describirías la relación de la muerte con los alebrijes?
Es un tema que nunca toco (risas). He escuchado a mucha gente decir que no le tiene miedo a la muerte, yo no comparto esa opinión. Yo sí le tengo miedo a la muerte cuando era niño, me ponía pensar: “¿Qué tal que muere mi padre, a dónde se va?”. Yo no creo en la cuestión religiosa del cielo y el infierno, ni en la vida después de la muerte. No es precisamente un miedo hacia la muerte, sino que te acabas, te apagas, quizá no sientas nada, pero es lo que a mí me atemoriza. He tenido noches en las que pienso: “¿Y si me muero?”.
Creo que eso es a lo que ha jugado el mexicano toda la vida, haciéndose el macho y diciendo: No le tengo miedo a la muerte, pero realmente sí le tenemos miedo, sólo que no se lo expresamos a los demás y hacemos este juego de calaveras coloridas, burlas, calaveritas literarias, como para afrontar este miedo.
Es como con los alebrijes, sacar el miedo y transformarlo en algo bello.
La muerte y los alebrijes pueden ir de la mano. Es jugar con algo triste y convertirlo en algo alegre. ¿Por qué sólo ver lo negativo, si se puede convertir en algo alegre? Los demás dicen que vives en una burbuja cuando en realidad te estás divirtiendo.
Los mexicanos somos muy alegres, y lo viví en Londres, las personas de allá son muy serias y frías. Yo percibí un ambiente gris que realmente no me gustó, que se siente triste. Con los compañeros que fui todo tiempo fuimos haciendo bromas, y eso es como una manera de transformar lo negativo a algo alegre y verlo desde otro punto de vista.
Has tenido muchas experiencias, has ido a Londres, y convivido con muchos otros artesanos. Hay gente que piensa que México no vale, o lo subestiman frente a otras culturas. Hay personas en México que piensan que lo que hay en Inglaterra u otros países es mejor que lo que hay aquí ¿Tú que le dirías a las personas con relación a esto?
Hace falta educación en México. Yo no seguí estudiando, no tenía un camino fijo, pero no estoy arrepentido porque encontré algo que me gusta hacer, que no me quita la vida, y no lo digo por agraviar a profesionistas, pero me gusta hacer esto, encuentro felicidad en esto.
Si yo hubiera seguido estudiando, estaría en otra situación, estaría creando, inventando, pero todo basado en libros que escribieron personas de otros lugares, a lo que ellos hicieron, ese es el supuesto camino del arte, de otras culturas, de Europa. Lo que es realmente mexicano no lo adoptamos, bueno yo sí (risas), pero los que estudian agarran libros de otros países y siguen una línea que no es de ellos.
Yo creo que hay que seguir nuestra tendencia que es la mexicana y hay que tratar de levantar el arte mexicano.
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