Por: César Hernández Dorado/
De todas las partes de México llegó gente con el dolor en el rostro, con la esperanza de que “el santo de las causas difíciles” les cumpliera un milagro en el templo de San Hipólito que, desde hace varios años, se convirtió en el centro principal de todos los feligreses devotos de San Judas Tadeo.
Personas en sillas de ruedas, bebés caracterizados del “protector”, familias completas organizados en caravanas con altares adornados con flores se reúnen y conviven en un mismo espacio, regalándose algunas tortas, agua o un dulce que les quite la sequedad de la boca al compás de sus oraciones, aunque el sueño quiera cerrarles los párpados.
Y aunque el dolor llega a ser indescriptible y las esperanzas parecieran estar perdidas, nunca se olvida que es la fiesta de San Judas, que en ese espacio se debe de disfrutar con devoción y también, darse la oportunidad de comprar algún suvenir; mamelucos, gorras, pulseras e incluso comida con envolturas de las imágenes del santo llenan de esperanza y alimentan su espíritu.
Acaloradas y desgastadas, las personas esperaban una de las misas que se imparte cada hora en el templo de San Hipólito, cargan a sus santos de dos metros de entre una multitud adolorida que espera ser bendecida por el agua bendita calentada por todas las velas del recinto.
Sin embargo, pese a el dolor de los rostros, la luz del San Judas que observa todos los rincones del templo, ilumina con sus velas y sus adornos florales esos rostros atormentados a los que, casi de manera inconsciente, se les revela una pequeña sonrisa feliz, con esperanza.
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