Por: César Dorado/
La obra de Francisco Toledo se sobrepuso a cualquier movimiento y método artístico que nació durante el desarrollo del México moderno, pues en ella se pueden encontrar más que simples pinceladas o materiales que componen su obra. En sus composiciones, se encuentra un equilibrio perfecto entre los componentes estéticos de la obra y las vivencias, los recuerdos y la lucha del “brujo” de Juchitán; son sus piezas un puente que nos hace estar conectados con el artista oaxaqueño.
A través del trabajado con extraordinario colorismo en acuarela, óleo, gouache y el fresco, pero también la litografía, grabado, diseño de tapices, la cerámica o la escultura en piedra, madera, cera y siempre buscando crear nuevas técnicas artísticas, Toledo mantuvo una lucha comprometida con sus orígenes indígenas y el patrimonio artístico del estado de Oaxaca, al igual que mostrar una defensa por las lenguas autóctonas, el maíz y diferentes frentes que protestaron en la tierra que lo vio nacer.
Francisco Benjamín López Toledo nació en Juchitán, Oaxaca, “rodeado de escenas de un México que ya no es”, el artista siempre fue un hombre comprometido con sus orígenes indígenas y defendió el patrimonio cultural de la tierra que lo vio nacer. Desde pequeño mostró un interés apasionante por el dibujo, y fueron las paredes de su casa las que se vieron asaltadas por su imaginación y creatividad, siempre alentada por su padre.
Su conexión con la naturaleza nació cuando su abuelo Benjamín, zapatero del pueblo de Ixtepec, lo llevaba a sus salidas campestres para recolectar resinas vegetales, en donde con fervor y preservando las costumbres del pueblo, le platicaba relatos populares inundados de personajes fantásticos que se entremezclaban con animales que no cumplían precisamente con lo denominado “hermoso”. Años más tarde, el artista declaro que, durante esta revelación y conexión con la naturaleza, no estaba seguro si el desarrollo de su obra artística fue por vocación o simplemente un hecho accidenta al querer plasmar toda esa naturaleza que lo desbordaba en Juchitán.
A la edad de once años se mudó a la ciudad coloquial de Oaxaca para cursar la secundaria y tres años más tarde inició sus estudios artísticos en el taller de grabado de Arturo García Bustos-pintor y grabador perteneciente al grupo de “Los Fridos”- y fue ahí en donde inició a plasmar figuras antropomórficas y otras criaturas como monos, alacranes, murciélagos, conejos, ranas, grillos, langostas y también personajes míticos.
Para la década de 1960, el artista viajó becado a París, en donde comenzó un proceso de mestizaje artístico representativo para su carrera, pues se vio influenciado por las obras de artistas como Paul Klee, Marc Chagall y Alberto Durero, aunque gran parte de su técnica es adquirida de los códices que recogieron los símbolos prehispánicos.
Después de tres años de trabajar y estudiar en el taller de Stanley Hayter, presentó su primera exposición en una galería parisina, ciudad que Toledo denomino como un lugar de “soledad y encuentros importantes”.
Su paso por la ciudad de las luces le gano el reconocimiento de un gremio de intelectuales y artistas que, sorprendidos por su autenticidad y rebeldía, lo consideraron como un verdadero artista de vanguardia-aunque a Francisco Toledo nunca le agradaron las metodologías y encasillamientos- quien transmitía su pasión y sueños a través de su obra. Uno de los personajes que lo celebró fue André Pierre de Mandiargues, quien reconoció su “desarrollo de lo mítico” y su “sentido sagrado de la vida”.
En 1964 logró montar una exposición en Toulouse y la Tate Gallery de Londres, en donde el catálogo estuvo a cargo del escritor estadounidense Henry Miller. Y aunque su paso por las grandes ciudades del arte le ofreció una educación que enriqueció su carrera, el artista nunca se alejó de sus orígenes y, a su regreso a México, se convirtió en un creador moderno e ilustrado de códices, convirtiéndose así en un verdadero Tlacuilo, al igual que un chamán despuesto a “purificar el espíritu para devolver el goce al cuerpo”.
Apasionado, entregado, leal y trabajando arduamente, el “brujo” de Juchitán se dedicó a crear arte enérgicamente, un arte comprometido con su realidad, un arte comprometido con su comunidad y con la lucha de los frentes opositores a un régimen autoritario. Esta diciplina llevó sus exposiciones a Nueva York, Tokio, Oslo, Buenos Aires y por supuesto, Oaxaca, en donde fundó el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), el Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, al igual que el Patronato pro Defensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural del Estado de Oaxaca (Pro-Oax).
Despreocupado por ser reconocido en el círculo del arte, algunos críticos consideran que Toledo nunca se mostró preocupado por mostrar su obra e incluso agregan que muchas de sus piezas pasaron a manos de coleccionistas que las adquirieron por adelantado. Y es que después de haber contado con un promotor en París que le hacía exponer el Alemania, Londres y Estados Unidos el artista se vio poco interesado en difundir su arte “preparaba tres o cuatro exposiciones al año. Luego, empecé a producir menos. Los porcentajes que toman las galerías son exagerados. Al no pagarlos, he podido crear instituciones que promueven la cultura y el conocimiento y dotarlos de libros, películas, obras…”.
Y aunque parecería radical, en octubre de 2004 presentó su primera exposición en diez años, “Pinturas recientes de Francisco Toledo”, en Latin American Masters de Beverly Hills, California.
La obra de Francisco Toledo se enmarca en ser un arte dedicado y comprometido con su pueblo, su historia, la gente y las preocupaciones que giraron en torno a su vida. Para mediados del siglo pasado, el arte en México se enfrascaba en crear obras que retrataran y tomaban de referente al proletariado y los protagonistas de la guerra, esto, a favor de mostrar el progreso que se mantenía después de la Revolución Mexicana. Para ello, Toledo se dedicó a generar un arte diferente, en el que se conectaba perfectamente la técnica-cualquiera que el decidiera ocupar-los sueños, la mitología y las preocupaciones por la realidad social, generando un arte comprometido con su época.
Una estética auténtica
El artista siempre se mostró curioso por generar nuevas maneras de crear pintura, escultura y cerámica. Fue su enfado con las definiciones lo que lo llevaron a experimentar con técnicas poco utilizadas en los movimientos más populares del México moderno “No me gustan las definiciones, no soy gente de definiciones y menos de ésas como ‘creatividad’ y demás cosas”.
Francisco Toledo diseñó tapices con los artesanos de Teotitlán del Valle. Su color, composición y riqueza étnica conforma su obra. Algunos críticos de su obra resaltaron la obsesiva pasión del artista con el trabajo de texturas y materiales como arena, papel amate (material elaborado con corteza machacada del árbol amatl), al igual que mostrar rasgos y colores que conforman una composición vibrante, extravagante y apasionada, en donde se percibe una sensación que transmite inquietud, misterio y parecería que las barreras entre la realidad y la fantasía se pierde por un instante.
Su apreciación estética se consolidó, principalmente en la naturaleza, tanto en animales como en el propio cuerpo humano, transgrediendo los cánones y prototipos de la “belleza” natural, empleando así, creaturas de la noche, de las profundidades del mar y aquellos elementos que dan al hombre una identificación con ese mundo. Y aunque las dinámicas plásticas alientan a un momento de ensueño, también se muestra una fuerte crítica de la realidad cruda, empleando así, juicios que critican la situación del hombre en la era contemporánea.
Cauteloso, reflexivo, consciente y empático, Toledo creó una denuncia progresista ante las inminente deforestación y destrucción de la naturaleza. Ante esta unión perpetua con la naturaleza, en 2003, el artista presentó “Matando la Muerte”, una serie de grabados de cañones disparados contra esqueletos.
Si bien Francisco Toledo mostraba un temple sereno, siempre fue fiel a luchar por las causas sociales a través de la manifestación artística, imponiendo y protestando enérgicamente. Para Toledo, “la importancia de un artista se debe al comercio, a la especulación. Se puede creer en el arte solo hasta cierto punto. Hay una parte que no es para creer”.
El hombre que viajará entre el viento y los papalotes
Consolidando una perspectiva diferente de lo que es hacer arte y concebir la estética como algo que va más allá de simplemente crear con base a la introspección del sujeto generador de arte. El hombre que logró ilustrar mitos, siempre se mantuvo fiel a las luchas sociales. Con trabajos colectivos, demostraba su solidaridad creando exposiciones, reuniones de artistas y también, volando papalotes en ese cielo que denominaba “inalcanzable”.
Durante La Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), una de las organizaciones sociales más importantes en la historia de México que nació el 17 de junio de 2006 en el marco de la sublevación popular contra Ulises Ruiz. La asamblea, quien sintetizó la cultura política local nacida de las asambleas populares, el sindicalismo magisterial, el comunalismo indígena, el municipalismo, el extensionismo religioso, la izquierda radical, el regionalismo y la diversidad étnica de la entidad contó con el apoyo de Francisco Toledo y este, en un acto de solidaridad y crítica política, voló una serie de papalotes en forma de protesta.
Igualmente, tras la desaparición de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014, en diciembre de ese mismo año, el artista diseñó 43 papalotes con los rostros de los normalistas y fueron elevados por alumnos de primaria en los cielos de Oaxaca.
En una entrevista para El País, el artista dijo que fue un gesto que se preparado con los niños de la escuela “Hay una costumbre del sur: cuando llega el Día de los Muertos se vuelan papalotes porque se cree que las almas bajan por el hilo y llegan a tierra para comer las ofrendas; luego, al terminar la fiesta, vuelven a volar. Como a los estudiantes de Ayotzinapa los habían buscado ya bajo tierra y en el agua, enviamos los papalotes a buscarlos al cielo”.
Mostrando así, un acto fiel de solidaridad en el que se unen las costumbres, la consciencia política y la protesta. A unos años del acto, comentó “Quizá no sea como al principio, pero siempre está presente, surge en cualquier manifestación. No creo que haya pasado. A medida que se busca a los desaparecidos, van apareciendo más y más cuerpos, mutilados, aquí y allá.”
Fue su pasión y solidaridad la que llevaron al maestro Toledo a pasar a la historia del arte nacional e internacional, pues, irreverente, innovó las maneras de pensar el arte como simple materia de consumo en galerías y museos. Su obra reflejó su vida y su historia, la historia de un pueblo marcado por la desigualdad y el olvido.
El “brujo” de Juchitán dejó su huella bien marcada en el corazón de todos aquellos que han conocido su arte, pues al ver una pintura, escultura o cualquier otra manifestación estética que haya hecho, se conectan inmediatamente con el corazón de aquel artista oaxaqueño que ahora, escondido bajo es barba, viaja en ese cielo “inalcanzable” entre el viento y los papalotes.
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