Por: Redacción/
La interpretación de música con tambor de doble parche y pito o flauta de carrizo de diferentes tamaños, es característica de rituales religiosos en diversas localidades, pero hay algunos sitios donde se toca con fines festivos o profanos. Es el caso de Tucta, Tabasco, cuyos músicos conocidos como tamborileros, cuentan con un repertorio que incluye ambos planos del ejercicio musical: el religioso y el secular.
La práctica de esta tradición musical, analizada como un fenómeno social que vincula todos los aspectos de la sociedad y cultura de los yoko t´an o chontales, da vida al fonograma Resonancias y vientos ancestrales. Aj jats´jobeno tä t´säk t´sit. Los tamborileros de Tucta, volumen número 67 de la Colección Testimonio Musical de México.
Editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de su fonoteca, el disco-libro incluye 14 piezas entre zapateados, sones, arritmias, valseados, cumbias y danzas, así como parte de la investigación realizada por el antropólogo Manuel Alejandro López Jiménez, que dan cuenta de la vivacidad y vigencia de esta tradición sonora cuyos posibles orígenes se remontan a la Colonia.
Egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), López Jiménez mencionó que la investigación es parte de su tesis para titularse como antropólogo, aunque aclaró que en un inicio su interés era estudiar las bandas de viento del zapateado tabasqueño que observó en la playa de Agua Dulce, Veracruz, poblado de su niñez, que se ubica en la frontera con Tabasco. Este estudio lo llevó en 2009 a Nacajuca, donde inició este periplo en torno a los tamborileros.
Recordó que el director de la casa de cultura de la localidad, Ramón Ramírez, lo puso en contacto con esta tradición en el poblado de Tucta, donde conoció a don Fernando Hernández Isidro, “don Coch”, fallecido en 2013, pero quien fuera uno de los máximos exponentes de la música de los tamborileros y pionero en la recuperación de esta expresión musical a partir de la práctica, la enseñanza y la difusión.
Manuel Alejandro López Jiménez destacó que esta música está asociada al campo y a los animales, pero principalmente a un ritual importante llamado Ak ot tuba noxib o el Baila Viejo, con el que los yoko t´an le rinden homenaje al Señor, personaje de su cosmovisión, que según sus tradiciones, llegó a sus tierras y les enseñó a cultivar.
El ritual se realiza el 22 de julio, dentro del novenario por la fiesta patronal de Señor Santiago Apóstol, que concluye el 24, aunque los mismos chontales afirman que la danza del Baila Viejo no tiene que ver con el santo católico.
Al ritmo de sones y danzas interpretados por un pito o flauta de carrizo y dos tambores bimembranófonos (con dos parches cada uno), un grupo de cuatro o cinco personas, ataviadas con ropa normal y una máscara de Viejo, bailan cíclicamente alrededor de una vela que representa al dios presente.
“En la nave de la iglesia veneran a quien les enseñó la agricultura a través del baile. La ceremonia inicia con una pieza llamada La guerra, que alude a un principio y a un final del rito. En este ritual sólo se tocan sones y danzas, ya que otros géneros sería faltarle el respeto al Señor y, en parte a Santiago Apóstol.
Una vez concluida la ceremonia, en el exterior del recinto se pueden interpretar piezas como cumbias o valseados, incluso zapateados, explicó el antropólogo.
Anteriormente, las danzas de los tamborileros se tocaban con la flauta conocida como pochó y con el tunkul (tambor similar al teponaztli), de origen prehispánico. Una de las piezas musicales tradicionales en Tucta, de la que hay tres versiones un tanto diferentes, se ejecuta con estos instrumentos, denominada Puts´en tsimin, puts´en bek´et 1, 2,3 (Que huya la bestia, que huya el ganado 1, 2,3), y alude a la ganadería que llega a tierras chontales durante la época colonial, donde la bestia funge como metáfora del binomio caballo-jinete, figura que los indígenas —a la llegada de los españoles— captaron como un solo ser.
Desde la perspectiva antropológica lo que hace importante a esta práctica musical es su cosmovisión, sus ritualidades, sus dinámicas sociales; es una música muy rica que puede mostrar cómo viven sus ejecutantes: los yoko t´an o chontales de Tabasco.
El fonograma cuenta con un repertorio utilizado por los tamborileros. Se trata de piezas como La guerra, con la que se inicia, y concluye con la Danza del Baila Viejo; hay otra llamada La paloma azul. A manera de homenaje se incluyó un son sin título de la autoría de don Fernando Hernández Isidro.
También hay dos zapateados, uno toreado llamado Asis toy (La araña) y otro folclórico titulado Flor de maíz. Está la cumbia El cafetal, como una muestra de la movilidad y adaptación de esta tradición musical a los contextos del nuevo milenio. También una polka paraguaya llamada El pájaro campana, que el estado de Tabasco ha adoptado como representativa de esa entidad.
Asimismo, el disco cuenta con grabaciones hechas por don Fernando Hernández Isidro: los zapateados Danza del Baila Viejo, El Señor Santiago y La cosecha; y los sones La enrama y Danza para los santos.
“El legado de ‘Don Coch’ continúa. Son tres generaciones que se han gestado en el poblado de Tucta, principalmente en la figura de su hijo Julián Hernández y su nieto Fausto Hernández Román, éste último, en la actualidad, continúa difundiendo y enseñando esta tradición musical”, finalizó.
El fonograma Resonancias y vientos ancestrales. Aj jats´jobeno tä t´säk t´sit. Los tamborileros de Tucta, puede adquirirse en las tiendas de los museos del INAH y en las librerías Educal.
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