Por: Redacción/
Ambákiticha es una palabra purépecha que designa lo perfecto, un alto grado de conocimiento técnico que alcanzó la artesana michoacana Juana Flores Rodríguez, al elaborar una gran olla de barro. A través de una donación, esta obra maestra ganadora del Gran Premio Nacional de Arte Popular 2015 se ha incorporado al acervo etnográfico del Museo Nacional de Antropología (MNA) y se exhibe en una oportunidad única en la exposición Desafío en barro.
Esta pieza, sin defecto alguno en sus casi 1.50 metros de altura y 95 centímetros de diámetro, sobresale entre la veintena de objetos de barro que integran la exhibición que hace honor a la tradición alfarera de Ocucho, en el municipio michoacano de Charapan. Durante marzo, en la Media Luna ubicada en el vestíbulo del museo, el público podrá conocer el proceso para realizar estas obras cerámicas que retan a la gravedad.
Desafío en barro presenta la alfarería como un quehacer de larga duración en lo que hoy es el estado de Michoacán, dando cuenta de la semejanza de técnicas y formas de los recipientes a través de una línea general del tiempo, sin pretender sugerir una continuidad en ello, señala la maestra Catalina Rodríguez Lazcano, curadora de la muestra y de la Sala Purépecha del MNA.
El título de la exposición —comenta—, aduce a la dificultad técnica para modelar el barro, como al reto que representa mantenerse vigente en el mercado. Por eso se exhiben tanto las “cocuchas” u ollas tradicionales, hasta macetas, floreros, chimeneas y miniaturas para ornato, creaciones con las cuales las artesanas amplían sus posibilidades de venta en mercados urbanos, nacionales y extranjeros.
Una urna funeraria con tapa, facilitada por el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, sirve de pretexto para abordar la utilización de piezas cerámicas en la época prehispánica. Aunque esta urna funeraria procede del sitio Malpaís Prieto y pertenece al periodo Posclásico Medio (1250-1450 d.C.), se ha encontrado cerámica de tres mil 500 años de antigüedad en ofrendas dispuestas en las cámaras funerarias conocidas como tumbas de tiro, particularmente en el sitio El Opeño.
Asimismo, en varias láminas de la Relación de Michoacán se pueden observar los usos de las ollas de barro para la época prehispánica: como enseres domésticos, regalos para la petición de la novia y obsequios a los gobernantes de cacicazgos vecinos, detalla la antropóloga Catalina Rodríguez, quien desde los años 70 ha estudiado distintos aspectos, entre ellos la evolución artesanal, de las comunidades del municipio de Charapan: Cocucho, Ocumicho y San Felipe de los Herreros.
La investigadora explica que con el impulso a las artesanías justo en esa década (1970), las manufacturas propias de cada localidad experimentaron marcados cambios. Y si bien estas actividades representan una contribución poco significativa a la economía estatal; en la región y localmente constituyen una fuente importante de ingresos para las familias y otorgan una cierta independencia a las mujeres.
“Desconocemos si en Cocucho el quehacer alfarero estuvo siempre en manos de mujeres, como ha estado por lo menos desde principios del siglo XX. La participación de los hombres es mínima, lo que no ocurre en otros centros alfareros como Patamban y Tzinzuntzan.
“Las familias que cuentan con más mano de obra femenina, pueden darse el lujo de ingresar a mercados más amplios, como tiendas de artesanías, ferias regionales e incluso concursos estatales y nacionales, en todos los cuales participan con piezas innovadoras sin utilidad en el ámbito local. Ejemplo de ello es la familia de ‘Nana Juana Alonso’”, comenta la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La diversidad de usos y calidades de la cerámica de Ocucho y otras poblaciones michoacanas, ha dado lugar a una clasificación por parte de los artesanos purépechas. De esa manera, Úkurhikurhintakata es una palabra que designa aquello que se hace para uno mismo; mientras Útspekata es lo que se hace para otros, lo cual se puede hacer de tres maneras: Ambákiticha es lo “perfecto”, Sési jarháticha es lo que presenta ciertos defectos, y No sési úkaticha es lo mal hecho y por tanto más barato.
Gran parte de la producción de Cocucho es destinada a los mercados locales, donde las ollas son buscadas por su efectividad para la preparación de atápakuas o salsas, frijoles, nixtamal, atole y café. Sin embargo, siguen innovando con obras para decoración cada vez más desafiantes en altura y delgadez de las paredes, las más apreciadas por los compradores con mayor poder adquisitivo.
En la exposición, las cédulas y un video resultan didácticos sobre la manera en que se elabora una “cocucha”. La mezcla se conforma de dos terceras partes de barro (extraído del pueblo San José de Gracia), por una de arena volcánica, ambos se amasan con agua hasta obtener una pasta homogénea.
El modelado se realiza en tres fases. La primera consiste en hacer el fondo, al cual se agregan rollos de barro para formar las paredes hasta la mitad de la altura final. Una vez seca esta sección, se continúa modelando la mitad superior y los bordes dándole así la altura deseada; se deja secar un par de días corrigiendo en el transcurso cualquier efecto de la gravedad. Para finalizar se retoma la pieza haciendo los “hombros” y el gollete.
La olla se detalla alisando o modelando con una mano y un olote. Terminada, se envuelve con plásticos para conservar la humedad. En los patios de las casas se acomoda madera hábilmente alrededor de la pieza para su cocción. Las “cocuchas” grandes se cuecen una por una, mientras varias pequeñas pueden cocerse a la vez. Algunas áreas salen con manchones de tizne debido a la mayor cantidad de color que recibieron, lo que se considera parte de la decoración.
Finalmente, el pulido se realiza con un estropajo hecho de tiras delgadas de rafia sintética, con el cual se frota la pieza hasta sacarle el brillo requerido; antes sólo se bruñían con piedra laja.
Entre piezas aparentemente sencillas y otras en las que destacan los marcados cambios e innovaciones de las técnicas de modelado, la exposición Desafío en barro permanecerá en la Media Luna del vestíbulo del Museo Nacional de Antropología durante marzo de este año. La entrada es gratuita.
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