Por: Aldo Herrera
Cada minuto lo aprovecha para tocar, para ensayar, para avanzar en el aprendizaje, en las sensaciones y notas que se desprenden de su violín. Tiene 21 años y sólo pide un oportunidad para ingresar a la Escuela Superior de Música.
Daniel Alejandro Ramos Guzmán estudia Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón (FES-Aragón), en su casa creen que su vocación es sólo un pasatiempo, pero él dedica hasta seis o siete horas diarias en su aprendizaje. Cada minuto fuera de clases lo utiliza para recorrer sus partituras, y si es más larga la pausa entre cada materia, coloca su atril en los pasillos y arranca notas de su violín de ébano, pino y caoba.
Quiere tocar en una orquesta, estar en el escenario, uno como la Sala Ollin Yoliztli, como el que pisa su maestro. Sabe que su edad puede ser impedimento, pues le han dicho que para ingresar a una escuela como el Conservatorio tiene que interpretar obras de grandes maestros como lo hacen quienes allí estudian.
“Lo más difícil han sido las críticas, ya sea de profesores, de amigos. Algo que realmente a veces te desanima es que te pongan limitantes. Pero he roto esas barreras. La música y mi instrumento son mi vida, una extensión de mí, de mi cuerpo de mi alma.
“Son una extensión más poderosa que la poesía o el lenguaje escrito. Es un mundo que se descubre a veces por equivocación, quizá por suerte. Considero que tarde o temprano se pueden llegar a crear cosas mucho más grandes que inclusive el lenguaje escrito puede concebir.
“El violín es una extensión de mi cuerpo, se entrelaza donde está el corazón, me permite decir con música lo que no puedo expresar con palabras. Creo que a veces sólo se necesitan instantes para externar cosas profundas.
“Mi proyecto para estudiar música nació a partir de un sueño, aproximadamente a los 18 años: estaba en un auditorio tocando un violín. Desde hace tres años nació mi gusto por ese instrumento y por esa razón desde que estaba en la Preparatoria 3 he tomado talleres de apreciación musical y del arte.
“Mi gusto fue automático y compré mi primer violín. No sabía nada de materiales. Al principio recurrí a internet, luego conocí a Fernando Barragán quien me enseñó lo básico. Ahora mi profesor es Luis Zárate, quien es uno de los violinistas de la Orquesta Filarmónica Juvenil de la Ollin Yoliztli.
“El primer violín que tuve no era ni siquiera de materiales originales. Me duró año y medio, la tapa ya estaba rota, el diapasón se desgastó y la voluta tenía algunas fracturas.
“Mi actual instrumento lo encontré en una casa de empeño, me gustó su sonido. Estaba casi nuevo.
“Con él me pongo a ensayar media hora y si se puede hasta una hora antes de que inicien mis clases. Aprovecho los tiempos entre cada clase, y para luchar contra el pánico escénico desde hace semanas ensayo frente a las torres de la FES Aragón, un monumento representativo de la escuela, en la explana central o junto a la biblioteca. Allí hay quienes te felicitan o bien dicen ‘mira, éste loco qué está tocando’, algunos más te ignoran. Aunque hay quien te felicita porque le gustaron mis interpretaciones”.
Daniel asegura que su amor a la música, y al violín en particular, puede tener un origen familiar que desconocía: “a mi abuelo le gustaba tocar el violín. Creo que lo sueños pueden hacerse realidad”.
La pieza más complicada que interpreta hasta ahora es un concierto de Oskar Rieding, un profesor y músico húngaro. Le gustaría tocar música de Jean Sibelius “un compositor finlandés, es lo más grande que aspiro a tocar.
Para su familia, su intención de convertirse en músico “la toman como mero hobbie, pero no es así. Uno de los principales problemas que tengo para estudiar música es la parte económica, si me dieran la facilidad de hacerlo, me dedicaría todo el día, es mi vida hasta que el cuerpo lo permita”.
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