Por: Oswaldo Rojas
Dedicada a la literatura fantástica Amparo Dávila (1928), postrada en una silla de ruedas pero con clara lucidez, recibió de la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Maria Cristina García Cepeda, la medalla Bellas Artes, el galardón más importante al que puede ser merecedor un artista por su colaboración a la vida cultural del país.
“Festejamos el tesón y el arrojo con los cuales ella ha construido una obra, única en las letras españolas por su estructura perfecta y capacidad para convertir lo trivial en algo amenazador”, dijo García Cepeda.
Se recordó a la escritora nacida en Pinos, pueblo minero en Zacatecas, como una mujer que por medio de sus relatos logró incursionar en las vertientes amenazadoras del sueño, la locura, lo sobrenatural, siniestro y erótico. Siendo una exponente del género fantástico a la altura de sus contemporáneos Arreola y Elizondo, y de su amigo Julio Cortázar.
La reunión recalcó la soledad en que la obra de Dávila cola a sus lectores porque les habla directamente a ellos, recordándoles su naturaleza humana y lo que ésta puede hacer por medio de la literatura. Así es como ella hace que lo insólito se presente como una realidad cotidiana, sin perder su carácter místico.
Con una voz mermada por los años, tambaleante, Davila contó que de escribir aprendió a ser libre, y que la prosa se convirtió para ella en “una disciplina ineludible”, con la cual logro generar una cura al realismo recalcitrante de la literatura nacional.
“Trato de lograr en mi obra un rigor estético, basado no sólo en la perfección formal de la técnica y en la palabra justa, sino en la vivencia. Y la perfección formal no me interesa, porque la forma no vive por sí misma; es sólo, digamos, la justificación de la escritura” explicó emocionada al recibir la medalla.
Finalmente García Cepeda se acerco mirando sonriente a la octogenaria, y con un emotivo abrazo de por medio extendió el reconocimiento. Ambas mujeres se estrecharon las manos en medio de una ola de aplausos de los familiares, amigos y orgullosos lectores.
Hacia su despedida, Dávila expresó sinceramente que para ella “escribir es una enfermedad incurable”.
Su obra tiene cuerpo en los poemarios “Salmos bajo la luna” (1950), “Perfil de soledades” (1954) y “Meditaciones a la orilla del sueño” (1954), a las que siguieron “Tiempo destrozado” (1959), y “Música concreta” (1964), “Muerte en el bosque” (1985), así como sus “Cuentos reunidos” en el 2009, entre otros.
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