Por: Carolina Carrasco
El 22 de julio de 1968, una pelea entre estudiantes de la Vocacional 7 y la preparatoria particular “Isaac Ochoterena” fue disuelta por granaderos, los cuales actuaron de manera violenta. Golpearon a los involucrados y tomaron las instalaciones de la vocacional. Ese momento, como una chispa que enciende todo a su alrededor, inició el movimiento social y estudiantil que culminaría con una de las matanzas, una de las más dolientes en la memoria de México. Hoy, a 47 años de lo ocurrido, aún existen muchas dudas por aclarar; a tanto tiempo de distancia no se sabe cuántos fueron los muertos, desaparecidos y los responsables que no se han presentado ante ningún tipo de justicia.
A 47 años de distancia, en México no se ha visto a tantas personas unidas como en aquel Movimiento, que no fue sólo de los estudiantes, pues profesores, padres de familia y obreros también hablaron por la causa. Los hechos ocurridos ese octubre alcanzan un trasfondo cultural y social que no solamente denotan el estado en que se encontraba México durante esos años, sino el argumento mundial que enmarcó uno de los sucesos históricos más sangrientos de la historia mexicana moderna.
El mundo. La revolución. El contexto
La juventud de 1968 buscaba un cambio al revelarse en contra de la pugna que había entre los modelos políticos: socialista y capitalista, los cuales se disputaban la hegemonía del pensamiento político mundial. Los jóvenes querían dejar en claro que ellos también tenían algo que opinar con respecto a la sociedad en la que vivían.
Los movimientos sociales de “La primavera de Praga” y el “Mayo francés” en Europa fueron los mejores ejemplos, pues en ambos los estudiantes salieron a las calles a manifestarse reclamando mayor participación social, derechos democráticos y de expresión, hasta volverse verdaderas revoluciones en las que se aspiraba a una democracia obrera. Como estas, cientos de manifestaciones alrededor de orbe, encabezadas por estudiantes, buscarían un cambio real y significativo en la política social de sus respectivos entornos.
En México, la Revolución Cubana gestada durante la década de los 60 tuvo un gran impacto, pues era un punto de referencia de los pueblos sometidos; se vislumbraba como un faro de esperanza para un cambio, situación que ponía en peligro los intereses de los altos mandos. México era el ejemplo preferido de Estados Unidos para demostrar el avance del capitalismo; de este modo, el que un país en vías de desarrollo pudiera organizar unos Juegos Olímpicos representaba todo un logro.
El Movimiento del 68 fue un despertar de consciencia por parte de los jóvenes, quienes al igual que en otras partes del mundo, recibían apoyo de distintos sectores de la población. Este crecía paulatinamente, hasta tocar a un grado de politización que exigía la liberación de los presos políticos y el cumplimiento de las garantías individuales, que expresaba la lucha contra el autoritarismo y la simulación ofrecida en cualquiera de los regímenes de la época.
En pleno reajuste del modus operandi en el orbe, tras dos devastadoras guerras y con tantas teorías sociales por probar, ese fue el año en que la juventud no paraba de imaginar un mundo más incluyente, más justo; repudiaba con ello los valores tradicionales impuestos y el status quo que las generaciones pasadas habían heredado. Casi todos ellos fueron reprimidos, pero sólo en México fueron masacrados, desaparecidos o hechos prisioneros políticos.
Díaz Ordaz: el presidente del orden
Gustavo Díaz Ordaz fue presidente de México desde 1964 a 1970. Durante su mandato estuvo convencido que el desorden y la anarquía eran la antesala del caos, por lo que deberían quedar extintos para la nación. Amante de lo tradicional y fiel seguidor de las buenas costumbres, el Presidente de México en una de las épocas más liberales de la historia, fue un hombre controlador; le encantaban los rompecabezas, a grado tal que coleccionó y armó cientos de ellos, como si esto le diera una sensación de orden.
Enrique Krauze afirmó: “Nunca se había respirado un clima de subordinación semejante en el país. La del primer círculo era total y completa: el ejército en pleno, los miles de sindicatos oficiales, las organizaciones campesinas, los 29 gobernadores, los casi 2, 328 presidentes municipales, los diputados, todos los senadores y los magistrados, todos se cuadraban ante el Señor Presidente” en su libro La imaginación y el poder: una historia intelectual de 1968. Era natural, que en cuanto sus gobernados le hacían saber que lo estaba haciendo estaba mal, él perdiera los cabales.
El acertado manejo de la economía y las relaciones internacionales que tenía, se verían opacadas por su poca capacidad para dirigir la política interna del país. Para 1968 no había sindicato que le hiciera frente, pues desde que tomó posesión del poder, manejó con mano dura a los grupos disidentes, como lo hizo con los médicos en 1964, a quienes a diez días de ocupar la presidencia, les prometió resolver sus peticiones del pago atrasado de aguinaldo y mejores condiciones de trabajo si accedían a disolver el paro que llevaban manteniendo durante casi un mes.
Al poco tiempo, este movimiento médico se desprestigió. Un grupo de granaderos intervinieron en el hospital 20 de noviembre tras la última huelga, en mayo de 1965, y a unos días del primer informe de gobierno, desalojaron el hospital, dejaron los casos médicos de urgencia en manos de médicos militares, muchos doctores fueron despedidos esa tarde, y la palabra del presidente se asentó como ley absoluta.
Por igual, sociedad civil y medios de comunicación se hallaban cohibidos por las órdenes de la presidencia. Estaban a favor o en contra, no podía haber puntos medios.
Pasado el conflicto médico, ocurrió un incidente en el extinto Diario de México, por error de imprenta, dos pies de fotos aparecieron cambiados. A abajo de una fotografía del presidente decía: “Se enriquece el zoológico. En la presente gráfica aparecen algunos de los nuevos ejemplares adquiridos por las autoridades para divertimento de los capitalinos. Estos monos fueron colocados ayer en sus jaulas”.
Días después el periódico tiene un llamativo encabezado: “El presidente Díaz Ordaz ordena la muerte de Diario de México”. El periódico cierra ese día.
Cuando los estudiantes comienzan a manifestarse en 1968, él se cierra al diálogo y opta por tomar medidas de represiones tales como el bazucazo a la centenaria puerta de San Ildefonso, el 30 de Julio de 1968, lugar que albergaba a la Preparatoria 3, y que actualmente es uno de los espacios museográfico más representativos de la capital.
Muchos años después, cuando Ordaz fungía como embajador de México, en una rueda de prensa en la Torre de Relaciones exteriores, ubicada a lado de la plaza de Tlatelolco, Rafael López, un joven reportero le preguntó sobre la represión al movimiento estudiantil en su mandato. Más que enojado, Díaz Ordaz respondió que él estaba contento de servir a su país, y que estaba orgulloso principalmente de 1968, pues ese año “había salvado al país”.
La sociedad del 68
Tras las agresiones sufridas en San Ildefonso, el rector de la universidad, Javier Barros Sierra, izó la bandera de Ciudad Universitaria a media asta, pronunció un discurso en contra de la ocupación de los planteles estudiantiles por parte de las fuerzas armadas, dijo que con ello se violaba totalmente la autonomía universitaria. Después encabezó la primera marcha organizada con universitarios y politécnicos, que posibilitó la creación del Consejo Nacional de Huelga (CNH) y así se convirtió en el interlocutor único para el gobierno.
La actuación del rector le concedió una pequeña tregua a los estudiantes. Constantemente era atacados en la prensa de circulación nacional. Aterrizó el concepto abstracto que se tenía de la autonomía universitaria y legitimó al movimiento como uno de oposición al autoritarismo gubernamental.
El efecto de éste acontecimiento llegó a darse a conocer hasta en los periódicos más conservadores, los cuales le cedía un espacio al movimiento, como es el caso de La Prensa, que dejó a un lado, por una ocasión, los boletines oficiales para insistir en primera plana en que “millares de estudiantes y maestros, encabezados por el rector, efectuaron ayer una de las manifestaciones más grandes, pacíficas y ordenadas de que se tenga memoria”. Fue la primera ocasión en que se escuchó la emblemática frase del movimiento “únete pueblo”, precedida de los aplausos vehementes les otorgaban las familias que miraban la marcha desde lo alto de sus casas.
Después de crearse el CNH, el 4 de agosto se plantea un Pliego Petitorio de seis puntos en el que se exigía, entre los cuales destacan: la desaparición del grupo de granaderos, la liberación de los presos políticos y la derogación de los artículos 145 y 145bis, que se refieren a los delitos de disolución social.
Los estudiantes comenzaron a salir a las calles para tratar de informar a la gente acerca del por qué de su insistencia en el movimiento. Las brigadas informativas difundían su mensaje en carteles y volantes, le explicaban verbalmente a la gente lo que ocurría en los mercados, los cafés, las cantinas y en cualquier lugar donde se pudiera, de forma concreta con el afán de que quien no tuviera preferencia política, estuviera a su favor.
En este participaron no solamente los jóvenes, sino también profesores y padres de familia, así como la sociedad civil y los sindicatos opositores, como el de los ferrocarrileros, que mantenían firmes las posturas exigentes frente a las injusticias del gobierno.
Tras el fallido mitin en la Plaza del Zócalo capitalino, a dos días del informe de gobierno, los signos de endurecimiento aumentaron con el ejército, que colocó tanques alrededor de Ciudad Universitaria y Palacio Nacional.
En el informe presidencial, el 1 de septiembre de 1968, Gustavo Díaz Ordaz afirmó que lo que se pretendía era un boicot a los Juegos Olímpicos venideros, dijo tajantemente que fue “tolerante hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite (…) no podemos permitir que se siga quebrantando el orden jurídico como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”.
El 13 de septiembre, se llevó a cabo una de las marchas que quedaría grabada en la memoria colectiva, la Marcha del Silencio, que inició del Museo de Antropología hasta el Zócalo, fue impresionante no solamente por la cantidad de personas que asistieron, sino porque no se escuchan nada más que las pisadas de los asistentes.
El 18 de septiembre, Ciudad Universitaria fue ocupada por elementos del ejército, a la mitad de la reunión del CNH, que se llevó a cabo en la Facultad de Medicina, con la justificación de que las instalaciones habían sido ocupadas ilegalmente por personas “antisociales y posiblemente delictuosas”, por lo que esa noche hubo un saldo de 1,500 detenidos.
Tras este acontecimiento, el rector Barros Sierra presentó su renuncia el 23 de septiembre, argumentando que su figura de autoridad había sido traspasada y que la autonomía de la universidad violada. El catedrático exhortó a los universitarios a que se sumarán donde quiera que se encentrarán a la defensa moral de la UNAM y a que no abandonen sus responsabilidades, por lo que “tachó la ocupación como un gesto excesivo de la fuerza que nuestra casa de estudios no merecía”.
En otras batallas, como en la que se suscitó en Tlatelolco con la Vocacional 7 y la policía, los vecinos del lugar tuvieron mayor participación en los conflictos, trataron de cuidar a los estudiantes y a sus hogares de brutalidad de las autoridades.
El Casco de Santo Tomás sufrió una suerte parecida a la de Cuidad Universitaria, el 23 de septiembre se desarrolló una batalla campal entre estudiantes y policías, doce horas después el ejército de igual manera intervinó, pero los estudiantes politécnicos se negaron a rendirse. Fue la madrugada del Movimiento Estudiantil más sangrienta de esos días. Igor de León, médico del Hospital de la Mujer de ese lugar presenció el combate y veinte años después publicó el libro La Noche de Santo Tomás.
Ya por ese entonces, estaban listas las diligencias deportivas que se encontraban en el país y los que participarían en las olimpiadas, al igual que muchos reporteros extranjeros, que iban con el fin de cubrir los Juegos Olímpicos. Sin embargo, los deportistas que iban a representar a México no tenían idea de lo que ocurría.
En una entrevista del 2012, Nelson Vargas Basáñez, en ese entonces entrenador del equipo mexicano de natación, aseguró que los atletas estaban tan concentrados en la competencia deportiva que no se dieron cuenta de lo ocurrido.
“Antes de esa situación del 2 de octubre, el equipo de natación y todos los deportistas estábamos tan inmersos en la preparación y la participación de México en los Juegos Olímpicos que nunca nos dimos cuenta de la magnitud del problema”.
Por otra parte, en su libro La noche de Tlatelolco, Elena Poniatowska recogió el testimonio de un deportista olímpico italiano que se manifestó en contra de lo sucedido en la Plaza de las Tres Culturas.
“Si están matando estudiantes para que haya Olimpiada, mejor sería que ésta no se realizara, ya que ninguna Olimpiada, ni todas juntas, valen la vida de un estudiante”, dijo el italiano cuyo nombre no fue mencionado por el diario Ovaciones, que originalmente publicó el testimonio el 3 de octubre de dicho año.
La operación Galeana
Tras la retirada del ejército de Ciudad Universitaria, el 2 de octubre de 1968, los representantes de ambas partes, estudiantes y gobierno, comenzaron las negociaciones pertinentes en casa del rector Barros Sierra y acordaron otra reunión al día siguiente en la Casa del Lago, ubicado en el Bosque de Chapultepec.
Por la tarde, a las 5:30, se celebró el mitin en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, con una asistencia de entre cinco y diez mil personas, entre estudiantes, padres de familia, niños, vecinos de las unidades habitacionales de alrededor, vendedores ambulantes y curiosos en general. El ejército rondó la plaza como lo había hecho veces anteriores, al mando de José Hernández Toledo, general que había encabezado por igual la toma de Ciudad Universitaria.
La Plaza era considerada una trinchera, con apenas dos accesos a ella, era imposible pensar que 10 mil personas podrían escapar por allí. Entre la multitud, destacaron algunos jóvenes rapados que llevaban algún distintivo blanco en la mano izquierda (guantes o pañuelos), quienes más tarde fueron identificados como parte de los efectivos del Batallón Olimpia, grupo paramilitar encargado de salvaguardar la integridad de los Juegos Olímpicos.
Un helicóptero militar sobrevoló la plaza, y en un momento dado, dejó caer bengalas de color verde, la señal militar que indicó donde se debía disparar. Dos bengalas más de color rojo fueron tiradas desde el helicóptero, que dio inicio al operativo militar conocido como “Operación Galeana”.
Los elementos del guante blanco obligaron a los oradores a tirarse al suelo, y desde el tercer piso del edifico Chihuahua, así como de la torre de Relaciones Exteriores y edificios contiguos, comenzaron a disparar hacia abajo, al azar, los elementos del ejército entraron a la plaza, y comenzaron a disparar, algunos sin saber lo que ocurría, respondieron a la agresión venida desde el tercer piso; otros dispararon directamente a las personas asistentes alrededor.
El presidente, en sus memorias, señaló que la misión del ejército era salvaguardar de los “alborotadores” a la Torre de Relaciones Exteriores, localizada en el costado sur de la plaza. Se impidió la labor de la Cruz Roja y Verde, nadie podía entrar o salir del lugar sin plena autorización del ejército, entran a la unidad habitacional y asesinan a algunos de sus moradores. El fuego nutrido duró poco más de una hora, y a las 7:45 pm, una tanqueta disparó contra la plaza.
Dos mil estudiantes son detenidos, desnudados, ultrajados, golpeados con las culatas de los rifles sin piedad alguna, muere en el lugar una joven edecán de la Villa Olímpica llamada Regina Deutche, con seis disparos en la espalda.
Muchos de los dirigentes del movimiento son detenidos y torturados, y en los siguientes días habrán de ser sometidos a golpizas, fusilamientos simulados y torturas de toda índole en las instalaciones policiacas y en el Campo Militar 1.
Durante la pelea, reporteros extranjeros también fueron sobajados y heridos, les quitaban las cámaras y las destruían, tal es el caso de la reportera italiana Oriana Fallaci, quien en compañía del periodista mexicano Rodolfo Rojas Zea, recibió un balazo cerca de la cintura. El daño de Fallaci dio la vuelta al mundo, mientras lo ocurrido a Rodolfo Rojas, quien también recibió un disparo en la pierna, quedó en el olvido, además de que no se le publicó nada de su trabajo realizado esa fatídica noche.
“… Los periódicos recibieron una orden tajante: ´no más información´…” narró la escritora Elena Poniatowska: “En el diario Novedades, uno tras otro fueron rechazados los artículos que escribí, incluso una entrevista con Oriana Fallaci.
“La encontré indignada en su cama del hospital Francés. Hablaba por teléfono con algún miembro del Parlamento Italiano para pedir a gritos que la delegación italiana a las Olimpiadas cancelara su viaje. Por fin accedió a decirme: ´ ¡Qué salvajada! Yo he estado en Vietnam y puedo asegurar que en Vietnam durante los tiroteos y los bombardeos hay refugios, trincheras, agujeros, qué sé yo, a donde correr a guarecerse. Aquí no hubo la más remota posibilidad de escape. Al contrario: tiraron sobre una multitud inerme en una plaza que es en sí una trampa”.
Los días y los años después
Al día siguiente, en los periódicos se leían en el encabezado que una “trifulca” en Tlatelolco había dejado como saldo 25 muertos y 87 lesionados, se decía que había sido un intento de boicot a los Juegos, que eran provocadores los que iniciaron el fuego contra el ejército, y la vida siguió como nada.
El Senado de la Republica publica un documento donde considera que la actuación del Ejecutivo Federal se apegó a la Constitución. Hay indignación, estupor y condena por la matanza fuera de los círculos oficiales, y en muchos países del mundo. La plaza está llena de zapatos y sangre, y la policía hace cateos en las unidades habitacionales buscando más estudiantes.
Los cadáveres “extraoficiales” son sepultados en una fosa común del Panteón Dolores, se dice que muchos son quemados o arrojados al mar desde helicópteros.
El periodista José Alvarado escribió: “Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos. Querían hacer de México morada de justicia y verdad, la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados. Un país libre de la miseria y el engaño.
Por igual, el escritor Octavio Paz, al enterarse de lo sucedido, renunció a su cancillería en la India, puntualizando que no podía representar a un gobierno que estuviese tan opuesta a su manera de pensar, “No puedo seguir sirviendo a un régimen de asesinos” dijo.
Al comienzo del siglo XXI, fotos inéditas, videos, declaraciones y documentos acerca del movimiento estudiantil salieron a la luz, dando otros puntos de vista, más pruebas del crimen cometido, más razones para odiar ese día. Hoy, el Movimiento estudiantil, y su triste desenlace son referencias comunes a lo que se puede lograr con la unificación de ideales, y al poderío y crueldad con el que pueden ser aplastados.
1968 fue un parteaguas de muchos cambios sociales y políticos en el país, sin duda, uno de los pasajes más duros en la historia moderna mexicana. En su aniversario, a todos esos estudiantes participantes del movimiento, debemos recordarlos con respeto, y agradecerles el enorme sacrifico que hicieron, y sus intenciones de querer cambiar la realidad, dejando de lado la constante pregunta de si valió la pena. Gracias, nunca serán olvidados.
No Comment