Por: José Luis Muciño Núñez

Escondido detrás de puestos ambulantes de comida, libros, ropa usada, celulares probablemente robados y entre otros muchos puestos de demás chácharas se halla El templo de San Juan de Dios en la Plaza Santa Veracruz entre Hidalgo y Santa Veracruz en la colonia Guerrero de la Ciudad de México.

Tantas veces he terminado en esa plaza y en variadas ocasiones me llamó la atención aquel templo, y al verlo, yo me preguntaba cosas como: ¿Quién lo habrá construido? ¿En honor a quién se hizo? y ¿Por qué se hallaba en aquella plaza?; desgraciadamente siempre que he podido llegar a admirar la plenitud del templo estaba yo en mal estado a altas horas de la madrugada vigilando mis espaldas hasta que el metro por fin abriera sus puertas y yo pudiera regresar a mi casa sano y salvo. Hoy, finalmente y en mis cinco sentidos me hallo nuevamente aquí enfrente del templo de San Juan de Dios pero esta vez no para sólo admirar la fachada del templo y ver como todas esas figuras se mueven de un lado al otro como lo hacía en aquellas noches de locura sino que en esta ocasión lo entrevistaré, sí, leyeron bien, los entrevistaré.

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Decidido a entrevistarlo caminé por la entrada principal, vi su fachada grisácea con adornos barrocos y estatuillas de monjes y crucé su gran puerta madera. Ya en el interior fui espectador de ese casi silencio sepulcral sólo interrumpido por los finos coros reproducidos por la grabadora que se hallaba en algún lugar de aquel templo. Me presente ante él y él ante mí, le pregunté si le podía hacer una pequeña entrevista a lo que me respondió con un solemne “Claro, joven, cómo no”  después de los cual proseguí a hacerle las preguntas:

¿Por qué “Templo de San Juan de Dios”?

Es en honor a San Juan de Dios santo patrón de los hospitales y de los enfermos

¿Podrías contarnos un poco de tu historia?

Claro, si mi memoria no me falla me construyeron por allá en los inicios del siglo dieciocho, eso creo, ya estoy muy viejo la verdad, me construyeron para la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, recuerdo aquellos tiempos en los que los juaninos, así solían llamarle a los hermanos de mi orden, se paseaban de aquí para allá por mi suelo y mis habitaciones, a lado mío solía estar el hospital donde mis hermanos cuidaban de los enfermos pero con el paso del tiempo fue cambiando hasta convertirse en lo que ustedes ahora le llaman “El museo Franz Mayer”. Así también yo cambié, antes le servía a mis hermanos pero cuando se decretó que se debían eliminar las ordenes mis hermanos se fueron o huyeron y me dejaron aquí solo; ahora sólo soy una iglesia más, olvidada en esta enorme ciudad.

¿Qué es lo que se siente ser un monumento histórico de la ciudad de México?

No se siente nada la verdad, me sigo sintiendo como yo, no me siento mejor ni nada, los títulos sólo le sirven a los seres humanos, a las construcciones sólo nos importa resistir el mayor tiempo posible y de ser posible, lo mejor conservado que podamos.

— Entonces… ¿Qué se siente ser un edificio que estuvo, está y estará años en el mismo lugar?

A veces me resultaba triste pensar en ello, llevo años y años aquí, he visto a gente y gente pasar a mi lado o entrar en mí, así también los he visto dejar de pasar o entrar; al pasar del tiempo las caras se me van haciendo monótonas e iguales e irónicamente cuando dejo de ver algún rostro batallo mucho por tratar de olvidarlo ¿No es gracioso eso? He visto a niños siendo bautizados en mí y años después los he vuelto a ver ya en féretros o en urnas, por mí han pasado cientos de vidas distintas con el mismo destino: La muerte; yo sigo aquí y ellos no, yo seguiré aquí y tú no. Así se siente ser un edificio, así se siente, supongo, ser un monumento histórico.

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