Por: Redacción/

El alebrije es como el taco al pastor: no hay como los que se hacen en la Ciudad de México. Ambas creaciones, 100 por ciento chilangas, se han convertido en los símbolos más representativos de esta urbe, que ya es la quinta más poblada del mundo, de acuerdo con datos de la ONU.

Por eso no es extraño que ambos elementos hoy se fusionen en una intrépida artesanía: Chitam Jonon, un alebrije de casi tres metros de altura y anatomía insólita que refleja no sólo la larga tradición cartonera de la capital, sino el color y el sabor de ese trompo al pastor que tantas veces ha seducido a los habitantes de la metrópoli más grande de América Latina. 

Si el alebrije fue creado por Pedro Linares en 1947 en la colorida y popular Merced Balbuena, el taco al pastor nació casi dos décadas después, en 1966, en la esquina de las calles de Tamaulipas y Campeche, en el histórico barrio de la Condesa, gracias a la iniciativa de Concepción Cervantes y Eguiluz, cuyos tacos a la postre se harían famosos gracias a El Tizoncito.

Y es que hay algo en común entre estos dos creadores mexicanos. Pedro Linares era un humilde artesano cuyo trabajo en cartón y papel maché no era lo suficientemente valorado por las academias e instituciones culturales del país. Doña Conchita también era una outsider a su manera. Trabajadora y madre de cuatro hijos, tenía entre manos un taco desconocido para la mayoría de los paladares mexicanos: carne de cerdo marinada en una inusual salsa anaranjada, bañada de cebolla, cilantro, piña y salsa. Una especie de “tropicalización” de la shawarma, el platillo típico turco. Nadie sabía entonces si la Ciudad de México estaba preparada para los extravagantes alebrijes de Pedro Linares (que fueron producto de las alucinaciones que tuvo durante una úlcera gástrica) o para los extraños tacos al pastor de Doña Conchita. Al final, sin embargo, el tiempo rindió frutos para los dos.

Chitam Jonon es hoy la culminación de esas dos vertientes culturales. Una en la gastronomía y otra en la artesanía, ambas forman parte esencial del imaginario colectivo capitalino. “Es importante decir que el alebrije es originario de la Ciudad de México y que fue hecho por primera vez en la Merced Balbuena. Fue creación de mi abuelo Pedro Linares y así ha quedado registrado ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) por Leonardo Linares”, asegura Felipe Linares Vargas, nieto de Don Pedro Linares. “A veces los alebrijes se confunden con las tonas de Oaxaca, pero son cosas diferentes: el alebrije está hecho de papel maché o cartón; la tona de madera o cerámica. Los alebrijes siempre son seres fantásticos conformados por partes de animales reales”, explica.

Chitam Jonon, el alebrije que hizo Felipe Linares Vargas inspirado en la riqueza cultural y gastronómica del taco al pastor, es una mezcla de cara de cerdo, patas de araña y cola de pavorreal. Una estética anatómica que, dice el artesano, nunca antes se había atrevido a hacer nadie de su familia. “El cerdito suele ser un animal menospreciado, pero tiene su encanto, igual que la Ciudad de México”, comenta.