Por: Redacción/
Las mujeres desde sus primeros años de vida han estado acompañadas por muñecas, ya sea de trapo, plástico, papel, mazorcas de maíz, palma, madera e incluso de arcilla. Son compañeras inseparables, confidentes e incluso “hijas” que las pequeñas acunan entre sus brazos. En la Colección Etnográfica del Museo Nacional de Antropología (MNA) se resguardan más de 600 de carácter lúdico, ritual y ornamental, que dan cuenta de la riqueza y diversidad que existe en el país.
La profesora investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), María Eugenia Sánchez Santa Ana, adscrita al MNA, ha dedicado más de dos décadas al estudio y catalogación de estos objetos, sin embargo, no ha logrado establecer su origen, ya que en casi todas las civilizaciones han estado presentes desde hace milenios.
“Entre los vestigios arqueológicos se han hallado muñecas articuladas en Teotihuacan, perritos con ruedas en el Occidente del país y silbatos del centro de Veracruz, pero no se puede afirmar que estos elementos tuvieran un carácter lúdico, probablemente eran piezas de carácter ritual que se ofrendaban a sus muertos”, precisó.
Las primeras muñecas que aparecieron en México son del siglo XVI, cuando las figuras novohispanas comenzaron a mezclarse con las de las culturas indígenas y, como resultado de ese sincretismo, cada grupo social les imprimió las características propias de su cultura y de la geografía que habitaban.
Para mediados del siglo XIX, ya se elaboraban figuras más detalladas con ojos de vidrio que representaban personas adultas, que portaban vestimenta de seda, encaje y algodón. Más tarde, se manufacturaban muñecos en forma de bebés que se podían vestir y desvestir, lo que significó una novedad para las niñas de esa época.
La Colección de Etnografía del MNA reúne ejemplos singulares de muñecas realizadas entre los siglos XIX y XX, divididas en tres secciones: lúdicas, ornamentales y rituales.
En el apartado de piezas lúdicas se encuentran las muñecas de arcilla, tela, cera, plástico, papel y metal, elaboradas por grupos étnicos como los seris, otomíes, huastecos, mayas, tarascos, por mencionar algunos.
Entre las piezas ornamentales se encuentran figuras creadas con materiales frágiles como vidrio y arcilla, algunas hechas en miniatura. En este apartado destaca un conjunto de muñecas del siglo XIX confeccionado en Puebla, con cuerpo de trapo y vestimenta hecha con ricos encajes y sedas, complementadas con sombreros tejidos.
Finalmente, en la sección de muñecas rituales se distinguen piezas utilizadas en fiestas religiosas como la Semana Santa, Día de Muertos, ceremonias agrícolas y nacimientos.
La investigadora María Eugenia Sánchez destacó que las piezas proceden del antiguo Museo Nacional y otras fueron resultado del trabajo de campo de 70 expediciones al interior del país, realizadas en los años 60 del siglo pasado, antes de que las colecciones se trasladaran al nuevo inmueble en el Bosque de Chapultepec.
Dentro de las muñecas lúdicas destaca una pequeña pieza hecha por los seris, grupo étnico asentado en Sonora. “Este pueblo utiliza el material que les da la región para hacer sus muñecas, usan el hueso de pescado para hacer la estructura y la cubren con tela, además la colocan en un armazón hecho de varitas que simula una cuna”.
Otro de los tesoros de la colección lúdica son las muñecas tzotziles, elaboradas por las mujeres de Los Altos de Chiapas; son confeccionadas con tela de dubetina color carne, cosida a mano y rellena de algodón. Estas piezas portan un huipil blanco con líneas de varios colores, así como un enredo de algodón azul, ambos tejidos en telar de cintura. Los detalles de la cara son bordados y el pelo de estambre termina en dos trenzas con moños. En sus manos llevan un broche de presión que al cerrarlo permite que las manos se junten y puedan cargar un pequeño bebé.
Entre la colección de muñecas rituales o ceremoniales hay una pieza huasteca elaborada con mazorca, que se viste y se utiliza en las ceremonias agrícolas para que haya una buena cosecha. También se resguarda una figura del grupo kiliwa de Baja California —etnia casi desaparecida—, hecha con corteza de árbol, cabello humano y tela de algodón.
En el apartado de piezas ornamentales se distingue un conjunto de 95 figuras elaboradas con tela de algodón o lana y rellenas de aserrín, los detalles del rostro son bordados y el cabello es de lana. Entre estos personajes destacan princesas, monaguillos, sacerdotes y ancianos, los cuales sirvieron probablemente para representar belenes o algún cuento infantil. Dentro de esta sección también hay una pieza tarasca de tela, que representa una molendera sobre su metate.
La maestra Sánchez Santa Ana, quien se ha especializado en la etnografía de Los Altos de Chiapas, señaló que en la colección también se incluyen figuras que revelan algún conflicto social, como el levantamiento zapatista ocurrido en Chiapas en 1994. “Esos muñecos fueron confeccionados para la venta y representaban a los hombres y mujeres zapatistas con sus pertrechos”.
Finalmente, la investigadora apuntó la importancia de estos materiales que se resguardan en el MNA, que han servido para la investigación y publicación de tesis profesionales.
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