Por: César Dorado/
Oraciones cortas y frases aforísticas dan al lector un golpe cruel de los que podrían ser tres sujetos diferentes sumergidos en la tragedia que trae consigo el recuerdo de una relación amorosa inundada en el fracaso y la memoria política, de la que el protagonista huyó y no puede desprenderse. El jardín devastado (2008) de Jorge Volpi nos enmarca en la historia de un hombre refugiado en Estados Unidos, asqueado de sí mismo, aturdido por la segunda invasión a Iraq y ensimismado en el fracaso de un amor en el que los cuerpos no “anidan el paraíso”.
Con la declaración inicial de “Odio ser humano”, el lector se va encontrando con un protagonista aturdido y desesperado en el que el recuerdo de un fraude lo lleva bien marcado en la memoria; elemento importante dentro de la narrativa, pues son sus propias evocaciones y perspectivas de las tragedias las que construyen el mundo para dar un testimonio repleto de amargura y delirio.
No existen intermediarios que embellezcan la tragedia, pues con el fino detalle de sus propias anotaciones mentales, más el enriquecimiento de su información, se va entendiendo el golpe de violencia que representa la guerra en Iraq. Y aunque el semblante del protagonista parecería insufrible e inquebrantable, los mismos títulos que lleva cada capítulo te van develando un hombre empático y repleto de emociones que lo quieren lanzar por la borda para salvarse a sí mismo y a los otros, reflexionando sobre su situación como humanos.
El “Exilio” se esconde bajo “el eterno retorno”, mientras se piensa a occidente como aquel “auge de comerciantes y profetas” en donde los valores están amenazados y quizá, durante su estancia en Estados Unidos, contempla la fatalidad con la que el hombre se destruye así mismo a través del otro, en un juego de desinterés que, a la par de su relación fallida con Ana, va mostrando más las dudas sobre todo su entorno.
Sin exponerse mucho al lector, el protagonista, que puede ser el mismo autor, se va desnudando lentamente con sus aforismos parcos, como si de su vida no resultara más que una camada de tristes ensoñaciones y recuerdos sombríos, más un rencor vivo a su patria, aquella “tierra de hienas y fantasmas” que no se esfuman y que persisten (como ahora) en la clase política privilegiada.
Igualmente, los pasajes de la historia de Laila develan el cómo contempla el autor el sufrimiento, cuestionándose si “¿Sólo es dolor el dolor propio?” en donde también se desnuda ante su alucinante desesperación bohemia.
Son bastos los aforismos y pasajes cortos que inundan esta obra de Volpi, y aunque en su espeluznante manera de formular cuestionamientos existenciales como el si es verdad que cuando estamos con alguien siempre pensamos en otro o si el dolor es “Un dolor intransferible. Su dolor. Jamás el mío” también podemos encontrar ideas concretas, como en el pasaje de la CNN, donde muestra la crueldad de “un hombre encapuchado decapitando a otro en vivo y en directo”, un suceso que no dejamos de mirar y que revela a uno de los canales de televisión más importantes para la normalización de la violencia desde la guerra del golfo.
Pasajes cortos y palabras contundentes que se quedan retratadas en la memoria, y aunque la desolación del protagonista atrapa al lector para ser amable con él, ese regreso a la tierra en donde habitan las hienas y los fantasmas es, quizá, una parte que no cambia de esta tierra, una parte del jardín devastado que sigue viviendo en México.
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