Por: Oswaldo Rojas
Foto por: Liliana Estrada
Sin duda , la religión es básicamente subversiva;
desvía el cumplimiento de las leyes. Al menos, impone el exceso,
el sacrificio y la fiesta, cuya culminación es el extasis.
Las lagrimas de Eros, Georges Bataille.
Es innegable que la sociedad mexicana es en muchos sentidos purista y temerosa de lo ajeno a sus largas y bucólicas tradiciones. Pero tampoco se niega las contradicciones en su desarrollo, porque no es ninguna forma diferente a otras culturas latinas. Una concentración multicultural unida por la devoción y confianza a la Santa Muerte, cada primero de mes y 31 de octubre, en la calle de Alfarería del barrio de Tepito, se le rinden culto a la”La Santísima”, “La Niña Blanca”, “La Bonita”, “La Niña Muerte vestida de virgen”.
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La filosofía en el culto a la Santa muerte es ayudar, curar y proteger sin restricciones morales o éticas. Cuatro mil personas se conglomeran en la calle de Alfarería y otras aledañas para rendirle respetuoso culto. Durante su fiesta, en una misa, la gente no sólo le reza a la imagen sino que también llevan sus ofrendas: tequilas, vodkas y rones, cigarros, abanos y churros de marihuana, platillos típicos, flores frescas, dulces y miniaturas para acompañar a la santísima muerte de la ciudad.
Doña Queta, que ostenta el orgullo de ser una de las siete cabronas de Tepito; tituló que ha ganado por defender a su barrio, fue quien instaló el altar hace ya más de quince años. Fue un regalo de su hijo mayor y ella a declarado en varias ocasiones haber crecido con el culto, a veces por error pues confundía e igualaba las imágenes de la virgen María con las de la Santa muerte. Doña Queta, al igual que muchos otros de sus fieles, asimilaron el misticismo que emanaba de ella a través de películas, estampas y dijes que hasta finales del siglo pasado no abundaban como ahora. Pero ¿De dónde viene la aceptación y proliferación de sus devotos? ¿Cómo se afirmó una imagen, que ni santa cristiana o católica es, en una sociedad iconoclasta?
Muerte y mexicanidad
Mucho se habla del origen de la Santa muerte y se dicen muchos errores. No se trata de un culto reciente, tampoco que sus orígenes son africanos, o los inventaron los narcos (para eso tienen a Jesús Malverde) y ni sus raíces son prehispánicas. Todo lo anterior no es cierto propiamente si se concibe a la “Niña Blanca” como una construcción y referencia de mexicanidad, es decir de 1500 d.C. para acá.
Katia Perdigón, doctora en Antropología Social en su libro La Santa Muerte, protectora de los hombres, (INAH 2008), menciona que los orígenes no son prehispánicos, puesto que en la cultura mexica y en otras precolombinas la muerte se entendía como una idea de continuidad, inseparable de la vida, una prolongación y parte de la transmutación del alma humana. Sobre el mito de la relación que tiene con África dice que existe una mezcla entre la imagen y el culto yoruba que desembocó en la santería, religión que en México se confunde constantemente con la devoción a “La Bonita”. Y en cuanto a que fue inventada por los narcos se deduce que es imposible pues en realidad su ideario se empezó a concebir en la colonia española.
Durante los tres siglos que duró la catequización en la Nueva España, dice Katia Perdigón, los monjes y frailes hablaban de ser una persona buena, amable, de principios y devota, todo para tener una ‘buena y santa muerte’. Así esta frase se malentendió y se asimiló en el inconsciente colectivo que la muerte, aún sin rostro, era una santa. Además de que se le asociaron los valores propios del catolicismo, se le reza igual que a dios y otros santos “Señor, ante tu divina presencia Dios, todopoderoso, padre, hijo y espíritu santo te pido permiso para invocar a la santísima muerte, mi niña blanca…”.
¿Pero acaso no la sociedad mexicana a cambiado y elegido a sus principales guías y protectores espirituales rechazando a otros por considerarlos apócrifos? Bien apuntó Octavio Paz:
“La contemplación del horror, y aún la familiaridad y la complacencia en su trato, constituyen contrariamente uno de los rasgos más notables del carácter mexicano. Los Cristos ensangrentados de las iglesias pueblerinas, el humor macabro de ciertos encabezados de los diarios, los «velorios», la costumbre de comer el 2 de noviembre panes y dulces que fingen huesos y calaveras, son hábitos, heredados de indios y españoles, inseparables de nuestro ser. Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, es anhelo de muerte. El gusto por la autodestrucción no se deriva nada más de tendencias masoquistas, sino también de y cierta religiosidad.”
Es decir, por encima de los dogmas que las religiones de peso pretenden imponer tenemos una disposición para asimilar lo mórbido. Basta con mirar la triste aceptación de la violencia generada por narcotraficantes y, por otra parte, el ominoso carácter de victimización al que recurrimos tan frecuentemente.
Erotismo y muerte, amable acercamiento
En cierto sentido la imagen de la muerte da claridad a nuestra vida, en una forma trascendente de comprender nuestro devenir a fuerza de contemplarnos en su espejo. Si asociamos ese pensamiento a una figura material se facilita su entendimiento y nos acercamos al por qué de la proliferación de su culto. Otra vez nuestra mexicanidad explica un carácter de la religiosidad y su función como icono para un grupo: vemos en la fiesta que surge de idolatrar una figura religiosa en un desenfreno que resulta liberador. Durante las misas que se hacen a principio de mes las ofrendas no sólo son muestras del respeto y el pago por el cumplimiento de lo que se le ha pedido, también son el pretexto para iniciar la comilona, justificar los vicios y las perpetuas conductas. En varias ocasiones, la fiesta termina en gritos, riñas y muerte.
Tal desenfreno a provocado que la Secretaria de Gobernación (SEGOB) les quite a los del barrio el registro legal como culto desde 1991. Sin embargo, esto no a mermado su expansión a otros países. La explicación de esto es sencilla: “este culto tiene una alta carga erótica”, es decir un erotismo plagado de misticismo como Bataille explicó a lo largo de su obra, por lo que es difícil que sus fieles dejen de creer. Si regresamos a su Madame Edwarda o Mi Madre se logra entrever uno de los más altos grados de sacralidad, que se consigue por medio de la transgresión, del hundimiento del espíritu en las ciénagas mentales. Esta concepción ya estaba iniciada por Freud en sus Ensayos sobre la sexualidad (1910-1912) y la que Bataille desarrolla de formas impresionantes en la literatura.
En el altar de Alfarería el oscuro misticismo de Bataille y Freud se hace realidad y por un día todo esta permitido. Cada uno de sus fieles es responsable de su falta de moral o exceso de ella, la única condición es que a quién no se le debe perturbar es a la Santa Muerte. Todo el respeto es con ella.
Psicología y muerte
No se debe entender la adoración a la Santa Muerte como una religión pues en realidad no lo es. Sin embargo algunas consideraciones que Freud hace respecto a las religiones ayudan a entender las funciones que sus devotos encuentran involuntariamente en ella:
1. Satisfacer la curiosidad natural del hombre de saber, ya que le informa sobre el origen y la génesis del universo.
2. Calmar la angustia que el hombre siente ante las crueldades de la vida y el destino inevitable de la muerte. Lo consuela en la desdicha y le asegura un buen final.
3. Difundir reglas y consejos de cómo comportarse en la vida, con la finalidad de obrar con justicia.
Estas funciones innatas a la espiritualidad se funden con el entorno social y la naturaleza original del credo, creando la pluralidad de creencias. En el caso concreto de la Santa Muerte es cierto que sus fieles pueden pertenecer a estratos sociales diferentes, de culturas diversas y entorno disímiles pero al unificarse entorno a su Niña su conciencia también se une y es así como se reproducen las buenas conductas y los vicios ya mencionados. Sus devotos acceden a un entendimiento tan subjetivo que se vuelve difícil que contemplen sus acciones. La hermandad que se genera los vuelve permisivos entre ellos.
Los pagos rituales a los que se someten con tal de tener el favor de la Santa Muerte son muchos y varían de región a región. La psicología explica la necesidad de pagar con tributos a las deidades por un sentimiento de inferioridad ante ellas y la codependencia a los demás creyentes es un ancla de pertenencia.
Un último elemento que se tiene que aclarar es el sincretismo que la Santa Muerte genera entre la vida y la idea de muerte. Mientras puede ser protectora de los desvalidos y nexo entre nosotros y dios también genera desdicha y sirve a fines personales. Los iniciados en la comunicación con ella saben muy bien los riesgos que esto conlleva y abundan sus consejos para recurrir a su auxilio solo en casos benignos o de extrema necesidad. Sin embargo sus fieles pocas veces dudan en su uso y dan por entendido que su fidelidad no conlleva contradicciones. En la psicología este tipo de omisiones existen para evitar el conflicto con creencias fuertemente arraigadas (la suya), aun cuando se puedan apreciar.
Ningún culto esta exento de mal interpretaciones ni de desviaciones intencionales de su discurso, lo que vuelve interesante su expresión son probablemente esas situaciones. “La Santa Muerte acepta las deformaciones a su idea original porque sólo pide fidelidad”, acepta al ser humano con sus contradicciones. Los prejuicios hacia ella nos alejan de la posibilidad de ver a través de su misticismo. La concepción de la muerte es en realidad la única compañera constante de la vida.
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