Por: César Dorado/
Un padecimiento degenerativo va invadiendo el cerebro de José María Pérez Gay, pero la memoria, aunque está perpetrada por la fatalidad, no deja de sumergirse en el recuerdo, las emociones, sentimientos y el amor reflexivo de su hermano Rafael que, melancólico, abraza cada recuerdo y pasaje porque “Somos nuestra memoria. Si no recuerdas, dejas de ser alguien para convertirte en nadie”.
Bajo una atmósfera nostálgica poética, Rafael Pérez Gay evoca al amor por su hermano y lo transcribe en 141 páginas donde las ensoñaciones de la niñez, las charlas de adolescentes revolucionarios y las discusiones políticas de adultos vislumbran y engrandecen el cariño de la familia Pérez Gay.
Aunque con memorias que sólo podrían parecer un diario íntimo de su autor, las metáforas literarias y los escenarios artísticos contados con fino detalle, hacen de esta obra un viaje en el tiempo sobre los libros que compartieron durante toda su vida, al igual que las discusiones por sus diferencias políticas con la izquierda o la derecha, al mismo tiempo que se recuerda al gremio de intelectuales nacionales que comenzaban a generar nuevos suplementos de letras críticas; La Jornada, Proceso, mientras que otros veían la partida de sus directores “Tras quince años, Monsiváis deja la dirección de La Cultura en México por cansancio”.
El amor se representa con una admiración del hermano pequeño al hermano grande cuando lo ve haciendo algo de héroes “Admiré su voracidad intelectual, su inteligencia rápida y dispuesta a compartir sus conocimientos” comparándolo hábilmente con Julien Sorel “el personaje de Rojo y negro de Standhal al que persigue su pasado de familia pobre y dilapida el éxito obtenido por méritos propios”.
En la intimidad de la propia tristeza del autor, los recuerdos se van transforman en cuentos ornamentados con la esencia de su hermano, quien se había formado en la literatura y la “ruda filosofía alemana” que salió de casa un día de 1964 y regresó 15 años más tarde.
Apasionados insaciables, no dejan de charlar en cama mientras miran hacia el pasado y discuten. La memoria comienza a fallar y el dolor, que ahí está, no lo vence y tampoco lo intimida. La enfermedad avanza con agresividad y las esperanzas comienzan a falsear. Los recuerdos comienzan a transformarse en pequeñas punzadas que lastiman el corazón y por qué no, Rafael se transforme en ese hombre del cuento de Bioy Casares en donde “un hombre entra a la biblioteca y llora sin consuelo cada vez que toma un libro y descubre solamente páginas en blanco”.
Flaubert, Mahler Kafka, Broch , Canetti, Benn, Paul Celan, entre una infinidad de autores franceses, alemanes y de todo el mundo construyen la personalidad del cerebro de ese hermano ejemplar; un cerebro que, atormentado por la enfermedad, no deja vencerse, pues en él resiste la memoria de siglos de literatura, música, filosofía, charlas, sucesos y secretos que se quedaron impregnados en los suyos. “He pasado en la casa a oscuras por donde deambulaba mi hermano en una silla de ruedas. No sabía qué parte de él seguía con nosotros, pero estoy seguro de que mucho más de lo que suponíamos”.
El cerebro de mi hermano (2013) no sólo es el recuerdo de Rafael Pérez Gay a su hermano José, sino la declaración de una “tempestad de emociones” a todo lo que fue e hizo.
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