Por: Redacción
Para Juan Rulfo el amor fue cosa seria, una fuerza imprescindible que nutrió su vida, su literatura y con la que plasmó de forma epistolar sus sentimientos más profundos, como lo muestran las más de 81 cartas que envió a su compañera Clara Angelina Aparicio, figura central de los textos recopilados en el libro Cartas a Clara.
En el 99 aniversario del nacimiento de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (Jalisco 16 de mayo de 1917-Ciudad de México, 7 de enero de 1986), la Secretaría de Cultura recuerda al autor de Pedro Páramo desde ese ángulo poco conocido que fueron sus cartas de amor, elementos de su vida personal que bien podrían configurar una obra anexa por su calidad y belleza, todas reunidas en el volumen publicado en 2014 por editorial RM, como parte del Programa de Coediciones apoyado por la Dirección General de Publicaciones.
La historia de Juan Rulfo y Clara Angelina Aparicio podría ser descrita como literaria desde un principio, él era 11 años mayor cuando la conoció y se cuenta que al quedar prendado de ella comenzó a investigarla, al grado de hacerse pasar por empleado de la oficina de migraciones para acudir a su casa y obtener información.
Aquella historia de amor y de cortejo seguiría varias etapas, pues Rulfo solía dar obsequios y pagar desde el anonimato los helados de Clara y sus amigas, hasta que fue confrontado por los padres de ella y les pidió permiso para cortejarla.
Poco antes de partir de Guadalajara hacia la Ciudad de México, Juan le pide a Clara que sea su novia, y tras conocer su respuesta afirmativa comenzaría la correspondencia que ella guardó durante años como uno de sus más grandes tesoros, porque en ella el escritor mexicano plasmó sus más profundos sentimientos.
Muchachita: No puedo dejar pasar un día sin pensar en ti. Ayer soñé que tomaba tu carita entre mis manos y te besaba. Fue un dulce y suave sueño. Ayer también me acordé de que aquí habías nacido y bendije esta ciudad por eso, porque te había visto nacer. No sé lo que está pasando dentro de mí; pero a cada momento siento que hay algo grande y noble por lo que se puede luchar y vivir. Ese algo grande, para mí, lo eres tú. Esto lo he sabido desde hace mucho, más ahora que estoy lejos lo he ratificado y comprendido. Estuve leyendo hace rato a un tipo que se llama Walt Whitman y encontré una cosa que dice: El que camina un minuto sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral. Y esto me hizo recordar que yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré a ti y te lo di enteramente.
Juan Rulfo y Clara Angelina Aparicio se casaron en 1947 y mantuvieron una historia de amor que perduró hasta el fallecimiento del autor de El llano en llamas, en 1986.
Sobre los fragmentos que escribió su padre, el cineasta Juan Carlos Rulfo afirmó que están llenos de emociones visuales. “Están llenos de esas pequeñas sensaciones que te hacen transportarte a un momento, son esos pequeños instantes que seguramente todos conocen y todos tienen en su intimidad y que a veces parece que no valen la pena decirlos porque uno las guarda por mucho tiempo”.
En su cinta Del olvido al no me acuerdo, Juan Carlos Rulfo incluye a partir del minuto ocho un homenaje a esa historia de amor con la voz e imagen de su madre, quien recuerda cuando el escritor la llevaba al campo y recorre su natal Jalisco a la búsqueda de esos rincones donde tuvieron sus más hermosas vivencias.
En ese intercambio epistolar, Juan Rulfo da muestra no sólo de su profunda imaginación, sino de su capacidad para compartir a Clara todo un universo visual a través de las palabras.
¿Sabes una cosa? He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robandonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños.
Incluso en algunos pasajes el escritor se inclina por el humor para tratar de hacer llevadera la distancia que lo separaba de su futura esposa, a quien puntualmente escribía cada vez que sus labores en la Ciudad de México se lo permitían.
Ayer pensé en ti, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el durazno de tu corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma. Por lo pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros por la carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres el principio y fin de todas las cosas. Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor… Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida. Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida.
Juan Carlos Rulfo afirmó que la voz de su padre siempre está presente más allá de su literatura, a través de las vivencias que rodearon a su vida.
“Uno añora una carta escrita con el puño y letra, no un mail por Internet, no un chat, no un twitter, no nada de eso que es efímero, sino esa carta que él escribe. Uno se da cuenta que existen muy pocas cosas físicas de alguien, está el zapato pero está inmóvil; están sus libros, pero están impresos, y en ese momento comienza esa valoración de todo ese material. Lo único que me queda después de ver los zapatos o los libros, o de escuchar a mi madre que me cuenta historias de su vida, son esos textos que tienen que ver con algo mucho más universal”, agregó Juan Carlos Rulfo, hijo del cineasta Juan Rulfo.
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