Por: César Dorado/
Después de 1940, cuando México se encontraba en un próspero crecimiento económico que fortaleció el desarrollo de las artes y se comenzó a olvidar la cultura oficial de la revolución mexicana, la literatura empezaba a enriquecerse de los nuevos estilos literarios de Europa y sus escritores profundizaban en reflexionar sobre la mexicanidad y el folclore que, paradójicamente, se exaltaba dentro de la modernidad tecnológica que traía consigo el desarrollo estabilizador.
Sin embargo, pese a las inclinaciones por imitar las nuevas formas de narrar que se consolidaban en Francia, los mexicanos continuaban escribiendo bajo la premisa del análisis histórico, sociológico e incluso político. Editoriales como el Fondo de Cultura Económica (FCE), ERA y Siglo XXI se inclinaban en publicar trabajos sobre ciencias sociales, historia y testimonios, pero también ahondaban en la publicación de grandes obras literarias, dejando un legado invaluable para la cultura de las letras en todo el país.
En ese contexto, en donde tres grandes editoriales ganaban el terreno de las nuevas plumas mexicanas, nació una nueva en la que jóvenes y viejos escritores lograron visibilizar las nuevas corrientes literarias que iban más allá de retratar la historia, incursionando en el surrealismo, la poesía, el teatro, la ficción e incluso, el feminismo.
Editorial Joaquín Mortiz se consolidó como una de las principales empresas de la innovación literaria, ya que desde su nacimiento en 1962 su compromiso se fijó solamente en la literatura, a través de 16 colecciones y más de 500 títulos publicados, siendo, según el sociólogo Robert Escarpit “la revolución del libro de bolsillo” y “el surgimiento de lectores que hicieron posible el auge de la narrativa hispanoamericana y su incorporación a la literatura universal”, de acuerdo con palabras de José Emilio Pacheco.
Si bien otras editoriales publicaron grandes obras literarias, ninguna de ellas le había dado a la literatura el cien por ciento de su catálogo, incluyendo las obras de nuevos talentos , quienes posicionaron su obra en las nuevas corrientes literarias nacidas en México.
La pasión por la difusión de nuevas obras y el entusiasmo que motivó a Joaquín Díez-Canedo Manteca, quien en su trabajo como traductor y editor contempló las necesidades por ofrecer otros estilos literarios que plasmaran las coyunturas sociales y culturales del México moderno, se caracterizó también por arriesgar su calidad editorial a publicar las obras de jóvenes creyentes del arte y la reflexión pues según Víctor Ronquillo para la Revista Universitaria “los libros publicados en las colecciones Serie del Volador, Nueva Narrativa Hispánica, Novelistas Contemporáneos, Confrontaciones, Cuadernos y Las Dos Orillas, significaron la renovación de la sensibilidad de una época”.
La experiencia de Díez-Canedo fue uno de los factores principales para que esas obras trascendieran en el espectro literario mexicano e internacional y no sólo por su calidad literaria, sino por el minucioso trabajo de su editor y jefe, quien, en una admiración por los libros como objetos físicos, se empeñaba en colocar el papel exacto, con las tipografías precisas sobre las portadas y la limpieza que merece un libro.
En el primer año de la editorial se publicarán seis obras, al año siguiente se duplicaría la cantidad. En 1964 ya se publicaban dos o más obras literarias por mes, pieza clave para que trabajos como el de Vicente Leñero con su novela “Los Albañiles” (1964) lograra consagrarse como un ejemplo clave de la nueva perspectiva literaria que manejaba Joaquín Mortiz pues, después de trabajar un año con el apoyo del Centro Mexicano de Escritores, la obra de Leñero había sido rechazada por el Fondo de Cultura Económica, pero la empresa de Canedo creyó en su narrativa que incluso, lo llevó a ganar el premio Biblioteca Breve de Seix Barral.
Sus años más fructíferos, con al menos 30 obras publicadas y difundidas, fueron 1969, 1970, 1972, 1976 y 1977, este último con mayor producción, pues se publicaron 37 obras, de las cuales solo tres no fueron literatura.
Grandes escritores como Octavio Paz, Fernando Del Paso, Jorge Ibargüengoitia, Juan José Arreola, Ramón Xirau, Salvador Elizondo, Rosario Castellanos, Agustín Yáñez, Emilio Carballido, entre otros que sólo publicaron una obra literaria pero que se quedó en la memoria de las nuevas letras nacionales, enriquecieron el acervo para una nueva generación de jóvenes asiduos a la modernidad y la literatura.
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