Por: Mara Martínez
El embarcadero Fernando Celada empieza a llenarse de filas, gente esperando por ver “La leyenda de la llorona”. En escena se presenta a Alejandro Linares, escritor y director de la obra. Momentos después se empieza a quemar el copal en La Laguna del Toro, la presentación da inicio con un saludo a los cuatro vientos; comienza la danza de la fertilidad con hombres y mujeres danzando con su vestimenta tradicional, resaltan los colores azules, los penachos y las flores.
Suenan los tambores al son del sacrifico en honor a Xochitlicue, se presume el corazón, se retira al sacrificio y al mismo tiempo, en la laguna se aprecia una batalla en las trajineras donde se ven flechas con fuego ahogándose al caer en el lago. Es la batalla entre los mexicas y el hombre blanco que ha llegado a cambiar el rumbo de la historia.
Las luces se apagan, y todo queda en silencio entre el frío de Xochimilco; aparece en escena el personaje principal, “Tlanextli”. Aquella mujer cuyo amor por “Don Fernando”, un hombre blanco, ha despertado a malos espíritus.
“Dos seres que aman nunca hacen daño a nadie”…pero no es lo que piensa Tezcatlipoca, aquel que juzga a las almas que entran al Mictlán; su vestimenta negra, su rostro de calavera asoma ver su fría personalidad.Tezcatlipoca junto con el hombre blanco pactan para deshacerse de la unión entre razas que Tlanextli y el llamado Don Fernando, con quien ha procreado dos hijos.
Todo vuelve a quedar en silencio.La laguna del toro queda en penumbras, pues el hombre blanco ha descubierto la fuga de Don Fernando con Tlanextli, y sin más remedio les da muerte, no sin antes dejar que Tezcatlipoca arremeta contra Tlanextli, quien no solo ha sido traída del más allá para vagar en este mundo por la eternidad, sino también para lamentarse sobre lo ocurrido a sus hijos y a su gran amor.
Es así como Tlanextli es atrapada por las almas del Mictlán que se reúnen a su alrededor, desquiciándola, dándole sus vestimentas blancas junto con su velo que le es puesto en compañía de un baile, con luces de color violeta y blanca para finalizar en la obscuridad.
Tlanextli da vida a la fiel leyenda deCihuacóatl, aquella mujer que sufre por sus hijos, aquella que, al final de la obra no se va sin antes dar el último recorrido en la trajinera sobre la laguna del toro, iluminada en un tono violeta, llorando ¡Ay mis hijos!, dejando impresionados a todos los espectadores que se encuentran en las trajineras apreciando el final del espectáculo.
Sin quedar rastro de la llorona, vuelve a aparecer en escena por última vez, dejándonos a todos atónitos por su canto en náhuatl:“Tinechkéntiamopayotikaonchokáni, yehikaninopinéua…”
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