Por: Oswaldo Rojas
La obra de Fuentes pareciera tener como tórax a Aura, ese librito que regalan a los jóvenes en la secundaria y que aparentemente todo mexicano a leído al menos una vez en su vida. Pero hay otro libro igualmente delgado que desarrolla una parte importante de la técnica narrativa de Carlos Fuentes, donde al tiempo -el instante- adquiere connotaciones de eternidad y la mística de la existencia se deja contemplar: Cumpleaños.
Un libro esquivo, pareciera solo estar disponible para iniciados en lo que llaman la gran literatura, pero que no por eso deja de emanar esa inmensa criptografía del espacio y tiempo que vuelve sobre sí una vez tras otra tan constante en la obra de Fuentes. Donde el amor es tierno, pero también obsesivo y compulsivo. Una historia romántica que a fuerza de su extensión revela el lado ominoso del los amantes.
La historia sucede toda en una casa inicialmente en decadencia, habitada por una mujer (Nuncia), un niño y un viejo. Conforme avanza la trama los dos últimos viven procesos inversos: uno crece y otro rejuvenece hasta llegar a tener la misma edad, momento en que se da el grado de comunicación más alto entre ambos. La mujer por su parte cumplirá un triple rol como madre, cuidadora y amante de ambos. Ambiguas reflexiones mantienen al niño en alerta constante para inevitablemente revelarle el desdoblamiento en el que ha caído: joven y viejo son uno mismo que gracias a la brujería de Nuncia han repetido su vida simultáneamente.
De esta forma pareciera que se trata de la clásica historia de amor eterno. Todo lo contrario pues Carlos fuentes utiliza la premisa para romperla por medio de la lógica con que hace vivir a sus personajes la situación. Estos a fuerza de estar atrapados en el oroborus se preguntan por la razón de vivir una y otra vez en el mismo tiempo y, de forma paralela, en otros.
El epígrafe que abre Cumpleaños es de Octavio Paz y dice: Hambre de encarnación padece el tiempo. Sentencia concisa y enigmática que prepara al lector para sumergirse en una historia inicialmente incomprensible, como muchos de los textos de Carlos Fuentes, cuya llave para su entendimiento se cifra en las constantes figuras de reflexión: el tigre, el búho, la cabra, el oso y el dragón.
El escritor José Ramón Ruisánchez piensa: “ (Cumpleaños) es un libro de fantasmas, una novela de misterio y acaso una de las enciclopedias más esbeltas del mundo. Todo al mismo tiempo. Por eso hay que leer estas páginas no sólo lentamente, sino dejándose llevar por varias lógicas a la vez… Al final de la historia se revelará que todos somos fantasmas, reencarnaciones que garantizan que más allá de la finitud de cada ser humano. No como pensamiento filosófico sino como sustancia de la trama”.
A cuatro años de la muerte del escritor por una hemorragia úlcerar la constante sería regresar a él por medio de Aura, La muerte de Artemio Cruz e incluso de La región más Transparente, pero qué tal si en vez de volver por la puerta principal el lector lo hace desde el diván, esa habitación mortecina que es Cumpleaños.
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