Por: Meztli Islas Vázquez
En Cuatzalan se halla el pasado y a quienes buscan ser el futuro. En sus terrenos se halla la vestimenta tradicional y el hambre de superación, sin perder sus raíces. Los telares de madera, ancestrales, aún se ciñen al cuerpo de cientos de mujeres y hombres que viven de la economía tradicional, en este pueblo enclavado entre montañas del estado de Puebla, pero tan cerca de Veracruz, hacia el Golfo de México, que los lugareños aseguran haber sido los creadores de Los Voladores de Papantla .
A 188 kilómetros de la capital de Puebla, la comunidad casi siempre vive entre la bruma que genera la altitud geográfica y la zona boscosa. Es una comunidad donde la tradición católica que llegó con un grupo de misioneros franciscanos no se olvida y cada domingo, las mujeres, aún llegan con sus vestidos tradicionales y la cabeza cubierta; los hombres se quitan el sombrero antes de traspasar la puerta principal, y cada domingo la parroquia se llena de feligreses.
La modernidad se ha contenido un poco, pero no mucho, al igual que lo que en México conocemos como Pueblos Mágicos, el atractivo los ha impactado y sitios como la iglesia también han sido “cuidados”, pintados de colores ajenos de su originalidad.
En la política, llegó la alternancia. Hoy el alcalde es panista. En este pueblo se cambia como se hizo a nivel central, salió el PRI y llegó el PAN. Hoy el alcalde es del mismo partido que el gobernador.
Hasta en eso se mantienen las “tradiciones”.
Cuetzalan tiene un clima húmedo y el suelo parece llenarse de nubes, como si ellas quisieran tocar a los lugareños.
El centro del pueblo se encuentra a escasos minutos del hotel donde nos alojamos, está enmarcado por las montañas que lo rodean y la parroquia de San Francisco de Asís que data del siglo XVI, de estilo renacentista, fue construido de tal manera que la poca luz solar que entra inunda los pasillos la mayor parte del día.
Las paredes de la obra religiosa son estructuras fuertes aunque tiene huellas del tiempo marcadas por rastros de musgo, sus cimientos resisten. Igual que los hombres y mujeres que en su mayoría son pobres y para vivir tejen morrales, gabanes, ponchos, cultivan.
Cada domingo los indígenas de la región serrana del norte de Puebla, descendientes de cultura Totonaca, acuden a la iglesia ataviados como si se tratara de un día especial, con ropa típica, hecha de manta, sandalias y sombreros de palma fabricadas por ellos mismos.
En el lugar, como en San Juan Chamula, las creencias de los lugareños y las prácticas de una religión que se ha fundido con las costumbres que para la iglesia serían profanas impiden la toma de fotografías en el interior del templo debido a que los habitantes son celosos de lo que consideran sagrado y que se alberga en su interior.
En el atrio siempre hay un tronco acondicionado para la danza de los Voladores, sus ejecutantes tardan de dos semanas a un mes en internarse en el bosque de la sierra para poder escoger el árbol con el tronco perfecto, para realizar sus acrobacias u ofrendas a los dioses ancestrales.
El cura a cargo de la parroquia sale a bendecirlo a fin de prevenir que ninguno de los voladores se lesione. El riesgo es mucho, cada uno se ata a una cuerda a los pies y asciende hasta punta del tronco de más de 15 metros de altura para danzar en el aire y tocar una flauta en pleno vuelo para el descenso.
Ésta danza es ejecutada generalmente por hombres; ellos llevan en la sangre este oficio que no sólo vive en Cuetzalan, sino en la mayor parte del centro y sur del país.
Desde la Ciudad de México a Cuetzalan hay que viajar seis horas. En el lugar, cada octubre se celebra la feria del huipil y el café, se hacen concursos en los que los jurados son representantes de los pueblos que conforman a la comunidad, son los ancianos y la gente sabia la que juzga quién gana.
Las pruebas a superar por las concursantes son principalmente de conocimientos históricos y culinarios además de la prueba de belleza en la que se califica la hermosura con rasgos locales.
La población joven y de niños conserva una característica intangible basada en el respeto a quienes les antecedieron y la lengua, el náhuatl, que es tan vigente como el español, es incluso más probable ver gente comunicándose en el dialecto milenario que en el idioma de los conquistadores.
Es común encontrar en los restaurantes de la región platillos que tienen como guarnición los llamados tlayoyos, trozos de masa rellenos de frijoles o alverjón, una deliciosa mezcla de chícharos y hojas de aguacate que tienen un sabor característico y fuerte. Se sirven con salsa roja de molcajete hecha principalmente de chile guajillo y queso añejo espolvoreado en su superficie.
La cocina de Cuetzalan, tiene un aditamento particular. Es el limón pues, a simple vista bien puede pasar por una mandarina y no tiene el sabor que encontramos en ese cítrico comunmente, se trata de un nivel de acidez mucho más suave que se antoja con sólo exprimirlo y ver las gotas anaranjadas caer de la orilla de su delgada cáscara.
Al final del día de vendimia en el tianguis que se ubica en la zona centro del municipio, es común encontrar a los comerciantes aceptando trueques, esa costumbre que no ha dejado de ser vigente en la región, éstos pueden ser intercambios de aves de corral o algún producto que el marchante –la persona que requiere de los insumos a la venta– cosechó en su casa.
Las mujeres son conocidas por hacer telares de cintura, que pueden contener hasta setecientos hilos. Comienzan desde muy pequeñas en este oficio, la edad común para aprenderlo es a los siete años. La dificultad de los telares multicolores avanza conforme éstas se van haciendo más maduras por lo que las ancianas tejen los telares más complicados.
Las calles están impregnadas de memorias volcánicas, es importante que cuando caminamos por las calles del municipio tengamos especial cuidado pues están húmedas en todo momento debido a la eterna neblina que las toca, ‘no hay tenis de turista que resista una caída aquí’ comenta Iván, nuestro guía.
Lejos de ser las típicas calles pavimentadas de ciudad, el piso está hecho por piedras extraídas de la sierra, mismas que parecen no tener fecha de caducidad.
La majestuosidad del lugar no queda sólo en el centro, a sus alrededores hay muchas cascadas de agua sumamente fría pero para llegar a ellas hace falta tomar una bocanada grande de aire y caminar, saltar e incluso trepar un par de tramos para poder apreciarlas en todo su esplendor.
‘El Salto’ es una de las caídas de agua ubicada a un cuarto de hora del centro municipal, iluminada por los rayos del sol, como si las nubes no existieran a su alrededor, se encuentra en un punto aún más alto que el centro del pueblo.
En las cercanías de ‘El Salto’, es común encontrarse con plantas curativas y de café por lo que muchos de los habitantes encuentran en ésta planta un recurso para explotar en beneficio de su economía.
La mayoría lo cosecha en sus casas, lo tuesta y muele de manera artesanal en las azoteas. Tiene un sabor muy suave y no causa insomnio.
En lo que al poder curativo de las plantas se refiere, los habitantes le han tenido tanta confianza que en el centro de salud pueden decidir entre ser tratados con estos remedios llegados desde el pasado o la medicina que la ciencia ha desarrollado.
En el interior del panteón de más de un siglo de antigüedad, se encuentra la llamada “Iglesia de los jarritos” inspirada en un santuario francés. Este cementerio se caracteriza por tener entre sus tumbas a gente del pueblo pero los lugares difieren según la clase social de cada difunto, entre más cerca se encuentre de la iglesia –que es tomada como una puerta al cielo– más costoso es el lugar para que el cuerpo ocupe por la eternidad, incluso hay una tumba que es una réplica a escala de la parroquia de San Francisco; si tener a la iglesia cerca no fuera suficiente, estar en la iglesia sería el pase directo al paraíso.
En este lugar, donde uno pierde la noción del tiempo, donde las nubes bajan a convivir con los mortales oriundos y extraños. Donde el pasado histórico y político retrata a un México que puede vivir en el pasado, que no lo supera, y que muestra un micro universo nacional.
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