Por: Mariana Chávez

En el antiguo pueblo de Xi’an-Ho “lugar de las mariposas”, cercano a Kyoto se encontraba una casita color ópalo con un gran patio y cerezos a su alrededor, ahí vivía Ren Yibusha y su madre, Kinu. Muchos dicen que antes de la llegada de los Yibusha, aquella tierra era tan seca e infértil que ni siquiera la hierba crecía.

A esa casa vieja, llegaron la madre y su hijo con sólo una bolsa en las manos, donde como pudieron echaron toda su vida huyendo del padre y marido alcohólico.

Ella se propuso sobrevivir junto con su hijo a través de lo único que sabía hacer: coser y bordar. Al día siguiente, durante las primeras horas de la mañana, Kinu se encomendó a los espíritus de sus antepasados para que le dieran suerte en la nueva vida que comenzaba y echó a andar.

Unas horas más tarde, el pequeño Ren se levantó con los pies descalzos para buscar a su madre en la cocina, pero no halló a nadie, así que decidió esperarla sentado en el suelo hasta que el Sol comenzó a esconderse detrás de las montañas, cuando Kinu llegó, encontró a su hijo dormido en el suelo, lo levantó y cargó hasta la habitación, pero antes de abandonarlo entre las sábanas, el niño despertó, colocó sus pequeñas manos en el rostro de su madre, ella hizo lo mismo en la cara del pequeño, las manos heridas por los pinchazos de aguja y la sangre seca, producto de estas, no impidió que la Señora Yibusha, solitaria por naturaleza, pero con una gran imaginación contara historias de dragones, brujos y princesas todas las noches a su pequeño hijo mientras se dedicaba a coser con hilo de oro los trajes de la última Reina oriental. Así, ella, cada luna llena, ideaba una nueva historia.

Una noche en particular, con el cielo plasmado de nubes, un viento cálido, con olor a tierra mojada, Kinu se sentó en la cama de su hijo con la mirada perdida hacia la ventana, buscando algo ligeramente extraordinario, Ren guardó silencio hasta que su madre comenzó la charla nocturna de costumbre, comenzando así:

-Escucha con atención hijito, esta historia sucedió hace muchos años, en una tierra mágica de Oriente en la que la familia real vivía en un castillo enorme, los emperadores de aquella dinastía tenían siete hijos, pero el favorito era el más pequeño, Liu -Ban, aunque sólo tenía cinco años, la misma edad que tú, era un niño muy listo.

Un día de primavera, en el que Liu-Ban se había quedado solo en el castillo con los súbditos y su cachorro decidió salir a jugar al gran jardín, le encantaba trepar árboles, pero sus padres se lo prohibían por lo que estaba en constante vigilancia, pero como cualquier niño desobediente no le importó romper las reglas hasta que uno de los súbditos lo sorprendió escalando, no lo reprendió como sus padres lo hubieran hecho, más bien le contó lo que les pasaba a los niños que no obedecían, asustándolo un poco, creyendo que ese problema se habría resuelto con el miedo y la duda que el súbdito había implantado en el chiquillo, pero Liu-Ban ante todo era valiente, un aventurero, así que esa misma noche decidió volver a trepar el mismo árbol para comprobar la historia del monstruo dragón que acechaba los árboles en busca de pequeños.

Salió descalzo para no despertar a nadie y comenzó a trepar, justo cuando se aproximaba a la copa del árbol, una luz cegadora, brillante, deslumbró al pequeño y una voz sonora le preguntó por qué se encontraba ahí. Liu-Ban, asustado dijo toda la verdad, entonces, aquella voz se materializó en un ser de luz hermoso, el cuál le anunció que debido a su valentía y pureza, almas como la suya debían estar en el paraíso y él era el encargado de hacerlas llegar, era un cazador. Liu-Ban ya no tuvo miedo, en un instante se convirtió en un rayo de luz que ascendió hacia las nubes y desató una lluvia torrencial que jamás se había visto. Esa noche muchas casas se inundaron y los rayos atravesaron la tierra de cultivo.

A la mañana siguiente, frente al castillo había un precioso árbol de cerezo que sorprendió a todos, a los emperadores que recién llegaban con miles de regalos y un caleidoscopio bañado en oro, regalo especial para Liu-Ban, pero él no estaba, todos corrieron, soltaron los regalos para buscarlo por cada rincón del castillo, pero ninguno lo halló, entonces, el súbdito recordó la historia que le había contado el día anterior y temiendo que esta se hubiera cumplido por alguna extraña razón contó todo lo sucedido a los emperadores.

Así pasaron días y noches en el palacio, buscando al pequeñito, pero no había pistas de él en ningún sitio, ni en los alrededores, hasta que la emperatriz, muy deprimida, una mañana mirando por la ventana de su hijo en la que podía admirarse el nuevo cerezo que había aparecido desde su llegada, notó que en este había un rocío muy singular, no era transparente a la luz del sol, más bien era púrpura, el color favorito de Liu-Ban, entonces salió apresurada hacia el patio, se acercó y tocó las flores, las que al instante junto con el rocío se transformaron en una lluvia de diamantes que no paró en todo el reino después de 10 días. La emperatriz supo que eso sólo hubiera podido ser obra de una alma tan pura y gentil como la de su hijo, así que desde ese instante jamás hubo otra familia en el pueblo que muriera de hambre, jamás se presentaron carencias en ningún hogar y fueron inmensamente felices.