Por: César Hernández Dorado
Su vida estuvo resguardada bajo su propio romanticismo, escondida y alejada de la popularidad que traía consigo el dedicarse a la literatura en Europa a mediados del siglo XIX. Sin embargo, a través de la lectura de sus poemas se vislumbra a un Gustavo Adolfo Bécquer colorido, apasionado, pero también colérico, melancólico y un hombre que sabía muy bien cual era el camino que debería de llevar el romanticismo que había forjado Johann Wolfgang von Goethe alrededor de 1808.
Nacido en Sevilla, hijo de un padre pintor que implementaba el costumbrismo inglés y quien a partir de su relación con las artes comenzó a involucrar a su hijo en ella. Sin embargo, a los cinco años lo pierde y seis años más tarde a su madre, quedando en calidad de pobre, pero con el apoyo de su tío Joaquín Domínguez Bécquer, quien lo ayudó a seguir involucrado en el mundo de las artes.
Su educación literaria comenzó en el instituto sevillano con el apoyo de Francisco Rodríguez Zapata- discípulo del gran ilustrado Alberto Lista- quien lo fue involucrando en el mundo del clasicismo, los poetas latinos y los españoles del Siglo de Oro. Ya involucrado en el mundo de la literatura, decidió trasladarse a Madrid para continuar con un ambicioso proyecto de literato. Sin embargo, su sueño por escribir una “Historia de los templos de España” fracasó, ya que sólo pudo publicar un número, años más tarde de ya haber ganado popularidad en el mundo de las letras.
Aunque logré independizarse, la pobreza nunca se alejó de él, su fracaso literario lo obligó a dedicarse al periodismo y adaptar obras de teatro francesas en compañía de Luís García Luna. En su regreso a Sevilla, calló en cama como víctima de una tuberculosis (aunque algunos biógrafos aseguran que se trató de sífilis) pero la pasión y la euforia lo hicieron escribir y publicar la leyenda “El caudillo de las manos rojas”.
Tras su recuperación, conoció a Julia Espín, una musa que lo inspiró a escribir gran parte de sus rimas más prolíferas. Aunque se pensó durante mucho tiempo que se trataba realmente de Elisa Guillén, mujer con la que el escritor había mantenido una relación que le dejó un gran lecho de amargura y desamor.
Sin embargo, pese al amor de Julia, el poeta se casó con Casta Esteban, mujer con la que nunca logró consolidar una relación estable feliz, pero que ayudo a enfocarse completamente en su trabajo, escapando constantemente con su hermano Valeriano a sus viajes a Toledo, en donde cosechó gran parte de sus Leyendas y Rimas con un estilo que retomaba los clásicos tintes del romanticismo y el clasicismo español, ejemplo de ello se ve impregnado en las “Cartas literarias a una mujer”, donde expone sus teorías de amor y poesía.
Después de este periodo, la amargura de la pobreza se alejó del poeta y logró consolidarse como censor oficial de novelas, dejando su carrera de periodista y concentrándose en sus Leyendas y Rimas. Lamentablemente, tras la revolución perdió su empleo y su esposa lo abandonó, sin embargo, pese a las malas rachas, nada lo detuvo para continuar escribiendo con pasión mientras impregnaba sus letras con una melancolía amorosa desbordada.
Bajo las circunstancias del enfrentamiento, se trasladó e instaló en Toledo, donde reconstruyó sus Rimas, ya que habían desaparecido tras los saqueos de la revolución. Más tarde se movió a Madrid para ser director de la revista La Ilustración de Madrid y aunque todo parecía ser estable, de nueva cuenta el desconsuelo alcanzó el corazón del poeta tras la muerte de su hermano. La depresión inundó el alma de Bécquer, pero no se detuvo de nueva cuenta y aprovechó la situación para seguir escribiendo con ese sello romanticista.
Pareciera que la vida de un romanticista consistía en vivir la miseria a flor de piel pero siempre viéndolas como una oportunidad de transformarla a través de los versos coloridos y la transformación de las atmósferas obscuras a vientos más consoladores y cálidos.
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