Por: César Dorado/
Aunque el término de “Rock Urbano” ya no gusta demasiado a muchas de las bandas que lo forjaron a principios de los años 80, no cabe duda que en la esencia de ese peculiar estilo de hacer rock, en el que se combina el blues con el heavy metal e incluso el ska, se retrata la realidad alterna y cruel de aquellos jóvenes que vivían en las zonas marginadas e industriales del área metropolitana, en donde la delincuencia permeaba el corazón de cada barrio, pero al mismo tiempo alimentaba la inspiración de muchos autodidactas de la música.
Aunque el rock en México se segmentó en diversas vertientes desde su llegada con jóvenes bien producidos y tocando en cafés y escenarios pomposos- como el caso de Enrique Guzman, los Teen Tops y Los Rebeldes del Rock– en esencia nunca fue bien recibido por la ideología conservadora del régimen priista y también por los padres de familia que venían de una misma línea ideológica.
No fue que hasta los años sesenta, donde muchos cantantes de rock and roll decidieron dedicarse a la balada y con la llegada ilegal de nuevo material musical de bandas como The Beatles, The Doors, Janis Joplin y uno que otra recopilación del clásico Rhythm And Blues, más la amenaza ideológica que representaba la liberación de Cuba y el fortalecimiento de la Unión Soviética, que muchos jóvenes quisieron hacer un sonido más cruel y vivo que retratara su vida.
Es así que después de la masacre del 68, la consolidación de la carrera de Hendrix, Joplin, The Who, Creedence y el Festival de Avándaro, los jóvenes mexicanos tomaron riendas en su nuevo objetivo; trazar las nuevas riendas de su propio estilo de rock, en donde se reflejara su lugar de origen, marginado y alejado de toda posibilidad de progreso.
Aunque en sus primeros años fue difícil darse a notar, pues trasladarse a los lugares más concurridos, los grupos de rock urbano lograron crear sus propios espacios de convivencia y poco a poco ganando fama en Nezahualcóyotl, Ecatepec, Valle de Bravo y algunos tianguis del antiguo DF donde llegaban casetes con grabaciones amateur. Poco a poco ese movimiento se fue convirtiendo en una alternativa para otros jóvenes rebeldes.
Es así como del barrio de La Blanca, en Tlalnepantla, este estilo llegó hasta oídos de Carlos Godínez, Eduardo Cruz, David Lerma y Fernando Mendoza, quienes dándose cuenta de su cotidianidad violenta, consolidaron a la Banda Bostik en medio de una bodega donde se reunían con otros compañeros del barrio a componer temas con tintes de blues y letras rasposas en donde se contaban las historias del barrio.
Con el pasaje del tiempo, la banda tomó fama en barrios aledaños y cualquier deportivo, bar o esquina donde se pudiera bajar la luz desde un poste eran los lugares adecuados para tocar y presenciar el ánimo auténtico de cuatro jóvenes apasionados por el rock.
Pero no fue hasta dos años después de su formación, en 1985, que durante un famoso “tokin” a lado del palacio municipal de Tlalnepantla que esta banda colocó su sello personal en la historia del rock urbano, pues su actuación trajo consigo a un centenar de “chavos banda” y punks que expandieron su música de boca en boca y de caguama en caguama.
Dos años más tarde, la banda tuvo la oportunidad de grabar su primer material, “Abran esa puerta”, grabado en los estudios de Rafael Acosta, baterista mexicano de bandas como los Teen Tops. Este disco, con su alta crítica social ha sido de los más vendidos en la historia del rock urbano y de acuerdo con Ricardo Bravo, curador de la fonoteca y periodista especialista de rock mexicano, es uno de los 25 discos que determinaron el rock nacional.
Después de este exitoso primer disco, el panorama y la unión entre bandas fue mejorando, así se fueron formando festivales y tocadas improvisadas en los hoyos funkies y el famoso Rockotitlán. Para 1989, siendo reconocidos en muchos clubes y algunas ciudades de Estados Unidos, la banda no dejó de mantener su línea de convivir con los barrios y retratar su vida, es así como editan un disco en vivo desde el penal de Barrientos en Tlalnepantla, al mismo tiempo de que ya preparaban otra producción en estudio. Después de tiempo, los chicos por fin lograron concretar acuerdos para tocar su música en Estados Unidos, donde muchos mexicanos se sentían identificados con su música por su peculiar manera de contar historias a guitarrazos.
Así, sin detenerse en 35 años, la Banda Bostik ha llevado en alto la bandera del rock urbano, siempre con ese sello particular; el cuero, los tenis, greña larga y contando las historias de lo que muchos no querían ver, historias de gente sumergida en espacios de violencia y terror. Sin prejuicios y sin ataduras, porque vivieron en carne propia cada situación que se retrata en sus canciones.
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