Por. Redacción/
“Mi padre, Joseph Raúl Hellmer Pinkham (1913-1971), fue una persona con una inteligencia y un don fuera de lo común, tenía un compromiso espiritual con su tiempo y desde joven pensaba que con la música debía enlazar a las naciones, por lo que incursionó en la grabación de diversos ritmos y géneros en México; así, se convirtió en uno de los pioneros de la etnomusicología en el país”, destacó José Antonio Hellmer Miranda.
El heredero del legado sonoro del estadounidense creó en 2007 la fundación que lleva el nombre de su progenitor, con la intención de preservar y difundir el vasto acervo que actualmente se encuentra en diversas colecciones públicas y privadas.
Invitado al ciclo Charlemos de… música grabada y antropología, actividad paralela a la exposición Ecos de la cultura. Etnografía y grabación sonora, que se presenta en el Museo Nacional de las Culturas, Hellmer Miranda expuso que el legado de su padre es uno de los más importantes en México, y aunque quizás no sea el mejor catalogado (para lo que dijo ya estar trabajando), si es el más estructurado en el sentido de la capacidad que tuvo su progenitor para grabar, preservar y difundir.
“No era sólo llegar a campo a investigar, grabar y ya, no sólo era guardarlas (las cintas de grabación) sino que había que difundirlas, lo que hizo en sus programas de radio y televisión”.
Indicó que su padre grabó en el centro y sur del territorio mexicano, principalmente, pero fue el estado de Veracruz el que recorrió pueblo por pueblo, ya que decía que, aunque había nacido en Filadelfia, era jarocho.
Manifestó que el etnomusicólogo, antropólogo y sociólogo estadounidense tenía la nobleza de caerle bien a la gente. Relató que, en cierta ocasión, alumnos de la Universidad Iberoamericana, donde impartió la cátedra La música y el hombre, se le acercaron para decirle: “maestro, tengo un proyecto de este tipo”, a lo que les respondió: “qué necesitas”; prestaba grabaciones o discos con la intención de los jóvenes tuvieran el apoyo que muchas veces se les negaba.
“Una de las cosas significativas de haber podido grabar esas músicas durante poco más de 20 años, era la forma en que se acercaba a las personas en distintas regiones del país para grabarlas interpretando esas músicas, era todo un arte que él desplegaba para convencerlas”, comentó.
El “ex gringo de Filadelfia”, como se hacía llamar, realizó diversas grabaciones en Morelos, Michoacán y Oaxaca, de 1947 a 1971, muchas de las cuales se encuentran resguardadas en acervos de instituciones como la Fonoteca del INAH, que cuenta con poco más de 300 cintas magnetofónicas, diversos documentos personales, como pasaporte o acta de nacimiento; una amplia colección fotográfica que está siendo investigada, y cerca de 14 instrumentos musicales que Hellmer adquirió en sus diversos viajes.
La Fonoteca Nacional y el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical, del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre otras instancias, también han hecho un trabajo de acopio y digitalización de su trabajo, además de valorar sus notas y fotografías. “Los acervos están ubicados, tenemos que ver la forma de reunirlos en un solo espacio, lo ideal sería que fuera en la Fundación José Raúl Hellmer Pinkham (constituida en 2007), para que se difundan, pero se requiere de recursos y en eso trabajamos”.
El subdirector de la Fonoteca del INAH, el etnólogo Benjamín Muratalla, por su parte, resaltó el rescate, recopilación y difusión de la música tradicional e indígena mexicana que Raúl Hellmer hiciera.
Al dictar la conferencia Raúl Hellmer y sus aportes a la etnomusicología mexicana, Muratalla destacó que el investigador estadounidense, siendo niño, acudía a una iglesia de su comunidad que tenía piano, y una vez entró para teclearlo sin saber tocarlo, después tomó clases, pero ese momento fue su primer acercamiento a la música.
Ya en su juventud, le tocó la época entre las dos guerras mundiales, por lo que tuvo conciencia de la belicosidad en el mundo, incluso, fue requerido para enlistarse en el ejército estadounidense para ir al frente en la Segunda Guerra Mundial, pero debido a que tenía una pierna más larga que la otra, resultado de la poliomielitis que padeció de niño, fue descartado para acudir a ese llamado.
“Se dice que en sus andanzas, en una venta de garaje, encontró un viejo disco que incluía el tradicional son jarocho conocido como El siquisirí, que le abrió la puerta a sonoridades insospechadas hasta el momento para él, grabación que lo trajo a México para adentrarse y profundizar en las raíces musicales mexicanas, acompañado de una grabadora a cuestas que pesaba más de 40 kilos”.
Explicó que entre especialistas existe una controversia en torno a su formación como investigador, pero todos coinciden en que tenía una gran visión y un magnifico oído para percatarse de los sonidos de la cultura o de los sonidos como cultura, “era un extraordinario grabador, sabía ubicarse, identificar a una cultura por su sonido”.
Raúl Hellmer trabajó en el Palacio de Bellas Artes, grabando música clásica y de concierto, además de piezas para el Ballet Folclórico de Amalia Hernández, y aunque casi no salió a campo durante esta labor, contaba con los recursos y medios para traer a músicos de diversos estados y grabarlos para las danzas y bailables del conjunto dancístico.
Su pasión por la música tradicional e indígena mexicana era tal que la defendió de la invasión cultural anglosajona, principalmente de Estados Unidos, vía músicas como el rock and roll, entre otros.
El INAH, a través de la Fonoteca, publicó en 2002 el número 39 de la colección Testimonio Musical de México, titulado A la trova más bonita de estos nobles cantadores… Grabaciones en Veracruz de José Raúl Hellmer, que contiene 19 temas de la tradición sonera veracruzana grabados por él hace más de 40 años.
El ciclo de conferencias y presentaciones musicales continúa los viernes de febrero, y los días 2, 3 y 4 de marzo próximo, en el Museo Nacional de la Culturas, ubicado en Moneda 13, Centro Histórico. La entrada es libre.
No Comment