Por : Oswaldo Rojas
“Todo excepto la libertad total, es la muerte”.
Todos los hombres decimos que las mujeres que nos interesan son aquellas independientes, diligentes, hermosas e inteligentes. Pero generalmente terminamos fijándonos en cosas menores a las que ensalzamos. Aun con eso, llegan ha aparecer cada cierto tiempo mujeres que abarcan todo eso y más. Por eso, hoy que se celebra el día internacional de la mujer recordamos a la gran diarista y ensayista: Anaïs Nin.
Aunque nació en Francia en 1903 vivió y desarrollo gran parte de su obra en Estados Unidos. Su padre pianista de de ascendía catalana acostumbrado a la vida bohemia – especialmente en lo que se refiere a los amoríos – abandonó a su familia cuando Anaïs apenas tenía once años, con lo que comenzaría a escribir un largo diario que con los años daría muestra de su habilidad reflexiva.
En esos diarios compilados en siete volúmenes Nin transcribe su experiencia como artista, las sesiones de psicoanálisis cuando este comenzaba a cobrar prestigio, sus andanzas por cafés y bares, sus largas discusiones con editores , especialmente, su intimo contacto intelectual con el escritor Henry Miller y su esposa June Mansfield en los primeros años de la década de los 30.
Como mujer Anaïs Nin quedó prendada de la naturaleza de June, quien la hizo ingresar en una serie de reflexiones sobre la moral, la crueldad y efectos de la bondad en la escritura. “En aquel instante comprendí. Ella solo cree en lo intimo y cercano, en confesiones nacidas en la oscuridad de una alcoba, en peleas nacidas del alcohol […]. Solo cree en la palabras obtenidas por la fuerza, como las confesiones de los criminales que han sido sometidos largo tiempo al hambre, los interrogatorios, las luces intensas y los violentos tirones de mascaras”, dice en diciembre de 1931 Nin sobre June.
Aunque en un inicio la relación de las dos está intermediada por Miller no tardaría mucho en independizarse y llevarlas a amplios análisis la una de la otra, a uno que otro beso y generar en Anaïs Nin un sentimiento protector hacia June.
Una de las formas de describir la presencia de June en la vida de Anaïs Nin es como intensa. En sus diarios no solo deja constancia del placer que le causa estar con ella, incluso como un acto contra Henry Miller, sino también de una necesidad de entender al otro y como en ese intento se oculta el de hallarse a sí misma. Porque Anaïs, a pesar de haber sido una mujer hermosa que llevaba a los hombres a confundir su deseo con cariño; a mezclar esos sentimientos en dosis peligrosas, se veía minimizada ante la imagen de June a la que pareciera guardarle un respeto y devoción muy por encima del amor de amigas.
“Hay una mujer que estimula la imaginación de los demás, y eso es todo. June era esencia misma del teatro, un estimulo para la imaginación, la promesa de una intensidad y una elevación de la experiencia, todo de gran riqueza, pero luego no llega a aparecer en persona y ofrece, en cambio, una cortina de humo a base de forzadas charlas sobre trivialidades”.
A Anaïs se le presentaba la figura de June como algo enigmático e inasible. Un personaje que friccionaba tanto su propia vida que hacia muy difícil acercarse, protegerla y, finalmente, confiar en ella. Paradójicamente, todo eso fue lo que permitió que Miller y Nin se acercaran más, pues ambos se veían atormentados ante la difuminada silueta de June. Sin embargo, solo Anaïs Nin logró entender las motivaciones autenticas de ella.
Con el tiempo ambas mujeres compartirían sus ansiedades, muchas generadas por Miller que les resulta contradictorio pero de una personalidad explosivo que las llamaba. Nin obtuvo del escritor de Trópico de Cáncer grandes lecciones sobre estilo y de su esposa entendimiento sobre lo humano.
Conforme se hacían más cercanas su relación se complicaba. June consumía drogas, hashish principalmente, además de que era difícil precisar de donde conseguía el dinero con el que mantenía su estancia y la de Henry Miller en París. Las sospechas sobre la vida oculta y real de June alcanzaban la prostitución.
“Me habló de los efectos de hashish.
-He conocido esos estados – le dije – sin hashish. No necesito drogas. Todo esto lo llevo en mí.
Esto la irritó, No se da cuenta de que, siendo una artista, quiero llegar a esos estados de éxtasis o visión manteniendo intacta mi conciencia. Soy el poeta, y debo sentir y ver. No quiero ser anestesiada. La belleza de June me mantiene embriagada, pero también tengo conciencia de ello”.
De esa embriaguez nacerían asombrosos fragmentos en su diarios. Cuando June se ve en la necesidad de regresar a Estados Unidos en 1932, su presencia en la vida de Nin ya había logrado marcarla profundamente. De hecho, uno de las razones que llevo a Anaïs Nin a psicoanalizarse fue el desconcierto en el que quedo tras su partida, basado en la incapacidad de entender a su amiga.
Anaïs Nin escribió intensamente sobre todo lo que percibía con la única razón de entender y librarse de esa ansiedad de indefensión en este mundo. Su relación con June la llevo a lugares que ella ya sabía estaban en ella pero que necesitaban de un espejo. “ Porque para mi escribir es un mundo ancho, un mundo sin limites, un mundo que lo contiene todo”.
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