Por José Sánchez López

Dentro de la extensa gama de policías, buenos y malos, figuran toda clase de personajes; uno de ellos fue el polémico Jesús Miyazawa Alvarez, egresado del Heroico Colegio Militar, con el grado de capitán.  

Su buena o mala fama, según se vea, fue apuntalada por una media docena de policías, a los que siempre llevó a la institución donde llegara, entre ellos su condiscípulo Rosalino Ramírez Faz y sus colegas, Zoilo López Acuña, Jesús Terrón Serrano, Sergio Robles Martínez, Rubén Arteaga Valdez y Pedro Rosales Quiroz.

Su primera incursión en el ambiente policial, fue en la Dirección Federal de Seguridad, al llegar directamente a la Brigada Especial, mejor conocida como Brigada Blanca, creada exprofeso para combatir a los grupos opositores al régimen, etapa que después se conocería como la “guerra sucia”, en la que hubo cientos de muertos y desaparecidos.

En ese tiempo, en la década de los setentas, tuvo como compañeros y jefes a Florentino Ventura Gutiérrez, José Salomón Tanús, Arturo Durazo Moreno, Francisco Sahagún Baca, Francisco Quiroz Hermosillo, Arturo Acosta Chaparro, Luis de la Barreda Moreno y a Miguel Nazar Haro, entre otros.

Como premio al exterminio de la Liga Comunista 23 de Septiembre, Miyazawa fue designado director de la Policía Judicial del Distrito.

Uno de los casos que representó para Miyazawa uno de sus mejores triunfos como jefe de la judicial capitalina, fue el del nieto asesino, Gilberto Flores Alavez, aunque en realidad fue resuelto no por él ni por sus “sabuesos”, sino por los periodistas de la fuente de la Procuraduría del Distrito de aquella época.    

El 6 de octubre de 1978, el matrimonio formado por Gilberto Flores Muñoz y María Asunción Izquierdo Albiñana, fueron encontrados muertos, a machetazos, en su residencia de Paseo de las Palmas.

El truculento doble crimen, inspiró al desaparecido escritor, Vicente Leñero Otero, a escribir el libro “Asesinato” en el que describió el horrendo caso e hizo mención a una de las obras de Ana Mairena, “Los Extraordinarios”, en el que la escritora narra el doble crimen de Mercedes Cassola e Icilio Massine, con premonitoria y macabra similitud a la de su propia muerte y a la de su marido.

Vicente Leñero

El escritor Vicente Leñero

Debe acotarse que cada vez que ocurría un hecho importante en el sector de la nota roja, los reporteros de la fuente, en aras del seguimiento de la información, se reunían todas las tardes en la sala de prensa, antes de ir a sus respectivas redacciones, para intercambiar puntos de vista e impresiones de la información a seguir o del asunto del día.

Era más que sabido que el reportero, principalmente el de la fuente policíaca, además de tener sus contactos, tenía que ser también investigador lo que le valía en muchas ocasiones, llegar al fondo de un caso antes que los mismos investigadores oficiales, y, por ende, llevarse la exclusiva.

Dado que se trataba de uno de los casos más relevantes de los últimos años, puesto que una de las víctimas había sido gobernador de Nayarit y ex candidato presidencial, mientras que su esposa, una notable escritora bajo el seudónimo de Ana Mairena, había muchas trabas oficiales para conocer los avances de la investigación.

Ante ello, los tundemáquinas se reunían para conocer los pormenores y adelantos del caso, principalmente por los obstáculos de las mismas autoridades, dado que se trataba de personajes del mundo de la política.

Al analizar el caso, se dieron cuenta que la malla electrificada nunca fue desconectada para permitir el acceso al o a los asesinos y que tampoco los perros guardianes habían hecho escándalo ante la posible presencia de extraños.

Al siguiente día la nota principal en los diarios fue:

“LOS ASESINOS CERCANOS A LA FAMILIA”.

En el desarrollo de la información, señalaban que tales apreciaciones habían sido hechas por el director de la Policía Judicial del Distrito, Jesús Miyazawa Alvarez, obviamente sin que el funcionario hubiera hecho ese tipo de declaraciones.

Ese día, el jefe policíaco fue a buscar a los “chicos de la prensa” para decirles que dada la importancia de los personajes, estaba impedido de hacer declaraciones, pero que en cuanto tuviera la certeza de las pesquisas, se los comunicaría.

Al siguiente día, volvieron a tener su conciliábulo los reporteros y nuevamente estudiaron los pormenores del caso, llegando a la conclusión de que el o los responsables no sólo eran cercanos, es decir, algún sirviente o vecino, sino alguien de la familia.

La cabeza de la nota principal de los diarios del día siguiente fue:

“UN FAMILIAR EL ASESINO”, así lo informó Miyazawa Alvarez.

Nuevamente, el jefe de la policía fue a la sala de prensa, pero ya molesto y reclamó a los periodistas. Les dijo que no le adjudicaran declaraciones que no había hecho.

-No la chinguen, me van a correr por algo que no he hecho, además de que no comparto su punto de vista.

Los más confianzudos respondieron:

-¡Ya, pinche chino! si esto está más claro que el agua.

-Podría ser, pero yo no puedo decirlo, me va en ello la chamba.

Al siguiente día se repitió la misma historia, pero con el añadido que la nota decía:

“LAS VICTIMAS CONOCIAN A SU VICTIMARIO” y de nueva cuenta se la adjudicaron a Miyazawa.

Esa mañana, simultáneamente salió un desplegado en varios diarios de circulación nacional, donde el entonces subdirector del IMSS, Gilberto Flores Izquierdo, hijo del matrimonio asesinado, y medio millar de médicos de la instituto, exigían la destitución del jefe de la policía “por enlodar el nombre y el prestigio de una familia honorable”.

-“¡Se los dije, cabrones! sabía que me iba a costar la chamba. Les pedí que no me involucraran, pero no me hicieron caso”.

La tarde de ese mismo día, de manera discreta, por el sótano de la institución, llegó la madre del joven Anacarsis Peralta Torres, sobrino del magnate Alejo Peralta y pidió hablar directamente con el entonces procurador Agustín Alanís Fuentes.

Dijo que su hijo Anacarsis, agobiado por su conciencia, confesó que días antes acompañó a su amigo Gilberto Flores Alavéz, a comprar los machetes, las bolsas negras y otros implementos empleados en el doble crimen.

Al preguntar que para qué los quería, Gilberto le respondió que eran para matar a sus abuelos, aunque enseguida aclaró que se trataba de una broma, que los utilizaría para derribar una pequeña cabaña dentro de la propiedad.

Sin embargo, tras enterarse de lo ocurrido supo que Gilberto no bromeaba y aunque quiso callarlo, el cargo de conciencia no se lo permitió y terminó por decírselo a su madre y ésta a su vez lo llevó a la procuraduría.

La mañana del 12 de octubre, seis días después de ocurrido el doble asesinato, también de manera subrepticia, llegaron a la procuraduría los padres de Gilberto, acompañados por el político Arsenio Farell Cubillas y el abogado Adolfo Aguilar y Quevedo. Sigilosamente, subieron hasta el despacho del procurador Alanís.

La reunión se prolongó hasta la madrugada del día siguiente, aunque esa misma tarde, el diario vespertino Fotopress salió con una exclusiva a ocho columnas:

Caso Flores Alavez

“FUE EL NIETO”

La información oficial, a través del clásico boletín, fue dada la mañana del 13 de octubre, en la que confirmaron lo publicado un día antes de por el diario de la cadena Avance,

Entonces sí, el capitán Miyazawa concedió todo tipo de entrevistas y se ufanaba de haber señalado, “desde un principio”, que el autor del doble crimen era el nieto.

Años después, precisamente Gilberto Flores Alavez, desnudaría a Miyazawa Alvarez, quien ya era director del Reclusorio Norte, donde estaba preso el nieto asesino, y lo acusaría en su libro “El Beso Negro” de ser un funcionario corrupto, represor, torturador, adicto y narcotraficante.

Pero antes, Miyazawa fue designado coordinador de la Policía Ministerial en el estado de Morelos, de donde también fue cesado cuando se descubrió a su jefe antisecuestros, Armando Martínez Salgado, en los momentos que pretendían deshacerse del cuerpo de un secuestrador al que había matado al torturarlo

El 28 de enero de 1998, una patrulla de la Policía Federal de Caminos, detuvo en un tramo de la autopista de Cuernavaca al jefe de la Unidad Antisecuestro del Estado, Armando Martínez y a dos agentes judiciales, cuando tiraban los despojos del presunto secuestrador Jorge Nava Avilés, “La Mole”, en la cuneta.

El cuerpo no tenía una oreja, presentaba las costillas rotas, un testículo cercenado y estaba politraumatizado. Había sido muerto a golpes.  

Su jefe Miyazawa, defendió a Martínez Salgado y aseguró: “no sé qué le sucedió al muchacho, porque no he platicado con ellos (los agentes), creo que se desmayó  y lo que hicieron en la carretera es que se pararon para ver el estado de salud del detenido, bueno se cubrió las espaldas, eso me dice Armando porque yo no vi nada”.

Eso le costaría el puesto a Miyazawa y 12 años de prisión a Martínez Salgado.

Posteriormente regresaría al cargo de director de la Judicial del Distrito, de donde sería nuevamente echado, pero esa vez de manera vergonzosa y junto con todos sus comandantes.

El viernes 13 de mayo de 1988, el comandante Pablo Estanislao Aguilar Alcalá, del grupo San Agustín, del Estado de México, tripulaba una de las patrullas de su corporación y circulaba sobre Río San Joaquín, a la altura de Mariano Escobedo.

Por un incidente de tránsito tuvieron problemas con los ocupantes de un auto Corsar y como los insultos subieron de tono, el comandante mexiquense se les “cerró”, bajo de su unidad y sin más baleó al chofer y copiloto que murieron en forma instantánea.

Enseguida, los tripulantes del vehículo Topaz, rojo, se dieron a la fuga.

No se enteraron que a quienes habían dado muerte, había sido al agente judicial del DF, Alberto Oviedo Ruiz y al joven Constantino Martínez Escalante, hijo del jefe de la cuarta comandancia de la judicial capitalina, Sergio Martínez Robles.

En menos de una semana y por una denuncia anónima, según Luis Aranda Zorrivas, entonces subdirector del Sector Sur, ya se tenían datos para dar con los responsables.

Se sabría que había “luz verde” para aprehender al culpable, al que ya habían identificado como Pablo Estanislao Aguilar Alcalá.

El día 19, un contingente de judiciales del Distrito se trasladó hasta el municipio de Chalco, en el Estado de México y, sin mediar oficio de colaboración ni nada, se trajeron con todo y patrulla al comandante mexiquense y a dos de sus agentes que luego de tremenda golpiza fueron liberados, mientras que a Estanislao lo mantuvieron en su poder.

Lo llevaron a los separos de la judicial capitalina, en los sótanos del inmueble de Topacio, y lo sometieron a toda suerte de torturas.

El trato fue tan brutal, que se les murió durante el interrogatorio, pero como había instrucciones superiores, no se preocuparon y llevaron el cadáver al mismo auto de la víctima. El plan era deshacerse del cuerpo en la madrugada.

El problema fue que “se les olvidó” y como todos los jefes y los interrogadores se fueron a su casa, el cadáver siguió en la cajuela del Corsar.

A la mañana siguiente, el responsable de la vigilancia del inmueble descubrió el cuerpo y de inmediato lo reportó.

Sobrevino el escándalo mayúsculo, todos se culparon entre sí, Miyazawa se dijo engañado, por lo que el entonces procurador, Renato Sales Gasque, cesó al director y a todos sus comandantes, pero no se procedió legalmente contra ninguno de ellos.   

Por otra parte, Gilberto Flores Alavéz, el “nieto asesino”, quien recuperó su libertad 11 años después del doble crimen, en su libro “El Beso Negro”, hizo fuertes acusaciones, que nunca prosperaron, contra Miyazawa.

En 1984, señala en su libelo, el capitán Jesús Miyazawa Alvarez, era director del Reclusorio Preventivo Norte del Distrito Federal y recibía en sus oficinas al preso Miguel Angel Rodríguez Rizo, que le llevó a Víctor Manuel Casillas Alvarez, un recomendado.

—Capitán, esta es la persona de que tanto le he hablado — le dijo

Miyazawa tomó la palabra y fue directo:

—Miguel Angel te recomienda ampliamente Sé que eres experto en asaltos y estoy al tanto de todas tus actividades Fíjate bien, voy a ponerte un asunto muy especial: quiero que asaltes una casa particular, que me traigas dos expedientes judiciales y cualquier otro papel que encuentres en tu camino Todo lo demás, los objetos materiales, son para ti Ahora, si no te parece, te quedas aquí como interno o te doy pa`bajo.

Tres días después, en una segunda conversación, Miyazawa le dijo:

—Esto urge. Observa durante varios días muy bien el movimiento de la casa y lo demás te lo dejo a tu criterio Ese es tu trabajo Quiero esos documentos, caiga quien caiga, pase lo que pase ¿entendido? ¿Traes buenas armas o te las proporciono?

—No, capitán Por eso no se preocupe.

Miyazawa le dio la dirección de la residencia, ubicada en la calle Nilo, colonia Clavería y luego de cometido el asalto y haberle entregado en propia mano los documentos, Casillas Alvarez se percató que la casa asaltada y los expedientes robados eran propiedad del interno Víctor Pérez Mendoza, coacusado con Lidia Camarena Salazar, exdirectora de Administración de Productos Pesqueros Mexicanos, encarcelada por fraude y falsificación de documentos, en 1983.

Casillas Alvarez, da a conocer en su testimonio, con detalles el comportamiento de Miyazawa al que describe como un sujeto de doble personalidad, elegante, imperativo y despótico, sanguinario, sádico, irónico, prepotente, quien se felicitaba a sí mismo de sus propias fechorías y quien justificaba el uso del medio que fuese necesario.

En suma, dice, “en los tratos subsecuentes advertí que era un delincuente más, como nosotros, además de drogadicto y narcotraficante”.

Acusó que Miyazawa lo forzó a cometer otros asaltos en zonas residenciales de esta capital, en compañía de “expertos colombianos”.

Dijo que Miyazawa consumía drogas, que en una ocasión, cuando se encontraba en el cuarto de su amigo en compañía de un colombiano de nombre Fabio, el director abrió la puerta y dijo:

—¿Qué, no van a sacar algo?

Fabio le ofreció:

—Sírvase, jefe

De inmediato, Miyazawa sacó un broche de fólder que estaba ahí, lo extendió a modo de cuchara y aspiró el enervante por la nariz Luego se llevó a Miguel Angel a su despacho Media hora después, éste le dijo:

—Gabriel, te tengo un buen tiro: necesito que asaltes un camión (torton) de la Pedro Domecq, cuya ruta habitual es la avenida López Portillo, a la altura de Villa de las Flores.

Dijo que robó el camión y lo llevó al reclusorio, donde entró por la aduana de vehículos, donde ya lo esperaban por órdenes de Miyazawa

Sin la menor objeción entré y me estacioné en el área de Servicios Generales. Allí me esperaba Miguel Angel, quien me entregó tres millones de pesos de parte de Miyazawa. No los rechacé porque corría peligro mi vida.

Dijo que tuvo que llevar a cabo otros asaltos, a camiones repartidores de vino y cigarros y que en ocasiones, tuvo que llevar varios envíos de mariguana y cocaína al reclusorio.

Mario Alberto Chávez Traconi

Mario Alberto Chávez Traconi

Dijo que lo mandaba a contratar el servicio de banquetes con suculentas viandas y licor vino, así como a comprar vehículos último modelo que pagaba con cheques falsificados que hacía el reo Mario Alberto Chávez Traconi, conocido como “El Rey del Fraude” y que si había algún problema, Miyazawa impedía el paso a los representantes de las compañías que reclamaban el pago.

Esa es parte de la historia de uno de tantos elementos policíacos, que por “actos en servicio” a favor del gobierno en turno, se les toleraron y justificaron toda clase de excesos y atropellos.