Por Oswaldo Rojas
En medio de una librería que bosqueja una forma realista del origen del narco y la cultura que lo rodea, Froylán Enciso, uno de los investigadores que han centrado gran parte de sus esfuerzos en el narcotráfico, plantea porqué el camino de la legalización debe ser terminado de recorrer. Tal vez lo más atractivo es que el también historiador hace reflexionar acerca de la imagen del narcotraficante y lo plantea como un personaje que no nació en la maldad, y lo sitúa como una persona en la que sus orígenes han determinado una venganza involuntaria, a largo plazo, de pueblos victimizados por una sociedad intolerante.
Mazatlán Sinaloa, 1981. Froylán nace en una familia muy ideologizada; eso lo lleva a vivir una juventud de rebeldía. Estuvo rodeado por gente de izquierda y hasta izquierda radical. Ha querido ir en contra de esa educación comunista que lleva a las personas a ideas muy arraigadas (muy loables), pero con una incapacidad hacia el placer y con reticencias hacia los valores estéticos.
“Mi papá venia de la sierra, de Juantillos, ahí estuvo en contacto con la producción de marihuana. Ahora es un pueblo fantasma. A partir de la ruptura con los Beltrán Leyva, la empresa de Sinaloa como le dicen los gringos, hubo mucha violencia y mi familia salió de Juantillos y ahora viven en Mazatlán. Se integran a la vida urbana”.
“Mi madre viene de un pueblito agrícola del norte de Sinaloa llamado Gambino. Ahí viven sobre todo jornaleros de los grandes campos que alimentan a todo México. Mi formación viene de eso, de un proceso de urbanización familiar. Tuve más contacto con ese eslabón débil del mundo del narcotráfico, que son los productores, y eso me sensibilizó mucho desde niño”.
“También tuve contacto con la violencia. Me acuerdo que en los años 80, cuando estaba el gobernador sinaloense corruptísimo Antonio Toledo, vivíamos en una colonia popular, donde mi madre, al salir de la biblioteca, porque ella era bibliotecaria de la Universidad Autónoma de Sinaloa, tenía que pasar por una calle muy oscura, y decía que no le daba miedo la oscuridad, si no la inseguridad. ‘Me da miedo ver otro cuerpo’, decía”.
En medio de la plática, el periodista mazatleco confiesa que, cuando su padre muere, el pequeño Froylán de apenas once años vuelca su atención a la escuela; pero con la crisis del ’94, su familia queda más pobre y estudiar parecía difícil. Detro de este panorama, tras concluir la preparatoria, el futuro periodista se entera de la existencia del Colegio de México, que para esos tiempos beca a todo el mundo. Ahí no sólo conoce un nuevo mundo que lo llevaría de lo bucólico a lo citadino; también de forma involuntaria se pondría a escribir acerca de aquellos recuerdos de su primera edad: del narcotráfico.
“Era lo que yo conocía[…] lo único que yo sabia era que la violencia del narcotráfico estaba tocando la vida de las personas. En Sinaloa yo vi que la narocultura tenia la capacidad de volverse un fenómeno nacional. Terminé profundizando en cómo se movían los mercados de la droga”.
Cultura de los consumidores
“No sabes el impacto que me causo el conocer a la gente que fumaba marihuana”.
-¿No conocías esto desde tu infancia?
“No. Mazatlán no es como las islas de la UNAM, donde todo mundo está fumando sin pedos, o como las canchas de basquet de la ENAH; esas son zonas de tolerancia en la ciudad, en donde se sabe y no pasa nada; pero para mí fue un shock”.
“Eso fue algo que me dejó pensando en la conexión con Estados Unidos y me acercó a los consumidores desde un punto de vista más compasivo. La gente piensa que yo consumo porque soy activista en la lucha por la legalización, pero también lo soy en la defensa de los derechos de los consumidores. Que no se les victimice y criminalice como yo había visto que se hacia con los productores”.
“Estas experiencias me dejaron ver con más claridad cómo las cadenas, que iban desde la producción hasta el consumo en las islas de la UNAM y después en Nueva York y otras partes del mundo, en realidad era un sistema de administración y distribución de la ignorancia” -dice esto sonriendo porque sabe que lo que viene es en realidad un poco revelador -.
“Pensé que vivíamos en un sistema que está diseñado para que los que están en una parte de esa cadena no sepan de los que están del otro lado; es decir, que los productores sean ignorantes de los consumidores e incluso que se consideren enemigos” –eso me hace pensar en algunos amigos que hablan del narcotráfico como algo lejano y, aún siendo ellos los compradores, como algo maligno; que hablan de autocultivo como la solución y miran de reojo el eslabón inicial-.
“Muchos productores piensan que generan un veneno o un vicio para los gringos. Ahí hay una ideología anti imperialista. Y muchos consumidores en Nueva York o en París piensan que los productores son unos seres exóticos que usan botas de piel de cocodrilo, unos cintos pitiados, cadenas de oro y que andan por todos lados tomando un chingo de tequila. Pero no todos son así, hay muchos campesinos de huarache y calzón de manta que son productores y no tienen nada que ver con el estereotipo del narco – le digo que sin duda ese es el personaje que se construyó a base de novelas y televisión para el resto del mundo, que es entendible que se les imagine así –. No sólo afuera; así se les ve desde aquí, desde esta librería”.
“Cuando se habla y muestra al narco te ponen mansiones y autos, pero Badiraguato -lugar que ha visto surgir capos como Joaquín “El Chapo” Guzmán, y el cual también es considerado como “cuna” del narcotráfico- sigue siendo el municipio más pobre de Sinaloa-. La cobertura mediática no es sobre esa marginación; en realidad se centra en la narco-épica nacional. Y esa cobertura es parte de este sistema de distribución de la ignorancia, que es la que nos tiene matándonos los unos a los otros.
Los orígenes humanos del narcotráfico
En su libro, Froylán retrata anécdotas y saltos. Y no es que empiece en 1900 y acabe en 2015.
-¿Por qué escribiste este libro en relatos en vez de hacerlo de una manera más ortodoxa, como una crónica histórica?
“Cuando regresé de mis cursos de doctorado, en 2010, estábamos metidos en la guerra de Calderón y surgió Nuestra Aparente Rendición (página web dedicada a compilar los estragos y las historias tras bambalinas de la guerra). Ahí empezaron a converger periodistas y activistas; luego, víctimas de la guerra, para acompañarse en la tragedia nacional”.
“Pensé en escribir borradores de anécdotas que ayudaran a iluminar aspectos del origen de esta guerra; que ayudara tanto a las víctimas y al público a pensar en otras maneras de relacionarse con el tema, que no fueran sólo la violencia y la corrupción. Pero también quería que, aunque los textos los fuera escribiendo de manera muy libre, en su conjunto dieran un panorama de la historia de México con las drogas, cubriendo los eventos más importantes desde el siglo XX en un estilo narrativo”.
“Al final, los post iban surgiendo de mi contacto con los archivos que consultaba. Veía la hojas de inteligencia y drogas y de repente decía ‘¡Wow! Esta historia del operativo militar en el pueblo del Chapo es fundamental’ y escribía un post para la página”.
-Pero sabes que en internet difícilmente circulan textos muy elaborados. Hay quienes sí los leen pero no hay comparación con el alcance de los más sencillos.
“Es cierto, por eso en términos estilísticos, busqué que alguien en su celular pudiera enterarse de pasajes ocultos u olvidados. Pensar en nuevos mundos, en que el dolor no es como lo es en estos tiempos”.
-Una vertiente diferente a cómo se manejan los libros “fundamentales” del narcotráfico, que son rebuscados y llenos de tecnisismos.
“Es parte de la inseguridad del intelectual. Se escribe mucho para sentirse inteligente. Aunque creo que se escribe, en cierta forma, para que el lector se sienta inteligente por medio de esa comunión que es el acto de leer.
“Fíjate, durante el proceso de elaboración del libro murió García Márquez, y yo me puse a leer algunas entrevistas que le hicieron. En una muy larga le preguntaban ¿Cuál era la responsabilidad revolucionaria del escritor? Él contesta que la única responsabilidad revolucionaria del escritor es escribir bien. Eso me dejó pensando y me dieron aún mas ganas de escribir un libro que se pudiera leer entre estación y estación del Metro”.
Vivimos días en que ir a cualquier librería y buscar algo sobre el crimen organizado nos revela cientos de títulos, unos mejores que otros, y pocos logran acercarte a la realidad social del problema. Es más fácil para el periodista hablar sobre la sangre, corrupción y la violencia que desencadena el aparente embate del estado hacia los carteles de la droga que hablar sobre los orígenes mucho menos cruentos de esa pelea.
“(…) la única responsabilidad revolucionaria del escritor es escribir bien. Eso me dejó pensando y me dieron aún mas ganas de escribir un libro que se pudiera leer entre estación y estación del Metro”.
En el capítulo Arbitrariedades en la tierra del Chapo, Enciso presenta a un personaje que muchas veces es tomado como secundario: su madre.
A continuación un fragmento de ese texto, mismo que se puede encontrar en la red:
El 8 de febrero de 1975, cuando Joaquín El Chapo Guzmán Loera tenía 17 años, llegaron tres helicópteros llenos de soldados y policías al caserío al lado de su pueblo natal, La Tuna, que en aquellos años no tenía más de 250 habitantes, todos conocidos y parientes. Los agentes del gobierno bajaron de las aeronaves justo afuera de un caserío llamado San José del Barranco que no llegaba a los 120 habitantes y estaba a unos 200 metros bajando el cerro.
Lo primero que hicieron fue recorrer el pueblo mostrando sus armas. Para iniciar la visita, para que aflojaran, juntaron a algunas mujeres, las golpearon y las desnudaron.
No se supo con exactitud qué pasó después. Lo que sí llegaron a contar los habitantes de San José del Barranco en La Tuna es que balacearon a dos chamacos, uno de 11 y otro de 12 años. Me imagino que por el enojo, más de un hombre se les puso al brinco. Así ha de haber sido, porque le dieron una caldeada a Marcos Álvarez. Se tranquilizó a punta de balazos. A diferencia de los chamacos, a quienes gracias a Dios no les pasó nada, a Marcos le destrozaron el pie. Lo bueno que fue el pie izquierdo, que si hubiera sido el derecho ya ni renguear hubiera podido.
Los habitantes de La Tuna y San José del Barranco estuvieron muertos de coraje durante mucho tiempo. Los días siguientes, las mujeres del pueblo se organizaron. La más encabronada era Francisca Núñez, porque los guachos le habían robado diez mil pesos pesos, un dineral (unos 800 dólares de aquel año).
Enciso sonríe reconociendo la complicidad. Se acomoda, cruza los brazos y recarga su cuerpo en la silla para lo que viene.
“Ese textito es muy complejo. Lo hice con dos paginas que encontré en el archivo de la nación, de un operativo en La Tuna donde agreden a las mujeres y hombres frente a los niños. Me parece que la primera vez que lo platiqué fue con mi amiga Alma Guillermo Prieto; a ella le digo ‘Alma, el Chapo es un gran bandido, pero lo que falta en su historia es el acto de injusticia inicial’. Todo gran bandido en las narrativas vive algo que catapulta su resentimiento y que explica sus actos posteriores. Pacho Villa tuvo la violación de su hermana. Pero aparentemente el Chapo no la tenia”.
¿Nadie lo había encontrado?
“Nadie había dado con él. Pero el que yo explico es real y tiene una función narrativa. Al mismo tiempo funciona como una crítica a la guerra contra el narcotráfico, porque así entendemos al gran enemigo de la DEA no como una persona que nace en la maldad, si no que aprendes que él, antes de ser victimario, fue víctima”.
Hoy en día Froylán ya no se dedica propiamente al periodismo, pero se nota de dónde aprendió la forma en que investiga; también se le escapan entre las palabras las ansias literarias, habla de personajes y estructuras narrativas, no de hechos consolidados.
“Nos damos cuenta de que esta guerra es una serpiente que se muerde la cola – si no recuerdo mal, eso se llama ouroborus y representa el esfuerzo inútil –. En el libro pongo una colección de fotos inéditas donde se ve a militares vestidos de civiles amedrentando a campesinos y estudiantes, muchos que continúan desaparecidos y tengo la esperanza de que alguien reconozca a sus familiares en algunas de estas fotos. Primero violentan a las comunidades en supuestos operativos antidrogas, pero resulta que no, que eran operativos anti campesinos, anti radicales de los años 70″.
-¿Y esos pueblos le regresan el golpe a largo plazo en personas como el Chapo Guzmán, Caro Quintero, como la familia Miguel Ángel Félix Gallardo, Don Neto, etc?
“Claro, por eso existe la pregunta de por qué en Sinaloa surgen capos, y aquí hay una posible respuesta: que esa guerra provocó este resentimiento, y estos campesinos, muy diferente a las mitologías indigenistas de que agachan la cabeza cuando los golpeas, fueron articulando un negocio, un emporio global que ahora comparte un espacio en la lista de Forbes con la plutocracia nacional – argumenta y asevera Froylán de una manera suave, firme, y lo plausible de esa teoría atrapa al otro en una especie de subtrama del narcotrafico-. La vida no es maniquea. Los buenos y los malos necesitan de razones para actuar y relacionarse con los demás”.
Legalidad y reparación
Respecto a nuestra relación con Estados Unidos, que nos invita a combatir pero al mismo tiempo le vende las armas a los carteles, ¿Qué debemos hacer con con ellos si vamos por una legalización de las drogas?
“Iniciaré con mi crítica a la narcocultura, que se relaciona en la esfera pública con las expresiones de las clases populares. Lo que yo propongo es que no sólo se entienda como eso, como una cosa exótica alejada de nosotros, sino que nos entendamos, los mexicanos, como un sistema de relaciones con las drogas como el tabaco, el café… y las ilegales, que son parte del mismo concepto de narcocultura”.
“En ese sentido, todos los libros que hablan de este tema son parte de ella; pero no es la misma que la de las clases populares, y como no es un narcocorrido, los intelectuales de la ciudad jamas queremos pensar en nuestras conversaciones y artículos como narcocultura. Pero ¿qué tal si hemos construido al narco como personaje para eso, para no pensar en la responsabilidad que tenemos todos en la creación de este sistema?”
La propuesta de Froylán lleva a pensar que no sólo la baja narcocultura opera; también la alta, en la que se discuten formas de legalizar y las regulaciones que implicaría para no afectar a terceros.
“Estamos viviendo en un sistema de subcontratación de la sangre, de outsourcing de la sangre. Eso mientras Estados Unidos va racionalizando su relación con las drogas”.
“Ahí entra Estados Unidos, que en los últimos años ha venido con un proceso de legalización paulatina. Hay pensadores liberales que están empezando a proponer la regulación de otra sustancias como la cocaína y opiáceos. Es decir, legalizar todas las drogas basados en nuestro conocimiento científico”.
“El gobierno estadounidense internamente, incluyendo el presidente Obama, ha sido tolerante ante la discusión; sin embargo, mantienen una política exterior que continua con la guerra. Programas como la iniciativa Mérida, en donde nos transfieren a México tecnología e inteligencia, que por cierto producen ellos, se vuelve un negocio redondo. Su política es mantener la criminalización no sólo en México, también en el mundo”.
De este modo, lo que Froylán precisa en seguida encaja justo en las palabras que no siempre tenemos: “Estamos viviendo en un sistema de subcontratación de la sangre, de outsourcing de la sangre. Eso mientras Estados Unidos va racionalizando su relación con las drogas”.
Continúa con una explicación sobre la contradictoria conducta estadounidense. De lo peligroso que resulta para México no tener soberanía en sus decisiones, las diferencias entre un estado que opta por el progreso y nosotros, que en la necesidad de ir hacia el a través de regulaciones políticas para las que aún no estamos preparados, mimetizamos las conductas erróneas.
“Una de las últimas cosas que me interesa lograr es que se ponga sobre la mesa de discusión no sólo la legalización, sino también la de voltear a ver a las víctimas de la guerra contra las drogas”.
“Llevamos casi un siglo dentro de ella y, como se refleja en las historias que cuento en el libro, hemos tenido cientos-de-miles-de-muertos, desplazados y desaparecidos. Lo justo seria que el año que viene México propusiera en Naciones Unidas las consecuencias morales y jurídicas de la legalización. De hacer esto último implicaría que la guerra fue injusta y que las víctimas ciudadanas y militares deben ser indemnizadas, reparar el daño. Y proponerle a Estados Unidos, así como a otras naciones prohibicionistas, que participe en esa reparación”.
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